En una pequeña y colorida casa en las afueras de la ciudad vivían Kiara, Lola y Elsa, tres amigas inseparables que compartían muchas cosas en común, pero sobre todo, un amor por la tecnología. Entre juegos, aplicaciones educativas y vídeos, las pantallas eran una parte importante de su día a día. Sin embargo, sus padres estaban cada vez más preocupados por el tiempo que pasaban conectadas y decidieron establecer nuevas reglas de uso digital.
«Esto no es justo», protestó Kiara, la mayor de las tres, mientras se ajustaba las gafas. «¡Solo queremos jugar un poco después de hacer los deberes!»
Lola, siempre la más creativa, saltó de la silla en la que estaba dibujando. «¡Y además, usamos las tablets para aprender cosas nuevas también!», añadió con un puchero.
Elsa, que siempre había sido la más tranquila y reflexiva, miraba pensativa su tablet apagada. «Quizás podríamos hablar con nuestros padres y explicarles cómo usamos la tecnología», sugirió.
Al día siguiente, las tres amigas decidieron organizar una pequeña presentación para sus padres, mostrándoles cómo utilizaban la tecnología de manera positiva. Prepararon ejemplos de sus juegos educativos favoritos, los proyectos de arte digital de Lola y una lista de videos educativos que Elsa había organizado por temas.
«Verán que no todo el tiempo frente a la pantalla es malgastado», explicó Kiara mientras organizaban la información en diapositivas.
Cuando llegó el momento de la presentación, los padres de Kiara, Lola y Elsa se sentaron en el sofá, listos para escuchar y observar. Las chicas comenzaron con entusiasmo, explicando cada parte de su uso diario de la tecnología, intercalando demostraciones y ejemplos prácticos.
Al terminar, los padres aplaudieron, impresionados con la presentación, pero aún tenían algunas preocupaciones.
«Estamos muy orgullosos de cómo usan la tecnología para aprender y crear», comenzó el padre de Elsa, «pero aún nos preocupa el tiempo que pasan sin moverse ni interactuar directamente con otros».
«Eso también lo hemos pensado», intervino Lola. «Por eso hemos decidido que vamos a establecer nuestros propios límites para no excedernos y vamos a incluir más tiempo para jugar afuera.»
Los padres asintieron, satisfechos con la madurez y la iniciativa de las chicas. «Está bien, podemos probar con las reglas que proponen. Pero vamos a revisarlo juntos cada mes para asegurarnos de que funciona para todos», propuso la madre de Kiara.
Con el acuerdo en mano, las chicas se sintieron aliviadas y felices. Habían aprendido una valiosa lección sobre el equilibrio y la responsabilidad, y sus padres habían aprendido a confiar un poco más en ellas.
Los meses siguientes mostraron una mejora notable. Kiara, Lola y Elsa no solo continuaron usando la tecnología de manera constructiva, sino que también pasaron más tiempo al aire libre, jugando y explorando el mundo fuera de las pantallas.
Al final, el compromiso y la comunicación abierta entre las chicas y sus padres fortalecieron su relación. Todos aprendieron que, con el enfoque correcto, la tecnología podía ser una herramienta maravillosa para crecer y aprender, siempre que se mantuviera un equilibrio saludable con otras actividades importantes.
Y así, con un nuevo entendimiento mutuo y respeto por las opiniones de cada uno, la pequeña casa en las afueras de la ciudad se llenó de risas y charlas, tanto digitales como reales, creando recuerdos preciosos en el proceso.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.