Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de densos bosques y montañas verdes, dos mejores amigas llamadas Caperucita y Angelina. Caperucita, con su famosa capa roja, era una niña valiente que siempre estaba dispuesta a aventurarse. Angela, por otro lado, era un poco más reservada y soñadora; amaba leer historias sobre mundos mágicos y amigos leales. Aunque eran diferentes, se complementaban perfectamente y compartían una amistad que brillaba como el sol en un día despejado.
Cada día, después de la escuela, Caperucita y Angelina se encontraban en la casa de Angelina. Juntas, disfrutaban de cuentos infantiles, hacían manualidades y, sobre todo, soñaban con tener su propio jardín mágico. «Imagina un lugar donde las flores cantan y los árboles cuentan chistes», decía Angelina mientras dibujaba en su cuaderno. Caperucita sonreía emocionada, «y donde los animales juegan con nosotros y nunca se sienten solos».
Un día, mientras exploraban las páginas de un antiguo libro de cuentos en el desván de la abuela de Angelina, las amigas encontraron un mapa antiguo que llevaba a un misterioso jardín. El mapa mostraba una ruta a través del bosque, cruzando un arroyo y subiendo una pequeña colina, hasta llegar a un lugar marcado con un símbolo de una flor radiante. La emoción llenó su corazón. «¡Debemos ir a explorar este jardín!», exclamó Caperucita. «¡Quizás allí encontremos flores mágicas que cumplan deseos!», agregó Angelina con ojos brillantes.
Al día siguiente, con una mochila repleta de bocadillos, agua y un cuaderno para anotar todas sus aventuras, decidieron seguir el mapa. Con Caperucita al frente y Angelina detrás, comenzaron su travesía. El camino era un poco estrecho y la luz del sol se filtraba a través de las hojas de los árboles, creando patrones danzantes sobre el suelo. Al poco tiempo, llegaron a un brillante arroyo que serpenteaba por el bosque. El sonido del agua era relajante y refrescante.
«Vamos a detenernos un momento a descansar», propuso Caperucita. Ambas se sentaron sobre unas piedras suaves, disfrutando del aire fresco y de la belleza que las rodeaba. Sin embargo, mientras conversaban sobre qué tipo de flores encontrarían, una pequeña ardilla se acercó curiosa. Era traviesa y peluda, con una cola rizada que se movía de un lado a otro. «¡Hola, ardillita!», saludó Caperucita, «¿quieres jugar con nosotras?»
La ardilla se presentó como Chispa. «¡Hola, amigas! He estado escuchando su conversación. ¿Ustedes buscan el jardín mágico?» Las chicas se miraron intrigadas. «¿Tú lo conoces?», preguntó Angelina. Chispa asintió con entusiasmo y dijo: «¡Sí! Sé el camino, pero les advierto, el jardín no es solo un lugar bonito. También tiene una prueba que deben superar para entrar».
Caperucita, siempre valiente, sonrió y dijo: «¡Eso no es un problema! Juntas, podemos superar cualquier desafío». Angelina, aunque un poco nerviosa, también sonrió. La idea de tener una amiga nueva como Chispa las llenó de optimismo. Así, las tres compañeras continuaron la aventura juntas, sumando una nueva amiga a su grupo.
Mientras seguían el mapa, comenzaron a ascender por la colina. En la cima, un gran árbol antiguo se alzaba, sus ramas largas parecían tocar el cielo. Chispa les explicó que debían resolver un acertijo que el árbol guardaba para poder acceder al jardín. «Escuchen con atención», dijo Chispa, «esto dice: ‘Cuatro patas tengo, pero no puedo andar. A veces me cuelgo, a veces me quedo a ras, en las casas vas a encontrarme, ¿qué soy?’». Las amigas se miraban y pensaban.
«¡Una silla!», exclamó Caperucita. «¡No, no! ¡Es un cuadro!», dijo Angelina. «¡Es un tapiz! ¡Eso es!», intervino Chispa. Cada respuesta sonaba más confusa que la anterior y el árbol, que parecía impaciente, hizo crujir sus hojas. Las tres se concentraron y al final, Angelina tuvo una revelación. «¡Es una lámpara!».
El árbol hizo un sonido como un suspiro, y de repente, una luz brillante brotó de su tronco, revelando una puerta secreta en la base del árbol. Las chicas, con el corazón latiendo de emoción, se miraron y decidieron entrar.
Al cruzar la puerta, se encontraron en un mundo deslumbrante. Un jardín extenso se extendía ante sus ojos, lleno de flores de todos los colores que podían imaginar. Las flores no solo brillaban, sino que, para su sorpresa, comenzaron a cantar con suaves melodías que llenaban el aire. Los árboles, enormes y frondosos, parecían reírse entre ellos.
«¡Miren eso!», exclamó Chispa mientras corría hacia un grupo de flores que brillaban como estrellas. Las chicas la siguieron. De pronto, se dieron cuenta de que había un camino en el jardín que parecía llamarlas. Caperucita, con su curiosidad siempre presente, dijo: «¿Dónde llevará este camino? ¡Debemos seguirlo!».
Siguieron el sendero de flores cantarinas hasta que encontraron un enorme claro. En el centro del claro había una fuente de agua cristalina. Sin embargo, a su lado, había una sombra que las hizo detenerse en seco. Era un gran lobo, pero, sorpresivamente, no parecía feroz. Tenía ojos amables y su pelaje era suave. Su voz era profunda y melodiosa. «¡Hola, chicas!», dijo. «Soy el Guardián del Jardín. Solo aquellos que tienen un corazón puro y una verdadera amistad pueden permanecer aquí».
Caperucita, que había escuchado historias de lobos feroces, sintió un escalofrío, pero pronto se dio cuenta de que el lobo no tenía ninguna intención de hacerles daño. «¿Qué prueba debemos pasar para demostrar nuestra amistad?», preguntó Angelina con curiosidad.
El lobo les explicó que debían encontrar cuatro objetos -el primer objeto era un corazón de piedra que representaba la amistad y debía ser traído de lo más profundo del bosque; el segundo era una flor que nunca marchitaba, que solo crecía en la parte más alta de la montaña; el tercer objeto era una pluma de un pájaro que vivía en el cielo y que se decía que contaba chistes; y, por último, la risa de un niño que debía ser compartida en el jardín.
Caperucita y Angelina se miraron con determinación. «¡Podemos hacerlo!», gritó Caperucita. Con Chispa a su lado, el lobo les señaló el camino hacia la primera prueba. El trío se adentró en el bosque, siguiendo el sonido de un agua que corría. Mientras avanzaban, fomentaron su amistad, ayudándose mutuamente a subir y bajar por los suaves y verdes senderos.
Después de varias aventuras, lograron encontrar el corazón de piedra en un claro cubierto de musgo. Al recogerlo, se sintieron contentas, pero su camino no estaba libre de obstáculos. Pronto encontraron un río caudaloso que debían cruzar. «No puedo nadar», dijo Chispa, preocupada.
«Podemos hacer un puente», sugirió Angelina, mirando a su alrededor y buscando ramas. Con la ayuda de Caperucita, comenzaron a armar un pequeño puente. La amistad y la cooperación les ayudaron a superar este reto. Una vez al otro lado, siguieron subiendo hacia la montaña, donde encontraron la flor que nunca marchitaba en el borde de un acantilado. Caperucita, siempre valiente, la recogió con cuidado mientras Angelina la ayudaba a no caer.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.