Había una vez una niña llamada Anastacia, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de árboles y colinas. Anastacia era una niña muy alegre y siempre tenía una gran sonrisa en su rostro. A ella le encantaba salir a jugar al parque que estaba cerca de su casa, donde podía correr, trepar árboles y, sobre todo, pasar tiempo con sus amigos.
Un día soleado, Anastacia decidió ir al parque como de costumbre. Se puso sus zapatillas de colores y su gorra favorita, y salió corriendo hacia el parque, donde sus amigos, Koko y Kira, la esperaban. Koko era un niño muy curioso, siempre quería saber cómo funcionaban las cosas y le encantaba explorar. Kira, por su parte, era muy juguetona y siempre estaba buscando nuevas formas de divertirse.
Al llegar al parque, Anastacia vio que Koko y Kira estaban sentados en una banca, pero algo no parecía estar bien. Ambos tenían el ceño fruncido y no se estaban hablando. Esto le pareció muy extraño, ya que normalmente siempre estaban riendo y jugando juntos.
«¡Hola, chicos!» saludó Anastacia, intentando animarlos. «¿Por qué están tan serios?»
Koko y Kira se miraron, pero ninguno de los dos respondió de inmediato. Finalmente, Kira rompió el silencio.
«Es que… Koko y yo queríamos jugar a cosas diferentes, y no nos hemos puesto de acuerdo,» explicó Kira, cruzando los brazos.
«Sí,» añadió Koko, «yo quería jugar a explorar el bosque que está cerca del parque, pero Kira quiere quedarse aquí en los columpios.»
Anastacia se dio cuenta de que sus amigos estaban molestos, pero también sabía que este era un pequeño problema que podían resolver juntos. Se sentó entre ellos y dijo: «Oigan, los dos son mis amigos, y sé que podemos encontrar una solución. ¿Qué les parece si jugamos primero a una cosa y luego a la otra? Así todos estaremos felices.»
Kira y Koko se miraron por un momento y luego asintieron con la cabeza. «Está bien,» dijo Kira, «podemos ir primero al bosque con Koko, y luego venimos a los columpios.»
«¡Sí, me parece una buena idea!» respondió Koko, ya mucho más animado.
Así que los tres amigos, sonriendo de nuevo, se pusieron en marcha hacia el bosque cercano. A Koko le encantaba explorar porque siempre había algo nuevo que descubrir: flores de colores, insectos interesantes o incluso pequeñas ardillas que corrían entre los árboles. Anastacia, que siempre estaba atenta a cómo se sentían sus amigos, se dio cuenta de que Kira también comenzaba a disfrutar de la aventura. A veces, cuando uno está molesto, solo hace falta un poco de tiempo y una actitud positiva para cambiar el ánimo.
Después de pasar un buen rato en el bosque, recogiendo hojas de distintos colores y viendo animales, decidieron regresar al parque para jugar en los columpios, tal como Kira había querido desde el principio. Mientras se balanceaban de un lado a otro, reían a carcajadas, olvidando por completo el pequeño conflicto que habían tenido al inicio.
Anastacia siempre había creído que lo más importante en una amistad era cuidar de los demás y asegurarse de que todos se sintieran bien. Cuando uno de sus amigos estaba triste o molesto, ella sabía que con un poco de paciencia y comprensión, podían encontrar una solución juntos.
Más tarde, mientras descansaban bajo la sombra de un gran árbol, Anastacia notó que Koko estaba un poco callado. «¿Todo bien, Koko?» le preguntó amablemente.
Koko suspiró. «A veces, cuando no conseguimos lo que queremos, me siento frustrado. Pero hoy me di cuenta de que es mejor hablarlo y buscar una solución juntos. No quiero que mis amigos estén tristes solo porque yo quiero hacer algo diferente.»
Kira, que había estado escuchando, asintió. «Sí, a veces también me cuesta compartir mis ideas, pero me gusta que podamos hablarlo y que nadie se quede fuera.»
Anastacia sonrió. «Eso es lo que hacen los amigos. Nos escuchamos, encontramos formas de resolver los problemas y nos aseguramos de que todos estén felices. No siempre será fácil, pero lo más importante es que estemos juntos.»
El sol comenzó a ponerse, tiñendo el cielo de colores anaranjados y rosados. Los tres amigos decidieron que era hora de regresar a casa, pero antes de irse, hicieron una promesa: siempre cuidarían su amistad, hablarían cuando tuvieran problemas y, sobre todo, se asegurarían de que todos se sintieran bien.
Al caminar juntos hacia sus casas, Koko, Kira y Anastacia se dieron cuenta de algo muy importante: tener amigos con quienes compartir aventuras, resolver conflictos y cuidar de los demás era una de las cosas más especiales que podían tener.
Y así, aprendieron que la amistad no solo era jugar y reír, sino también escucharse, ser pacientes y cuidar el bienestar de todos. Porque cuando tienes buenos amigos, el mundo siempre es un lugar más feliz.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.