Había una vez, en un tranquilo bosque lleno de árboles altos y verdes, una familia de gatos que vivía en una pequeña casa de madera. La familia estaba compuesta por tres hermanos: Gato Tutu, el mayor y de pelaje gris; Gato Memo, el mediano y de pelaje naranja; y Gato Pepe, el menor y de pelaje blanco. Estos tres hermanos eran muy conocidos en el bosque, pero no por las razones correctas. A menudo, los otros animales del bosque los llamaban «los egoístas» porque nunca compartían su comida con nadie.
Un día, cuando el sol brillaba intensamente y las flores estaban en pleno florecimiento, los tres hermanos se dieron cuenta de que su despensa estaba completamente vacía. No había más leche, ni pescado, ni siquiera las galletas que tanto les gustaban. Desesperados por el hambre, miraron hacia afuera y vieron un manzano lleno de jugosas manzanas rojas. Los tres hermanos sabían que esas manzanas podían ser la solución a su hambre, pero había un problema: les daba miedo subir al árbol y quedar atrapados.
Tutu, Memo y Pepe intentaron varias veces derribar las manzanas tirando piedras, pero no lograron nada. Justo cuando estaban a punto de rendirse, una ardilla llamada Lucía apareció en una de las ramas del árbol. Lucía era conocida por ser amigable y siempre dispuesta a ayudar. Ella los observó y, con una voz dulce, dijo:
—Hola, gatos. Veo que están intentando conseguir estas manzanas. ¿Les gustaría que les ayude?
Los tres hermanos, con los ojos brillando de esperanza, asintieron rápidamente.
—¡Sí, por favor, Lucía! —dijo Tutu—. Tenemos mucha hambre y no podemos alcanzarlas.
Lucía sonrió y empezó a trepar ágilmente por el árbol. En poco tiempo, había recolectado seis manzanas y las lanzó al suelo. Los gatos, emocionados, recogieron las manzanas y se las llevaron a su casa. Sin embargo, en su afán de calmar su hambre, se olvidaron de agradecer a Lucía y, peor aún, no le ofrecieron ninguna manzana.
La ardilla Lucía, triste y decepcionada, se acercó a ellos y les pidió amablemente una manzana.
—Disculpen, gatos. ¿Podrían darme una manzana? También tengo un poco de hambre.
Pero los gatos, con las bocas llenas de manzana, la ignoraron y siguieron comiendo hasta que no quedó ninguna. Lucía, con el corazón roto, se alejó lentamente hacia su casa.
Al día siguiente, los gatos nuevamente se encontraron sin comida. Con el estómago rugiendo, salieron a buscar a Lucía para pedirle ayuda otra vez. Sin embargo, cuando encontraron a la ardilla, ella estaba sentada en una rama, triste y cabizbaja.
—Lucía, ¿podrías ayudarnos de nuevo con las manzanas? —preguntó Memo, tratando de sonar amigable.
Pero Lucía, recordando cómo la habían tratado el día anterior, negó con la cabeza.
—Lo siento, gatos. Ayer no me dejaron ni una manzana, y eso me hizo sentir muy triste. No puedo ayudarlos de nuevo.
Los gatos, decepcionados y aún con hambre, decidieron buscar otra solución. Fue entonces cuando apareció un pequeño ratón llamado Juan. Juan era conocido por ser muy ingenioso y siempre estaba dispuesto a ayudar a sus amigos.
—Hola, gatos. ¿Necesitan ayuda? —preguntó Juan, con una sonrisa amistosa.
Tutu, Memo y Pepe, desesperados, le contaron a Juan su problema. El ratón escuchó atentamente y luego propuso una idea.
—Sé cómo pueden conseguir más comida, pero primero deben prometer que compartirán con Lucía y con los otros animales del bosque.
Los gatos, aunque un poco reacios al principio, se dieron cuenta de que no tenían otra opción. Prometieron a Juan que compartirían la comida y que serían más amables con los demás.
Juan, satisfecho con la promesa, los guió a un lugar en el bosque donde crecían muchas frutas y verduras. Había más que suficiente para todos. Los gatos recogieron suficiente comida para ellos y para compartir con Lucía y los otros animales. Cuando regresaron, fueron directamente a la casa de Lucía.
—Lucía, queremos pedirte disculpas por nuestra conducta de ayer —dijo Pepe, con sinceridad—. Hemos traído frutas y verduras para compartir contigo.
Lucía, sorprendida y conmovida por el gesto, sonrió y aceptó la comida. Los gatos también invitaron a otros animales del bosque a compartir la abundante cosecha. Todos se reunieron y disfrutaron de una gran fiesta, llena de risas y alegría.
Desde ese día, los gatos aprendieron la importancia de compartir y ser amables con los demás. Nunca más fueron llamados «los egoístas» y, en su lugar, se convirtieron en los amigos más queridos del bosque. La familia de gatos, junto con Lucía, Juan y los otros animales, vivieron felices y en armonía, siempre recordando que la generosidad y la amabilidad son valores que enriquecen la vida de todos.
Y así, en el tranquilo bosque, la familia de gatos, la ardilla Lucía, el ratón Juan y todos los demás animales vivieron felices, disfrutando de la compañía y el apoyo mutuo. Aprendieron que, cuando todos se ayudan y comparten, la vida es mucho más dulce y llena de amor.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.