Anto, una niña joven con el cabello negro lacio hasta los hombros, se enfrentaba a una gran responsabilidad: cuidar a sus tres sobrinos pequeños, Kian y Dante, ambos de dos años, y el pequeñín Jakhor, de apenas un año. Sus hermanas, madres de los niños, debían salir por unas horas y le confiaron la tarea de vigilar a los traviesos aventureros.
La casa se llenó de risas y juegos desde el momento en que Anto se hizo cargo. Aunque amaba mucho a sus sobrinos, pronto descubriría que cuidarlos no era tarea fácil, especialmente cuando los tres decidieron que ese día sería el día perfecto para explorar cada rincón de la casa.
Anto comenzó jugando a construir castillos de bloques con Dante y Kian en la sala. Los pequeños, llenos de energía, competían por ver quién hacía la torre más alta. Mientras tanto, Jakhor, gateando velozmente, descubría el mundo a su alrededor, especialmente interesado en los destellos de luz que se colaban por las ventanas y danzaban en las paredes.
Pero como cualquier guardiana sabría, solo bastaba un segundo de distracción para que el caos se desatara. En un abrir y cerrar de ojos, Kian y Dante decidieron que sería divertido explorar la cocina. Anto, al notar que faltaban dos de sus pequeños, corrió hacia ellos justo a tiempo para evitar que Kian abriera el cajón de los utensilios.
— ¡Uf, eso estuvo cerca! — exclamó Anto, llevando a los pequeños de vuelta a la sala. Pero al llegar, notó que Jakhor había desaparecido.
Con el corazón en la boca, Anto inició una búsqueda frenética. Lo encontró en el estudio, completamente fascinado con un montón de libros coloridos que había logrado tirar de un estante bajo. Al ver a Anto, Jakhor sonrió, ajeno a la preocupación que había causado.
— Vaya día — suspiró Anto, pero no pudo evitar sonreír ante la inocencia de su pequeño sobrino.
Decidida a evitar más incidentes, Anto llevó a todos al jardín, un lugar donde podrían correr y jugar sin peligros. Allí, los pequeños se maravillaron con las flores, los insectos y todo lo que la naturaleza tenía para ofrecer. Anto se relajó un poco, disfrutando del sol y vigilando a los niños jugar.
Fue en ese momento de calma cuando Anto realmente comenzó a apreciar la magia de estar con sus sobrinos. Vio cómo Kian ayudaba a Dante a levantarse después de un pequeño tropiezo y cómo Jakhor intentaba imitar a sus hermanos mayores. El amor y la conexión entre ellos eran evidentes, y Anto sintió un profundo orgullo por sus pequeños aventureros.
Cuando las hermanas de Anto finalmente regresaron, encontraron a los cuatro agotados pero felices, dormidos en un montón de cojines en el jardín. Al ver esto, no pudieron evitar sonreír.
— Has hecho un trabajo maravilloso, Anto — dijo una de sus hermanas, colocando un brazo alrededor de sus hombros.
Anto miró a sus sobrinos dormidos y se dio cuenta de que, a pesar de los desafíos, ese día había aprendido mucho sobre la paciencia, la responsabilidad y, sobre todo, el amor incondicional. Aunque estaba exhausta, sabía que esos momentos de conexión y aventura con Kian, Dante y Jakhor eran preciosos y que siempre los recordaría con cariño.
Así, lo que comenzó como un día de cuidado se convirtió en una jornada de autodescubrimiento y amistad. Anto no solo había cuidado de sus sobrinos; había crecido con ellos y había descubierto el verdadero significado de ser parte de una familia amorosa y aventurera. Y mientras el sol se ponía, los corazones de todos, grandes y pequeños, se llenaban de magia y alegría, sabiendo que juntos podrían enfrentar cualquier aventura que el futuro les reservara.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.