Cuentos de Valores

Las Lecciones de Memé

Lectura para 6 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Había una vez una niña llamada Memé que vivía en un pequeño pueblo lleno de colores y alegría. Memé era muy curiosa y le encantaba explorar todo lo que la rodeaba. Siempre estaba haciendo preguntas y buscando respuestas. Sin embargo, había un lugar donde a menudo se sentía confundida: la escuela.

Cada día, Memé iba al colegio con una gran sonrisa, lista para aprender. Pero, a pesar de su entusiasmo, a menudo terminaba siendo regañada por su profesora. La profesora era una mujer amable, pero también muy estricta cuando se trataba de seguir las reglas del aula.

—¡Memé! —decía la profesora—. No puedes hablar mientras estoy explicando. ¡Debes prestar atención!

Memé se sentía triste y no entendía por qué la regañaban tan a menudo. A veces, sus compañeros de clase la miraban y se reían de ella, lo que la hacía sentir aún más mal.

Un día, después de un largo día en la escuela, Memé llegó a casa y encontró a su mamá en la cocina.

—Hola, Mamá —dijo, suspirando—. ¿Puedo hablar contigo?

—Por supuesto, mi amor —respondió su mamá, sonriendo—. ¿Qué te pasa?

Memé se sentó en la mesa y comenzó a contarle sobre sus problemas en la escuela.

—La profesora siempre me regaña. No entiendo lo que está permitido y lo que no. A veces siento que no puedo hacer nada bien —dijo con tristeza.

Su mamá la escuchó con atención y, después de un momento de reflexión, le dijo:

—Memé, en la escuela hay reglas que debemos seguir para que todos aprendan y se sientan bien. No es que te regañen porque no te quieran, sino porque quieren que todos aprendan.

—Pero yo solo quiero ser amiga de todos y jugar —respondió Memé, sintiéndose un poco frustrada.

—Entiendo, pero ser amable también significa respetar a los demás. Necesitas aprender a escuchar y seguir las instrucciones —explicó su mamá.

Memé asintió, aunque todavía no estaba segura de cómo hacer eso. Su mamá continuó hablando.

—Además, recuerda que hay diferentes tipos de amigos. Algunos son más cercanos que otros, y no todos están dispuestos a jugar contigo. A veces, es bueno observar y ver quién realmente quiere ser tu amigo.

Al día siguiente, Memé se armó de valor y fue a la escuela dispuesta a mejorar. En su primer receso, se acercó a un grupo de compañeros que estaban jugando a la pelota.

—¿Puedo jugar con ustedes? —preguntó Memé, con una sonrisa.

Sin embargo, uno de los niños, llamado Raúl, le respondió:

—No, Memé. No sabemos si eres buena para jugar. No te queremos en nuestro grupo.

Memé se sintió triste, pero recordó lo que su mamá le había dicho sobre observar. En lugar de rendirse, se sentó en un banco cercano y vio cómo jugaban. Con el tiempo, vio que algunos de los niños se caían y se reían, disfrutando del momento. Ella sonrió, pensando que al menos ellos estaban felices.

Cuando terminó el receso, regresó al aula y se encontró con la profesora.

—Hoy quiero que todos trabajen en silencio y en su lugar —dijo la profesora—. Recuerden que es importante prestar atención.

Memé se sentó en su escritorio y se esforzó por concentrarse. Pero, al ver a sus compañeros de clase hablando y riendo, le costaba mantenerse en silencio. En un momento, se volvió hacia su amiga Ivette, que estaba sentada al lado de ella.

—¿Qué opinas de la tarea? —susurró Memé, sin darse cuenta de que estaba rompiendo la regla de silencio.

La profesora se dio la vuelta y frunció el ceño.

—Memé, por favor, mantente en silencio durante la clase. Si quieres hablar, espera hasta el recreo.

Memé se sintió avergonzada y desilusionada. Se dio cuenta de que necesitaba ser más responsable y respetar las reglas.

Al final del día, Memé se sentó con Ivette y le contó cómo se sentía.

—No entiendo por qué me regañan todo el tiempo. Quiero hacer amigos, pero no sé cómo —dijo, con los ojos llenos de lágrimas.

Ivette la miró y sonrió.

—No te preocupes, Memé. Todos estamos aprendiendo. ¿Por qué no intentas jugar con nosotros durante el recreo? Siempre puedes unirte a nuestro grupo.

Memé se sintió un poco mejor. Al día siguiente, se unió a Ivette y a otros compañeros durante el recreo. Jugaron a la cuerda, y Memé se sintió más cómoda.

Con el tiempo, Memé comenzó a entender que no todos los niños querían ser sus amigos, y eso estaba bien. Aprendió a disfrutar de las pequeñas cosas, como compartir risas con Ivette y jugar con otros que realmente querían jugar con ella.

Sin embargo, el mayor desafío llegó un día cuando se encontró con Yolanda, una compañera que siempre parecía aprovecharse de los demás. Yolanda se acercó a Memé en un intento de conseguir algo.

—Oye, Memé, ¿puedo usar tu cuaderno? El mío está roto —dijo Yolanda, con una sonrisa falsa.

Memé dudó. Recuerdos de cómo Yolanda había aprovechado de su bondad comenzaron a surgir en su mente.

—No estoy segura, Yolanda. Tal vez deberías pedirle a alguien más —respondió, recordando las palabras de su mamá sobre los amigos.

Yolanda se irritó.

—¿Por qué no? No eres una buena amiga si no me dejas usarlo —respondió, haciendo pucheros.

Memé sintió la presión, pero también recordó lo que había aprendido sobre la verdadera amistad.

—Creo que la amistad significa cuidarse y respetarse mutuamente. No quiero que me uses, Yolanda. Si no puedes ser honesta conmigo, entonces no puedo prestarte nada —dijo, sintiéndose más fuerte.

Yolanda se quedó sorprendida, y aunque intentó retar a Memé, esta se mantuvo firme en su decisión.

Al final, Memé se sintió orgullosa de haber defendido lo que era correcto. Regresó a su grupo de amigos, donde Ivette y otros la esperaban con sonrisas.

Con el tiempo, Memé se dio cuenta de que, aunque había aprendido que no todos eran buenos amigos, también había encontrado verdaderos compañeros. Jugaba feliz con Ivette, y juntos se apoyaban mutuamente en la escuela.

Un día, mientras jugaban, la profesora se acercó a ellas.

—Memé, he notado cuánto has crecido y aprendido en las últimas semanas. Estoy muy orgullosa de ti —dijo la profesora, sonriendo.

—Gracias, profesora —respondió Memé, sintiéndose feliz.

A medida que pasaba el tiempo, Memé se volvió más consciente de las amistades que realmente valían la pena. Aprendió que la bondad y el respeto son fundamentales en cualquier relación. También entendió que había que estar atentos a las señales de quienes intentan aprovecharse de los demás.

Finalmente, al final del año escolar, Memé participó en una celebración en la escuela. Había juegos, música y un ambiente festivo. Ella se dio cuenta de que había recorrido un largo camino desde el primer día en que se sintió confundida y triste.

En medio de la celebración, Memé se dio cuenta de que estaba rodeada de amigos que realmente la querían. Ivette, junto a otros compañeros, se acercó y le dijo:

—Estamos felices de tenerte como amiga, Memé. Siempre estás lista para jugar y reír.

Memé sonrió, recordando todas las lecciones que había aprendido.

—Gracias a todos. Aprendí que para que una amistad sea verdadera, hay que ser honestos y cuidarnos mutuamente —dijo, sintiéndose orgullosa de sus valores.

Esa noche, cuando regresó a casa, Memé se sintió llena de felicidad. Había encontrado su lugar entre sus amigos, y había aprendido lo que significa ser una buena amiga. Sabía que el camino de la amistad podría ser complicado, pero estaba lista para enfrentarlo con su corazón abierto.

Desde entonces, Memé nunca olvidó las lecciones que aprendió en la escuela. Supo que era importante cuidar de los demás, pero también proteger su corazón de quienes no eran sinceros. La amistad es un tesoro que merece ser valorado, y con ese entendimiento, Memé siguió creciendo y floreciendo en el hermoso jardín de la vida.

Fin

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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