Thiago era un niño de ocho años que vivía en un barrio tranquilo y lleno de parques donde todos los niños jugaban al fútbol. Desde muy pequeño, tenía una habilidad especial para este deporte. Sus movimientos eran suaves y precisos, como si el balón hablara con sus pies. Podía driblar, pasar y patear con una técnica envidiable para alguien de su edad. Pero a pesar de todo ese talento, Thiago tenía un problema muy grande: no creía en sí mismo.
Cada vez que jugaba con sus amigos, el miedo a equivocarse lo invadía. No levantaba la cabeza para mirar dónde estaba la portería, y a veces ni siquiera intentaba patear porque pensaba que no lograría hacer un buen gol. Los partidos terminaban y, aunque sus amigos le decían que era muy bueno, Thiago se sentía inseguro. «No soy tan bueno como ellos creen», se decía una y otra vez en su cabeza.
Pero Thiago tenía otro talento que pocos conocían: su amor por la música. En la escuela había empezado a aprender a tocar el contrabajo, un instrumento grande y profundo que hacía sonidos graves y hermosos. En las tardes practicaba con entusiasmo, dejando que los sonidos llenaran su habitación y también su corazón. La música le daba una sensación de paz y alegría que nada más podía darle. Sin embargo, aunque era excelente tocando, también sentía que no era lo suficientemente bueno para ser músico.
El año había sido difícil para Thiago en muchos sentidos. Su mamá y su papá notaban que se frenaba mucho a la hora de hacer cosas nuevas, y le habían dicho que tenía que perder ese miedo para poder ser feliz. Pero lo que más le pesaba a Thiago era un problema que no podía controlar: el uso excesivo de la pantalla. Pasaba demasiado tiempo jugando en su tablet y viendo videos, y eso hacía que estuviera distraído y que a veces se olvidara de sus verdaderas pasiones. Sus padres le habían puesto un límite, pero no siempre lograba cumplirlo. Como consecuencia, este año Santa no le iba a traer el Nintendo Switch que tanto deseaba.
Thiago lo había escuchado con tristeza. «No soy bueno porque paso mucho tiempo en la pantalla», pensaba. No le gustaba la idea de que su premio fuera negado, pero sabía que tal vez sus padres tenían razón. Así que decidió que tenía que cambiar algo en su vida. Pero no era fácil.
Una tarde, mientras caminaba hacia el parque con su balón de fútbol bajo el brazo, se encontró con don Ernesto, el viejo profesor de música del barrio. Don Ernesto era un hombre con mucho pelo blanco y una sonrisa amable que enseñaba a los niños a tocar instrumentos en una pequeña biblioteca. «¿Thiago, estás listo para el concierto de fin de año?», le preguntó con curiosidad.
Thiago bajó la mirada, sintiéndose un poco tímido. «No estoy seguro… A veces creo que no tocaré bien, y que mi contrabajo no suena tan bonito como los demás instrumentos», dijo con voz baja.
Don Ernesto lo miró con sus ojos azules y dijo: «Thiago, no se trata de ser perfecto, ni de compararte con nadie. La música es un regalo que viene del corazón. Tú tienes ese regalo, y es maravilloso que lo compartas con los demás, aunque no todo salga siempre perfecto.»
Las palabras del maestro hicieron que Thiago sintiera un poco de esperanza. «¿Crees que puedo hacerlo?», preguntó.
«Claro que sí. Pero tienes que creer primero tú.»
Esa noche, Thiago pensó mucho en aquello. Se dio cuenta de que tanto en el fútbol como en la música, lo importante no era ser el mejor, sino disfrutar lo que hacía y confiar en sí mismo. Empezó a imaginarse pateando goles impresionantes y tocando hermosas canciones con su contrabajo, sin miedo a equivocarse.
Al día siguiente en la escuela, Thiago decidió unirse al equipo de fútbol para probar una vez más. Durante el entrenamiento, el entrenador le pidió que hiciera una jugada complicada, algo que Thiago siempre evitaba. Pero esta vez, recordó las palabras de don Ernesto y decidió intentarlo. Con una sonrisa pequeña y el corazón latiendo fuerte, comenzó a driblar, giró el balón con sus pies y, para sorpresa de todos, anotó un gol espectacular.
Sus compañeros y el entrenador lo aplaudieron. Santiago, uno de sus amigos, le dijo: «¡Eres increíble, Thiago! ¿Por qué antes no habías hecho eso?»
Thiago sonrió sin decir nada. Simplemente sintió una luz en su interior que le decía que podía confiar en sus propias habilidades. Fue un día feliz que le dejó una gran lección.
En las siguientes semanas, Thiago empezó a combinar sus dos pasiones de manera diferente. Por la mañana practicaba fútbol, cada vez con más confianza y alegría. Por la tarde, tocaba su contrabajo y se preparaba para el concierto de fin de año que harían en la biblioteca. Sus padres lo animaban y le pedían que siguiera cuidando el tiempo que pasaba frente a las pantallas. Thiago entendió que el equilibrio era importante y que él podía controlar cuánto tiempo dedicaba a cada cosa.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.