Cuentos de Amistad

Aislamiento en tiempos de silencio y miedo

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Era un día nublado y silencioso en la pequeña ciudad de Valle Verde. Las hojas de los árboles se movían levemente con la brisa fresca, pero los niños no estaban jugando en las calles como solían hacerlo. La razón era sencilla: la noticia de un virus extraño se había esparcido por toda la ciudad, y los adultos habían decidido que todos debían quedarse en casa para estar seguros. Los días pasaban y con cada nuevo amanecer, las casas parecían más vacías y los corazones de los pequeños más pesados.

Entre esos pequeños se encontraba Pelonchis, un niño de once años con una imaginación desbordante y un gran corazón. Pelonchis solía tener a su alrededor un grupo de amigos inseparables: Sara, un ágil y alegre chica amante de la lectura, y Leo, un entusiasta explorador que siempre estaba buscando aventuras. Sin embargo, desde que comenzó el aislamiento, la risa y el bullicio que antes llenaban sus días se habían convertido en ecos lejanos.

Pelonchis miraba por la ventana de su habitación, esperando ver un destello de movimiento en la calle, pero solo encontraba la soledad. Extrañaba mucho a Sara y a Leo, pero también sentía un vacío en su pecho al pensar en la alegría que solían compartir. Se pasaba las horas dibujando en su cuaderno, creando mundos en los cuales la amistad nunca se extinguía, a pesar de las circunstancias.

Un día, mientras trataba de concentrarse en un dibujo de un dragón que volaba sobre un paisaje lleno de montañas, escuchó un leve golpe en su ventana. Al asomarse, vio a Leo, que lo miraba con una sonrisa tímida pero esperanzadora.

—¡Pelonchis! —gritó Leo—. ¡Quiero hablar contigo!

Sin pensarlo dos veces, Pelonchis salió corriendo hacia la puerta y se encontró con su amigo en el jardín de la casa, manteniendo la distancia recomendada. Leo tenía en sus manos un pequeño paquete envuelto en papel kraft.

—¿Qué es eso? —preguntó Pelonchis, intrigado.

—Es un juego de mesa que encontré en mi casa —respondió Leo—. Pensé que podríamos jugarlo a través de una videollamada. ¡Así no nos sentimos tan solos!

La idea le pareció brillante a Pelonchis. Aceptó de inmediato y corrió de vuelta a su casa, buscando su computadora. En cuestión de minutos, ambos estaban conectados, y con el juego dispuesto en sus mesas, comenzaron a reír y a recordar los buenos tiempos. Fue como si el mundo exterior dejara de existir por un tiempo, y las risas llenaban sus habitaciones, rompiendo un poco el silencio que los había rodeado.

Después de un par de rondas, Leo sugirió que llamaran a Sara. Era una buena idea, y Pelonchis rápidamente estuvo de acuerdo. Con unos pocos clics, lograron conectar a Sara, que se unió a la videollamada con una gran sonrisa.

—¡Hola, amigos! —exclamó Sara, emocionada—. ¡He estado leyendo un libro fabuloso sobre aventuras en el espacio! ¿Podemos hacer algo juntos?

La idea de Sara animó aún más a Pelonchis y Leo. Al final decidieron combinar el juego de mesa que estaban jugando con los cuentos de aventuras del espacio que había leído Sara. Formaron equipos y se pusieron a crear historias de héroes intergalácticos que viajaban a través de diferentes planetas, enfrentándose a desafíos y superando obstáculos. Las ideas chocaban y se mezclaban, creando narrativas espectaculares.

Pasaron horas y horas en aquella videollamada, y aunque estaban físicamente separados, en su corazón sentían el calor de la amistad y la conexión que, incluso en tiempos de miedo, no podía romperse. Durante ese tiempo, se dieron cuenta de algo hermoso: podían seguir creando recuerdos juntos, sin importar la distancia.

Esa tarde, mientras Pelonchis se preparaba para cenar, sintió que la soledad y el miedo que habían invadido su hogar se desvanecían un poco. La risa de sus amigos todavía resonaba en su mente, y decidió que no podía dejar que el aislamiento los separara completamente.

Al día siguiente, al despertar, tuvo una gran idea. «¿Y si hacemos un club de héroes?», pensó mientras se vestía. «Podemos reunir a más amigos y crear historias fantásticas juntos». Aunque sabía que muchos de sus compañeros estaban en casa, pensó que podrían invitar a algunos a unirse a su videollamada.

Así que Pelonchis se puso a crear un dibujo colorido que representaba su idea. En él, había un grupo de valientes héroes que luchaban contra las sombras del aislamiento. La imagen representaba fuerza y unión, algo que necesitaban en esos tiempos inciertos.

Una vez que terminó su obra, decidió compartirlo en su grupo de chats en línea, invitando a todos a unirse al nuevo club de héroes y a la primera reunión que realizarían la tarde siguiente. La respuesta fue abrumadoramente positiva. Todos querían ser parte de esa gran aventura que prometían ser sus encuentros.

A medida que la noche se cernía en el horizonte, Pelonchis se sintió más animado que nunca. Sus amigos estaban entusiasmados con la idea del club, y eso le dio un nuevo propósito. Esa noche, Pascual, un niño del barrio, quien siempre había sido un poco solitario, les envió un mensaje que sorprendió a todos: quería unirse al club también. Pelonchis, Leo y Sara no podían creer que Pascual, que siempre había estado un poco alejado, deseara formar parte de su grupo.

El día del encuentro llegó, y Pelonchis se encontró al frente de su computadora lleno de nervios y emoción. Mientras esperaba a que sus amigos se conectaran, pensó en cómo dar la bienvenida a Pascual. Quería que se sintiera incluido y como si siempre hubiera sido parte de su grupo.

El primer en conectarse fue Leo, que llegó saltando de entusiasmo. Después llegó Sara, que traía una gran idea para el tema de la noche: cada uno debía presentar su «superpoder». A medida que cada niño se conectaba, una energía especial llenaba la sala virtual.

Cuando Pascual se unió, Pelonchis se aseguró de ser el primero en hablar.

—¡Bienvenido, Pascual! ¡Estamos encantados de que te unas a nosotros! —dijo con una sonrisa.

Pascual parecía tímido, se encogió un poco detrás de su cámara y murmuró un «gracias». Pero en sus ojos se podía ver un destello de agradecimiento.

—Hoy vamos a compartir nuestros superpoderes —continuó Leo—. Puede ser algo que te gustaría poder hacer o algo que ya sabes hacer.

Sara comenzó hablando de su «superpoder» de contar historias que transportaban a otros a mundos fantásticos, utilizando su imaginación y los libros que había leído. A medida que el turno pasaba de uno a otro, todos hablaban con entusiasmo y alegría, hasta que llegó el turno de Pascual.

—Yo tengo un superpoder que es un poco raro —comenzó Pascual, claramente nervioso—. Puedo hacer que las plantas crezcan más rápido. Siempre me ha gustado cuidar el jardín en mi casa.

La declaración sorprendió a todos. Sara exclamó:

—¡Eso es increíble! Las plantas son muy importantes para el medio ambiente.

La voz colectiva de los demás apoyó a Pascual, y definitivamente, esa admiración hizo que su rostro se iluminara.

El encuentro continuó, y a medida que compartían sus «superpoderes», el ambiente se volvió más cálido y acogedor. Todo el mundo rió, se sintió más unido y, por primera vez en mucho tiempo, incluso Pascual comenzó a sonreír realmente.

A partir de esa noche, el club de héroes se convirtió en un espacio donde cada uno podía ser ellos mismos, compartir ideas y, lo más importante, sentir que no estaban solos. Con cada reunión, Pascual se volvía más abierto y participativo, y en poco tiempo se convirtió en una pieza clave del grupo.

Las semanas pasaron, y el club creció, incluyendo a muchos más niños que, al igual que ellos, estaban sintiendo la tristeza del aislamiento. A menudo, empezaban sus reuniones discutiendo sobre nuevas historias y aventuras, siendo cada encuentro una mezcla mágica de risas, juegos y apoyo permanente.

Una tarde, mientras estaban en una videollamada, Pelonchis recibió un mensaje de su mamá.

—Desearía ofrecerles hacer una reunión en el parque, con todas las medidas de seguridad —dijo su madre—. ¿Qué opinan?

La idea emocionó a todos. Después de tantas semanas encerrados, se sentían ansiosos por ser parte del mundo físico nuevamente, compartiéndose en compañía nuevamente, haciendo que los vínculos de amistad volvieran a solidificarse.

Así que, el fin de semana siguiente, se encontraron en el parque público, con mascarillas y distancia social, pero el espíritu de la amistad seguía creciendo. Cuando se vieron, los abrazos fueron virtuales, pero las sonrisas y risas fueron reales. Había una magia en el aire, una sensación de libertad que hacía tiempo que no sentían.

Con juegos divertidos, chistes compartidos y el aire fresco llenándoles de energía, el grupo sintió que cada día de aislamiento había valido la pena al final, porque habían forjado una amistad fuerte y auténtica. Ulteriormente, incluso Pascual, que había empezado como un chico reservado, se había transformado en un gran amigo para todos ellos.

Mientras Pelonchis miraba a su alrededor y veía las sonrisas en los rostros de sus amigos, comprendió una lección muy importante sobre la amistad: que, sin importar lo que suceda, los lazos que construimos pueden resistir incluso los momentos más oscuros. La soledad y el miedo no lograrían romper lo que habían cultivado juntos.

Y así, valió la pena quedarse en casa, escuchar historias, compartir risas, y mantenerse unidos, porque lo que verdaderamente importa son las conexiones que hacemos y el apoyo que brindamos, pase lo que pase. La amistad, al igual que las plantas que crecen, necesita cuidado y atención, y en cada encuentro, cada risa, estaban alimentando su propio jardín de relaciones, un jardín que jamás se marchitaría.

La vida continuó en Valle Verde, y aunque el mundo había cambiado con el pasar de los días, Pelonchis, Sara, Leo, Pascual y todos los demás aprendieron que el verdadero poder de la amistad puede resistir cualquier tormenta. Todos ellos, dedicados a cuidar de ese jardín que habían comenzado a construir, sabían que por más dificultad que tuvieran que enfrentar, siempre estarían juntos, apoyándose mutuamente, creando nuevas historias que contar, y con cada hoja que brotaba, se recordaban lo afortunados que eran de tenerse los unos a los otros en sus vidas.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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