En un pequeño y soleado pueblo rodeado por vastos campos de flores y árboles frondosos, vivían tres primos que eran más que familia; eran inseparables compañeros de aventuras. Dante y Kian, ambos de ocho años, compartían no solo su edad, sino también una curiosidad insaciable por el mundo que los rodeaba. Jakhor, aunque un año menor, nunca se quedaba atrás, siempre dispuesto a seguir el ritmo de sus primos mayores.
Un día, mientras exploraban el antiguo cobertizo del abuelo, encontraron un mapa desgastado y una brújula que señalaba más que los puntos cardinales. Este no era un mapa común, tenía inscripciones que hablaban de un misterioso «Jardín de las Luces» escondido en alguna parte de su pueblo. Movidos por el espíritu de descubrimiento, los tres primos decidieron que serían ellos quienes desentrañarían el misterio del jardín oculto.
Con mochilas cargadas de meriendas, una lupa para inspeccionar cualquier hallazgo interesante y la vieja brújula del abuelo, se aventuraron más allá de los límites de su conocido entorno. Cruzaron el riachuelo donde solían pescar, pasaron junto al molino que parecía murmurar viejas historias con cada vuelta de sus aspas, y se adentraron en el bosque que bordeaba el pueblo.
El bosque era un lugar de maravillas, donde cada árbol parecía tener vida propia y cada sonido era un llamado a la aventura. Kian, con su pelo rizado oscuro revoloteando al ritmo de la brisa, era el primero en señalar las huellas de los animales que cruzaban su camino. Dante, con sus ojos llenos de emoción, tomaba nota de cada flor y piedra peculiar que encontraban. Jakhor, con su característico entusiasmo, imaginaba historias de caballeros y dragones en cada sombra que el sol dibujaba entre los árboles.
Después de horas de caminata y juegos, llegaron a una parte del bosque donde los rayos del sol parecían danzar especialmente brillantes entre las hojas. La brújula, que hasta ahora había servido más de juguete que de guía, comenzó a girar frenéticamente cuando se acercaron a un gran roble que parecía tan antiguo como el propio tiempo.
Los tres primos se miraron entre sí, sabiendo que habían encontrado algo grande. Con cuidado, rodearon el roble y descubrieron una pequeña puerta de madera incrustada en el tronco. Jakhor, con una mezcla de nerviosismo y emoción, fue el primero en acercarse. Colocó su mano sobre la puerta y esta se abrió suavemente, revelando un pasadizo que descendía hacia una luz cálida y acogedora.
Descendieron por el estrecho pasaje, sintiendo cómo el aire se llenaba de un aroma dulce y fresco. Al final del camino, sus ojos no podían creer lo que veían: un jardín secreto, resplandeciente bajo una cúpula de cristal que filtraba la luz del sol, convirtiéndola en un espectáculo de colores vibrantes. Flores de todos los colores, fuentes que danzaban al ritmo de una música suave y árboles frutales que parecían ofrecer sus dones a quien los descubriera.
En el centro del jardín, había un estanque cuyas aguas claras reflejaban no solo el azul del cielo, sino también imágenes de lo que parecían ser momentos felices de todos aquellos que habían visitado el jardín. Los primos comprendieron que el Jardín de las Luces era un lugar mágico, destinado a ser encontrado por aquellos que llevaban la luz de la curiosidad y la alegría en su corazón.
Pasaron el día explorando cada rincón del jardín, riendo y jugando como nunca antes. Cuando el sol comenzó a ponerse, sabían que era hora de regresar. Salieron del jardín secreto con la promesa de mantener su ubicación en secreto, para que otros niños, movidos por el espíritu de aventura y hermandad, pudieran descubrirlo por sí mismos algún día.
Al regresar a casa, los rostros de Dante, Kian y Jakhor brillaban con el resplandor de la aventura. Contaron a sus padres sobre el día, omitiendo sabiamente la parte del jardín secreto, pero compartiendo la emoción de haber pasado un día juntos, fortaleciendo lazos que solo verdaderos amigos y familia pueden entender.
El Jardín de las Luces permaneció oculto, esperando a los próximos aventureros que, guiados por la curiosidad y la inocencia, pudieran apreciar sus maravillas. Y así, los tres primos se durmieron esa noche, soñando con futuras aventuras que sabían, estaban justo al alcance de sus manos, siempre que estuvieran juntos.
Cuentos cortos que te pueden gustar
Entre las alas de mi corazón, late el tuyo
El Viaje de Irene hacia las Estrellas
El Tesoro del Bosque y la Playa
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.