En un pequeño pueblo donde las risas de los niños llenaban el aire, la escuela de San Nicolás se destacaba por su colorido y alegría. Entre sus aulas, había una particularmente ruidosa, donde se encontraban Ana, Juan, Alberto y Pedro, conocidos por todos como los traviesos del aula.
Un día, la maestra Rosa, cansada de sus continuas travesuras, decidió que era el momento de enseñarles una lección sobre el valor de la responsabilidad y el respeto. «Hoy», anunció con voz firme, «trabajarán en equipo para preparar una presentación sobre los valores para el resto de la escuela. Es su oportunidad de demostrar que pueden hacer algo más que travesuras».
Los niños se miraron entre sí, desconcertados. No estaban acostumbrados a este tipo de desafíos, pero la determinación en los ojos de la maestra les hizo entender que no había escapatoria.
Empezaron a trabajar, cada uno aportando lo que mejor sabía hacer. Ana, con su creatividad, sugirió ilustrar las historias de valores con dibujos y carteles coloridos. Juan, siempre el más hábil con las manualidades, propuso construir pequeñas escenografías. Alberto, con su amor por las historias, se encargó de escribir los guiones, mientras que Pedro, con su voz fuerte y clara, sería el narrador.
A medida que trabajaban, comenzaron a comprender y apreciar los valores sobre los que investigaban. La honestidad, la amistad, la generosidad y el respeto se convirtieron en temas recurrentes en sus conversaciones.
El día de la presentación llegó, y con él, un aula repleta de estudiantes y maestros curiosos. Los traviesos del aula, ahora nerviosos, tomaron sus posiciones. La presentación comenzó, y para sorpresa de todos, fue un éxito rotundo. Las historias capturaron la atención de todos, los dibujos y escenografías añadieron un toque mágico, y la narración de Pedro mantuvo a la audiencia enganchada de principio a fin.
Al final, la maestra Rosa, con lágrimas en los ojos, felicitó a los niños. «Hoy», dijo, «han demostrado que son mucho más que traviesos. Han mostrado responsabilidad, trabajo en equipo y, sobre todo, han comprendido el valor de los valores».
Los niños, ahora orgullosos de su trabajo, se dieron cuenta de que ser buenos no solo era gratificante, sino que también les permitía usar sus talentos de manera positiva. Desde ese día, las travesuras en el aula disminuyeron, pero las risas y la alegría se multiplicaron. Ana, Juan, Alberto y Pedro se convirtieron en un ejemplo para todos en la escuela, demostrando que incluso los más traviesos pueden cambiar y hacer del mundo un lugar mejor.
Y así, la pequeña escuela de San Nicolás se convirtió en un lugar donde los valores y la diversión coexistían en armonía, gracias a cuatro niños que aprendieron una valiosa lección.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.