Había una vez, en una hermosa granja rodeada de colinas verdes, dos amigos llamados Lili y Lucas. Lili tenía el cabello largo y liso de color castaño, y siempre vestía un vestido amarillo que brillaba como el sol. Lucas tenía el cabello rizado y negro, y solía llevar un peto azul que lo hacía parecer todo un granjero. Ambos eran inseparables y pasaban sus días cuidando de los animales de la granja y disfrutando de la naturaleza.
La granja donde vivían Lili y Lucas era un lugar muy especial. Tenía una gran variedad de animales: vacas, gallinas, cerdos, ovejas y muchos más. Los dos amigos se levantaban temprano cada mañana para ayudar en las tareas. Primero, iban al establo a saludar a las vacas. «¡Buenos días, Margarita y Clarita!» decía Lili mientras acariciaba a las vacas. Lucas traía heno fresco y las vacas movían sus colas contentas.
Después de alimentar a las vacas, Lili y Lucas iban al gallinero. Las gallinas cacareaban emocionadas al ver a los niños. «¡Hola, chicas! ¿Nos han dejado huevos hoy?» preguntaba Lucas. Con mucho cuidado, Lili y Lucas recogían los huevos y los colocaban en una cesta. Las gallinas picoteaban el suelo buscando granos y se veían felices de tener compañía.
En la pocilga, un cerdito rosado llamado Pipo se revolcaba en el lodo. «¡Pipo, siempre estás tan sucio!» reía Lili mientras le daba una zanahoria. Lucas le daba agua fresca y Pipo gruñía agradecido.
Un día, mientras cuidaban de los animales, Lili y Lucas notaron que una oveja llamada Lana estaba muy triste. No comía ni jugaba con las otras ovejas. «¿Qué le pasa a Lana?» preguntó Lili preocupada. Lucas se acercó y vio que Lana tenía una pata lastimada. «¡Pobre Lana! Tenemos que ayudarla.»
Los niños llevaron a Lana al granero y le limpiaron la herida con mucho cuidado. Le pusieron un vendaje y la hicieron descansar en un rincón cómodo del granero. «Te pondrás bien, Lana. Nosotros cuidaremos de ti,» dijo Lucas con una sonrisa.
Cada día, Lili y Lucas visitaban a Lana para asegurarse de que su herida sanara bien. Le daban su comida favorita y la mantenían limpia y cómoda. Poco a poco, Lana empezó a sentirse mejor. Un día, Lana se levantó y comenzó a caminar nuevamente, moviendo su cola con alegría. «¡Mira, Lucas! ¡Lana está caminando!» exclamó Lili emocionada. Lucas sonrió y dijo: «Sabíamos que te pondrías bien, Lana. ¡Eres una oveja fuerte!»
La vida en la granja era siempre llena de trabajo, pero Lili y Lucas nunca se quejaban. Sabían que cuidar de los animales era una responsabilidad importante y lo hacían con mucho amor. A cambio, los animales les mostraban su cariño de diferentes maneras. Las vacas les daban leche fresca, las gallinas ponían huevos deliciosos y Pipo, el cerdito, les regalaba su compañía juguetona.
Una tarde, mientras los niños descansaban bajo un árbol, vieron una nube oscura en el cielo. «Parece que va a llover,» dijo Lucas. Lili asintió y ambos corrieron a asegurarse de que los animales estuvieran protegidos. Llevaron a las gallinas al gallinero, a las vacas al establo y a Pipo a su pocilga. Lana, la oveja, ya estaba segura en el granero.
Justo cuando terminaron de asegurar a todos los animales, la lluvia comenzó a caer. Grandes gotas de agua salpicaban la tierra y pronto todo se convirtió en un charco. «¡Qué suerte que terminamos a tiempo!» dijo Lili mientras observaba la lluvia desde la ventana del granero.
La lluvia continuó durante toda la noche, pero Lili y Lucas no se preocuparon. Sabían que habían hecho todo lo posible para proteger a sus amigos animales. A la mañana siguiente, el sol salió y todo parecía brillar con una nueva frescura. Los animales estaban a salvo y el aire olía a tierra mojada.
Lili y Lucas salieron al campo para ver cómo estaban todos. Las vacas pastaban contentas, las gallinas picoteaban el suelo húmedo y Pipo jugaba en el barro. Lana corrió hacia ellos, moviendo su cola con entusiasmo. «¡Buenos días, Lana! ¿Cómo te sientes hoy?» preguntó Lucas.
Lana les dio un suave empujón con su cabeza, mostrando su gratitud. Los niños rieron y abrazaron a su amiga oveja. «Es maravilloso ver a todos tan felices,» dijo Lili. Lucas asintió y añadió: «Cuidar de los animales nos enseña a ser responsables y a dar amor.»
Desde ese día, Lili y Lucas continuaron cuidando de la granja con más dedicación que nunca. Aprendieron que el amor y la responsabilidad eran valores muy importantes y que, al cuidar de los animales, también cuidaban de sí mismos. La granja se convirtió en un lugar aún más especial, lleno de vida y alegría, gracias al amor y al esfuerzo de dos niños que sabían que los pequeños actos de bondad podían hacer una gran diferencia.
Y así, Lili y Lucas vivieron felices en su granja, rodeados de sus amigos animales y disfrutando de cada día juntos, aprendiendo y creciendo con cada experiencia. La granja se llenó de risas y cariño, y todos los que la visitaban podían sentir el amor y la dedicación que Lili y Lucas ponían en todo lo que hacían.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.