Cuentos de Amistad

El granjero amigo

Lectura para 6 años

Tiempo de lectura: 4 minutos

Español

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En lo alto de una colina, rodeada de verdes campos y animales felices, vivía un granjero llamado Don Ramón. Era un hombre amable y trabajador, con una gran sonrisa y un enorme sombrero de paja que lo protegía del sol mientras cuidaba de su granja. Don Ramón vivía con su hija, Camila, una niña curiosa y llena de energía, que adoraba aprender todo sobre los animales y las plantas de la granja. Juntos formaban un equipo perfecto, siempre listos para cuidar la tierra y los animales con amor.

Un día, Camila llegó corriendo desde la escuela, emocionada por una gran idea que había tenido. «Papá, ¿puedo invitar a mis amigos de la escuela a la granja? Quiero mostrarles todo lo que aprendí contigo, y enseñarles de dónde vienen los alimentos que comemos», dijo con una gran sonrisa.

Don Ramón se acarició la barbilla pensativo. «¡Claro que sí, Camila!», respondió finalmente, «será una gran oportunidad para que tus amiguitos aprendan lo importante que es la granja para todos. Podemos mostrarles cómo se cultivan las frutas y verduras, cómo cuidamos a los animales, y hasta cómo preparamos algunos alimentos frescos».

Al día siguiente, después de la escuela, un grupo de niños llegó a la granja. Había cuatro en total, todos amigos de Camila: Ana, Luis, Mateo y Sofía. Estaban emocionados, ya que ninguno de ellos había estado en una granja antes. Los ojos de los niños se agrandaron al ver los vastos campos de maíz, las vacas pastando tranquilamente y el granero rojo que parecía sacado de un cuento.

«¡Bienvenidos a la granja!», dijo Don Ramón con una gran sonrisa. «Hoy les mostraré cómo funcionan las cosas aquí y cómo podemos hacer alimentos deliciosos directamente de lo que cultivamos y criamos en la granja».

Los niños se miraron unos a otros, llenos de curiosidad y emoción. No podían esperar para empezar.

Don Ramón los llevó primero al huerto. «Aquí es donde cultivamos nuestras verduras», explicó. Señaló las hileras de zanahorias, lechugas, tomates y papas. «Cada una de estas plantas comenzó como una pequeña semilla. Con el tiempo, sol, agua y mucho cuidado, crecen y se convierten en los alimentos que comemos todos los días».

«¿Y se pueden comer directamente?», preguntó Luis, mientras señalaba una zanahoria que sobresalía del suelo.

«¡Claro que sí!», dijo Don Ramón, arrancando una zanahoria del suelo y limpiándola con un paño. «Aunque es mejor lavarlas primero, pero sí, esta zanahoria está lista para comer. Pruébala».

Luis dio un mordisco a la zanahoria, sus ojos se iluminaron al sentir el sabor fresco y crujiente. «¡Es deliciosa!», exclamó.

«Todo sabe mejor cuando sabes de dónde viene», agregó Camila con una sonrisa.

Después de que todos probaran un poco de las verduras frescas, Don Ramón los llevó al corral donde estaban las gallinas. «Las gallinas nos dan huevos», explicó. «Cada mañana recolectamos los huevos frescos y con ellos podemos hacer muchas cosas, como tortillas, pasteles y más».

«¿Podemos recoger algunos?», preguntó Sofía, que nunca había visto una gallina de cerca.

«¡Por supuesto!», dijo Don Ramón. «Pero tienen que ser cuidadosos y suaves para no romper los huevos».

Los niños se acercaron a los nidos con cuidado, y uno a uno fueron recogiendo los huevos que las gallinas habían puesto. Camila les enseñó cómo sostener los huevos sin apretarlos demasiado, y todos los niños sintieron que estaban participando en algo muy especial.

A medida que avanzaba la tarde, Don Ramón decidió mostrarles cómo hacer un alimento que todos disfrutaban: pan casero. «Con el trigo que cultivamos aquí, podemos hacer harina», dijo. «Y con esa harina podemos hacer pan. Es uno de los alimentos más importantes, y no sería posible sin la granja».

Los niños lo observaron con atención mientras él comenzaba a mezclar la harina, el agua, la levadura y la sal. Cada uno de los niños tuvo la oportunidad de amasar la masa del pan, riéndose mientras intentaban seguir las instrucciones de Don Ramón. El granjero luego colocó la masa en el horno de leña y les explicó que debían esperar un poco para que el pan se cocinara.

Mientras el pan estaba en el horno, Don Ramón los llevó al establo, donde conocieron a las vacas que daban la leche. «La leche fresca de las vacas es otro de los alimentos importantes que obtenemos aquí en la granja», explicó. «Con la leche podemos hacer mantequilla, queso y yogur».

Camila, que había aprendido a ordeñar las vacas con su padre, les mostró a sus amigos cómo hacerlo. Los niños se sorprendieron al ver cómo la leche salía directamente del animal, y algunos de ellos incluso intentaron ordeñar a la vaca bajo la supervisión de Don Ramón.

Cuando volvieron a la cocina, el aroma del pan recién horneado llenaba el aire. «¡El pan está listo!», anunció Don Ramón, sacándolo del horno con cuidado. Los niños lo miraron con asombro, emocionados por probar el pan que ellos mismos habían ayudado a hacer.

«Vamos a comerlo con un poco de mantequilla casera que preparé esta mañana», dijo Camila, sacando un tarro de mantequilla fresca. Todos se sentaron alrededor de la mesa, y mientras mordían el pan cálido untado con mantequilla, no podían evitar sonreír.

«¡Es el mejor pan que he probado en mi vida!», dijo Ana con la boca llena.

«Sí, es increíble», agregó Mateo. «Nunca imaginé que se pudiera hacer pan en casa, y mucho menos que fuera tan divertido».

Don Ramón sonrió satisfecho. «Eso es lo maravilloso de la granja. Aquí podemos hacer todo desde cero. Lo que ustedes han visto hoy es solo una pequeña parte de lo que hacemos aquí todos los días. Y lo más importante, hemos compartido estos alimentos con amor y amistad».

Cuando llegó el momento de irse, los niños se despidieron de Don Ramón y de Camila, agradecidos por la experiencia inolvidable. «Gracias, Don Ramón, por enseñarnos tanto hoy», dijo Luis. «Ahora sé de dónde vienen todos estos alimentos, y prometo no desperdiciarlos nunca».

Don Ramón asintió con una sonrisa. «Recuerden siempre respetar la tierra y a los animales, porque ellos nos dan lo que necesitamos para vivir. Y siempre es mejor compartir los frutos de la tierra con los amigos».

Camila se despidió de sus amigos con un gran abrazo. «¡Vuelvan cuando quieran!», les dijo mientras los veía alejarse. «La granja siempre estará aquí para enseñarles más cosas».

A medida que el sol comenzaba a ponerse, Don Ramón y Camila se quedaron en la puerta de la casa, observando los campos que habían cuidado con tanto cariño. «Hoy fue un buen día, ¿verdad, papá?», preguntó Camila.

«Sí, hija», respondió Don Ramón. «Fue un día maravilloso. No hay nada más importante que enseñar a los niños el valor de la amistad y el trabajo en la granja. Y estoy seguro de que hoy ellos aprendieron algo que llevarán con ellos para siempre».

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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