Era un día soleado y radiante en la playa, y el mar brillaba con un azul intenso. Marita y Abril estaban emocionadas. Eran mejores amigas y cada verano pasaban sus vacaciones en la misma playa, jugando y explorando juntas. Esa mañana, decidieron aprovechar al máximo el día y se adentraron en el agua con sus flotadores.
“¡Mira, Marita! ¡Yo puedo saltar más alto que las olas!”, gritó Abril mientras saltaba con su flotador en forma de flamenco. Marita, con su flotador de estrella de mar, se rió y respondió: “¡Eso es nada! ¡Yo puedo hacer una voltereta en el agua!”. Ambas se sumergieron, y bajo el agua, reían y hacían burbujas, disfrutando de la libertad que solo el mar podía ofrecer.
Después de un rato de jugar en las olas, Marita se sentó en su flotador y contempló el horizonte. “¿Te imaginas vivir en una isla desierta?”, preguntó. Abril, que estaba jugando con una ola, salió del agua y se sentó junto a Marita. “¡Sí! Podríamos construir una casa con conchas y hacer un jardín de plantas mágicas”, dijo emocionada.
Mientras las dos amigas hablaban sobre sus sueños, un grupo de peces de colores nadó cerca de ellas, como si quisieran unirse a la conversación. “¡Mira, Marita! ¡Son tan hermosos!”, exclamó Abril. Los peces brillaban con los colores del arcoíris y parecían bailar en el agua. Marita sonrió y decidió que sería una gran idea intentar atraparlos con sus manos.
“¡Vamos a intentar atraparlos!”, propuso. Ambas se sumergieron en el agua, tratando de tocar a los peces. Sin embargo, los peces eran muy rápidos y siempre se escabullían. Las risas de las niñas resonaban en el agua mientras seguían intentándolo.
“Esto es más difícil de lo que pensé”, dijo Marita, un poco cansada, pero aún riendo. “Tal vez deberíamos intentar hacer algo diferente”. Abril asintió, y después de pensar un momento, sugirió: “¿Qué tal si hacemos una carrera de flotadores? El primero en llegar a la boya gana”.
La idea les pareció genial, así que se colocaron en sus flotadores, listas para la carrera. “¡A la cuenta de tres!”, dijo Abril. “¡Uno, dos, tres, ya!”. Las dos amigas comenzaron a remar con sus manos, riendo y compitiendo. El sol brillaba sobre ellas y las olas les empujaban hacia adelante.
Marita se esforzaba al máximo y, a pesar de que Abril parecía llevar ventaja, no se dio por vencida. De repente, una ola grande las empujó y ambas se deslizaron hacia la boya al mismo tiempo. “¡Es un empate!”, gritaron al unísono, y las risas llenaron el aire.
Cuando llegaron a la boya, se abrazaron, felices por el divertido momento que habían compartido. “¡Esto fue increíble! Debemos hacer carreras más a menudo”, dijo Marita, aún respirando rápido por la emoción. Abril asintió y propuso: “Y también deberíamos invitar a nuestros amigos a jugar con nosotros la próxima vez”.
Al regresar a la orilla, se sentaron en la arena caliente para descansar. El mar estaba tranquilo y el sonido de las olas era relajante. “¿Qué te gustaría hacer ahora?”, preguntó Abril mientras construía castillos de arena. Marita pensó un momento y dijo: “Podríamos buscar tesoros en la playa. Siempre hay conchas y piedras bonitas”.
Así que, armadas con sus cubos y palas, se pusieron a buscar tesoros. Recorrieron la orilla, llenando sus cubos con conchas de diferentes colores y formas. “¡Mira esta!”, gritó Marita, sosteniendo una concha en forma de espiral. “Es la más bonita que he visto”. Abril, que había encontrado una concha rosa brillante, respondió: “¡Es preciosa! Deberíamos hacer collares con ellas”.
Después de un rato, decidieron que era hora de hacer los collares. Se sentaron en la arena y empezaron a hilar las conchas con un hilo que habían encontrado. Mientras trabajaban, Marita miró al mar y dijo: “¿Te imaginas si encontramos un tesoro real, como un cofre lleno de joyas?”.
“Sería genial”, dijo Abril, riendo. “Pero lo que realmente importa es que tenemos nuestra amistad y todos estos hermosos recuerdos”. Marita sonrió, sintiendo que tenía toda la razón. La verdadera aventura no estaba en el tesoro, sino en los momentos que compartían.
Al terminar sus collares, las chicas se pusieron de pie y admiraron sus creaciones. “¡Mira lo que hicimos! ¡Son hermosos!”, exclamó Marita, emocionada. “¡Deberíamos mostrarles a nuestros amigos!” Y así, corrieron hacia el grupo de amigos que se había reunido más lejos.
“¡Chicos, miren nuestros collares de conchas!”, gritaron mientras se acercaban. Sus amigos, que estaban jugando a la pelota, se detuvieron y miraron admirados. “¡Son increíbles!”, dijo uno de ellos. “¡Tienen que enseñarnos a hacerlos!”.
Marita y Abril comenzaron a explicar cómo habían encontrado las conchas y cómo las habían hilado. Pronto, todos se unieron a la actividad, recolectando conchas y creando sus propios collares. La playa se llenó de risas y color, y el día se convirtió en una gran celebración de amistad y creatividad.
Cuando el sol comenzó a ponerse, el cielo se pintó de tonos anaranjados y rosados. “¡Mira qué hermoso es el atardecer!”, dijo Abril, maravillada. Marita sonrió y respondió: “Es aún más hermoso porque lo compartimos juntos”.
Mientras el sol se ocultaba en el horizonte, las chicas se sentaron en la arena con sus amigos, admirando la vista. “No hay mejor tesoro que la amistad”, dijo Marita, y todos estuvieron de acuerdo. Aquella tarde, en la playa, comprendieron que los momentos vividos juntos eran lo que realmente hacía que su aventura fuera especial.
Al final del día, mientras regresaban a casa, Marita y Abril sabían que siempre recordarían ese verano lleno de risas, juegos y amistad. Y así, el Bosque de las Setas Sabias se llenó de historias y memorias que nunca olvidarían, un lugar donde la amistad siempre brillaría, como el sol que iluminaba sus días.
Así, en un rincón del mundo, Marita y Abril continuaron compartiendo aventuras, llenando sus corazones de alegría y creando un lazo que duraría para siempre, porque en la vida, lo más importante no son los tesoros materiales, sino las amistades que forjamos en el camino.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.