Era un día soleado y cálido en el pequeño pueblo donde vivían Fio y Rafa. Fio era una niña de dos años con ojos brillantes y una sonrisa radiante que iluminaba todo a su alrededor. Rafa, su hermano mayor, era un niño de cinco años, siempre lleno de energía y muito curioso. Juntos, formaban un equipo inseparable que disfrutaba de las aventuras que les ofrecía su hogar.
Mamá estaba en la cocina, preparando un delicioso desayuno, cuando Fio y Rafa decidieron jugar en el jardín. La hierba era suave y fresca, y había un montón de flores de colores brillantes que florecían alegremente. Fio, con su vestido de lunares, corría detrás de una mariposa que danzaba entre las flores. Rafa, que era un poco mayor y más cuidadoso, la llamaba desde la sombra de un árbol. «¡Fio, ven aquí! Las mariposas son muy rápidas, y no quiero que te caigas!», decía con su voz protectora.
Pero Fio estaba tan emocionada persiguiendo a la mariposa que no escuchaba a su hermano. Ella soñaba con tocarla y sentir sus alas suaves. De repente, tropezó con una pequeña piedra y cayó al suelo. «¡Ay!» gritó, sintiendo un pequeño golpe en su rodillita. Rafa, al ver lo sucedido, corrió hacia ella con gran preocupación.
«¡Fio, estoy aquí!», dijo, arrodillándose a su lado. Le dio un abrazo, pensando que eso la haría sentir mejor. Sin embargo, el abrazo de Rafa fue un poco demasiado fuerte. «¡Ay, Rafa! ¡No tan fuerte!» lloró Fio, sintiendo que su corazón no sólo estaba un poco adolorido, sino también triste.
«Perdón, Fio,» respondió Rafa, soltándola de inmediato. «Solo quería ayudarte.» Sus ojos se llenaron de preocupación. En ese momento, Mamá salió de la casa, trayendo una venda y un poco de agua. «¿Qué ha pasado, mis pequeños?» preguntó con amor. Al ver a Fio llorar, Mamá se agachó para abrazarla suavemente. «A veces, los abrazos pueden hacer más que ayudar,» explicó Mary, «especialmente si son muy fuertes.»
Fio secó sus lágrimas con la mano y miró a su hermano. «Rafa, me dolió un poquito tu abrazo,» dijo, con su voz temblorosa. Rafa, sintiéndose mal por lo que había pasado, le dijo: «Lo siento, Fio. No quise lastimarte. Te quiero mucho.» Fio sonrió suavemente, sintiendo un calorcito en su corazón al escuchar esas palabras.
«Mamá, ¿por qué a veces un cariño tan fuerte puede doler?», preguntó Fio curiosa. Mamá sonrió y se sentó junto a ellos. «Los abrazos son una forma hermosa de mostrar cariño, pero es importante recordar que debemos ser suaves y cuidadosos con los que amamos. No todas las personas se sienten cómodas con abrazos muy fuertes.»
En ese mismo instante, un pequeño perrito apareció corriendo por el jardín. Era un perrito juguetón y travieso que parecía no tener dueño. Su pelaje era suave y marrón, y tenía unos ojos grandes llenos de alegría. El perrito se acercó a Fio y la olfateó, moviendo su colita rápidamente, como si quisiera unirse a la diversión.
«¡Mira, Rafa, un perrito!», exclamó Fio, olvidándose del dolor de su rodilla. «¡Es tan bonito!» El perrito, al sentir el entusiasmo de Fio, comenzó a dar vueltas a su alrededor, saltando y corriendo con alegría. Fio comenzó a reír, y su risa fue tan contagiosa que también hizo reír a Rafa y a Mamá.
«¡Qué bien que se siente jugar!», dijo Rafa. «Pero debemos ser suaves con él también, como aprendimos con los abrazos,» recordó con sabiduría. Fio asintió y se agachó para acariciar al perrito. «Hola, pequeño. No te lastimaré,» dijo con dulzura.
Mamá observó a sus hijos jugar y sonrió. «¿Ven? Así como tienen que ser cariñosos con ustedes mismos, también hay que serlo con los demás, incluidos los animales.» Fio y Rafa estuvieron de acuerdo y siguieron jugando con el perrito. Decidieron llamarlo “Chispa”, porque su energía era como una chispa que ilumina todo a su alrededor.
Mientras jugaban, Fio aprendió que Chispa también podía sentir si jugaban demasiado fuerte. «Vamos a jugar a ser suaves,» sugirió Rafa. «Así no le dolerá a Chispa.» Y así, los tres comenzaron a jugar, lanzando una pelota que Chispa podía atrapar con su pequeño hocico. La alegría llenó el aire, y Fio dejó de pensar en su rodilla.
Después de un rato, el sol comenzó a esconderse detrás de los árboles, y Mamá les dijo que era hora de entrar. «¿Nos podemos quedar un ratito más, por favor?» imploraron Fio y Rafa. Mamá, con una sonrisa, accedió, pero les recordó: «Recuerden, siempre debemos respetar al perrito y ser suaves.»
Finalmente, cuando el cielo se oscureció y las estrellas comenzaron a aparecer, Mamá llevó a Fio y a Rafa adentro, mientras Chispa les seguía con la colita moviéndose de un lado a otro. Ya dentro de casa, Fio observó a su hermano y le dijo: «Rafa, gracias por tu abrazo. Aprendí que los abrazos son bonitos, pero a veces debemos ser más suaves.»
«Sí, Fio,» respondió Rafa, «y también aprendí que es importante cuidar a nuestros amigos, ya sean humanos o perritos.» Mamá sonrió, sintiéndose orgullosa de sus hijos. «Así es, mis pequeños. No solo debemos abrazar con amor, sino también cuidar y respetar a quienes nos rodean.»
Esa noche, mientras Fio se acomodaba en su cama, pensó en el día lleno de descubrimientos. A los abrazos y los cariños, les podría dar sentido si los hacían con ternura y cuidado. Se sintió feliz de haber aprendido esa lección. Y aunque Chispa no estaba allí, ella sabía que ese pequeño perrito también había tenido un día especial. Fio se quedó dormida con una sonrisa, soñando con aventuras suaves, abrazos y nuevos amigos.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.