Había una vez una rana llamada Margarita, que vivía en una laguna verde y tranquila. Aunque el agua era abundante y los días soleados, Margarita no era completamente feliz. Se pasaba los días sentada en una hoja de lirio, mirando a las otras ranas chapotear juntas y jugar en el agua. Aunque había muchas ranas en la laguna, Margarita se sentía sola. No tenía amigos con quienes compartir sus saltos y charlas, y esa soledad pesaba en su pequeño corazón.
Cada día, Margarita intentaba unirse a las otras ranas, pero siempre la ignoraban. “Margarita, no puedes saltar tan alto como nosotras”, decía una de ellas riendo. “¿Por qué no te quedas en tu hoja?”. Las palabras dolían, y Margarita se retiraba, sintiéndose aún más sola.
Un día, mientras observaba el horizonte desde la orilla de la laguna, Margarita tuvo una idea que la llenó de emoción. “¿Y si abandono la laguna y me voy en busca de nuevas aventuras? ¿Qué habrá más allá de estos estanques? Quizás, allá afuera, encuentre amigos y cosas emocionantes que aquí nunca he visto”, pensó para sí misma. Con el corazón palpitante de entusiasmo, decidió que era hora de hacer un cambio.
Esperó a que la noche cayera, cuando todas las demás ranas estaban dormidas, y se escabulló por entre las cañas. Al dar sus primeros saltos fuera de la laguna, sintió una mezcla de emoción y miedo. El cielo estaba lleno de estrellas brillantes, como si la estuvieran guiando en su nuevo camino.
Saltó durante varias horas, admirando todo lo que la rodeaba. En su camino, se encontró con un hermoso jardín lleno de flores de todos los colores. “¡Qué lugar tan bonito!”, exclamó Margarita. Saltó de una flor a otra, disfrutando de los suaves pétalos que acariciaban su piel. Pero, a pesar de la belleza del lugar, Margarita aún se sentía sola.
Justo cuando iba a continuar su camino, escuchó un ruido detrás de un arbusto. Se acercó con curiosidad y vio a un pequeño gato jugueteando con una bola de hilo. “¡Hola!”, saludó Margarita con alegría. “Soy Margarita, una rana en busca de amigos”. El gato levantó la cabeza, sorprendido por la aparición de la rana. “¡Hola, Margarita! Soy Gato, y estoy jugando. Pero no puedo jugar contigo porque no sé saltar como tú”, respondió Gato con una sonrisa.
Margarita sintió una chispa de esperanza. “No importa, Gato. Podemos jugar juntos de otras maneras. ¿Te gustaría unirte a mí en mi búsqueda de amigos?” Gato pensó un momento y luego dijo: “¡Sí, eso suena divertido!”.
Así que, juntos, Margarita y Gato continuaron su camino. De repente, escucharon un suave sonido proveniente de un arbusto cercano. “¿Qué será eso?”, preguntó Gato con curiosidad. “Vamos a averiguarlo”, sugirió Margarita. Se acercaron sigilosamente y, al asomarse, encontraron a una conejita pequeña y suave con orejas largas y tiernas.
“¡Hola!”, dijo la conejita, asustada al ver a los dos nuevos amigos. “¿Quiénes son ustedes?”. “Soy Margarita, y este es Gato. Estamos en busca de amigos”, respondió la rana con entusiasmo. La conejita, que se llamaba Coneja, sonrió al escuchar esto. “¡Yo quiero ser su amiga también!”.
Y así, el trío continuó su aventura. Margarita, Gato y Coneja exploraron un hermoso prado lleno de flores silvestres. Jugaron a las escondidas entre los tallos altos, se tiraron en la hierba y contaron historias de sus días en la laguna y en el bosque. La risa llenó el aire, y Margarita se dio cuenta de que, por fin, no estaba sola. Tenía amigos con quienes compartir sus aventuras.
Después de un rato, decidieron descansar bajo un gran árbol frondoso. Mientras se recostaban, Margarita miró a sus nuevos amigos y sintió una alegría que nunca había experimentado antes. “Esto es increíble”, dijo. “Gracias por ser mis amigos”. Gato y Coneja sonrieron y le aseguraron que estaban felices de tenerla en sus vidas.
Sin embargo, a medida que el sol comenzaba a ponerse, Margarita se dio cuenta de que estaba lejos de su hogar. “Deberíamos volver a la laguna antes de que anochezca”, sugirió Coneja. “Mis papás se preocuparán si no regreso a casa”, añadió Gato. Margarita sintió un nudo en el estómago. “Pero no quiero perder esta maravillosa amistad”, pensó.
“Siempre podremos vernos de nuevo”, dijo Coneja, como si hubiera leído sus pensamientos. “Podemos hacer un plan para encontrarnos aquí otra vez. ¡Podremos tener más aventuras juntos!”. Margarita sonrió, aliviada. “¡Eso es genial! Prometo que volveré”.
Así que los tres amigos regresaron a sus hogares, con la promesa de encontrarse de nuevo en el prado. Margarita saltó de regreso a la laguna, sintiéndose más feliz que nunca. Cuando llegó a su hogar, notó que las otras ranas la miraban con curiosidad. “¿Dónde estuviste, Margarita?”, preguntó una de ellas.
Margarita sonrió y les contó sobre su aventura, sobre Gato y Coneja, y cómo había encontrado amigos. Las otras ranas, sorprendidas, comenzaron a escuchar atentamente. “¿Puedo conocer a tus amigos?”, preguntó otra rana. “¡Claro! ¡Los traeré la próxima vez!”, exclamó Margarita con alegría.
Y así, los días pasaron, y cada semana, Margarita se reunía con Gato y Coneja en el prado. Juntos exploraron nuevos lugares, jugaron y compartieron historias. Un día, Margarita decidió que era hora de presentar a sus amigos a las otras ranas.
Cuando llegó el día de la presentación, Margarita llevó a Gato y Coneja a la laguna. Las ranas estaban un poco asustadas al principio, pero al ver cómo Gato y Coneja eran amables y juguetones, se sintieron más cómodas. “¡Hola a todos! Estos son mis amigos, Gato y Coneja”, dijo Margarita con orgullo.
Las ranas comenzaron a reír y a jugar juntas. Pronto, todos estaban corriendo, saltando y disfrutando de la compañía. Margarita se sintió muy feliz al ver cómo su nueva amistad unía a todos en la laguna.
Desde ese día, la laguna se llenó de risas y alegría. Las ranas, Gato y Coneja se volvieron inseparables. Aprendieron que, aunque Margarita había empezado su aventura sintiéndose sola, ahora tenía amigos que siempre estarían a su lado.
Y así, Margarita, Gato y Coneja continuaron compartiendo aventuras, mostrando a todos que la verdadera amistad es un regalo maravilloso. Aprendieron que, al abrir sus corazones a nuevas amistades, podían crear momentos inolvidables juntos.
Al final, Margarita comprendió que nunca más se sentiría sola. Había encontrado no solo amigos, sino una familia que la aceptaba tal como era. Y cada día, se sentía más feliz en su laguna, rodeada de amigos que la querían y la apoyaban.
Así, la historia de Margarita, Gato y Coneja se convirtió en una hermosa leyenda en el pueblo, recordando a todos que la amistad es el tesoro más valioso que uno puede tener.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.