Era una tarde soleada en la Escuela de Los Pinos. Los cinco amigos, Iker, Hellen, Mateo, Sofía y Cleo, estaban emocionados porque ese día llegaría un nuevo compañero a la escuela. Habían escuchado muchos rumores sobre él y estaban ansiosos por conocerlo. Sus maestros, Emmy y Teo, les habían contado que se llamaba Jhoan y que había venido de una ciudad muy lejana.
Los niños se reunieron en el patio de recreo, donde el sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rosados. Las sombras se alargaban y una brisa fresca corría entre los árboles.
“¡Estoy tan nerviosa!” dijo Hellen, quien tenía una sonrisa de oreja a oreja. Era una niña con una imaginación desbordante, siempre llevaba un sombrero de bruja que había hecho ella misma con cartulina y purpurina.
“Yo también,” confesó Mateo, quien trataba de parecer valiente. Era un niño delgado y alto, con una capa roja que ondeaba al viento. Le encantaba fingir que era un vampiro.
Sofía, que siempre estaba envuelta en vendas como una momia, asintió con la cabeza. “¿Y si no le caemos bien?” preguntó con preocupación.
“No te preocupes, Sofía,” dijo Cleo, con su característico peinado despeinado que le daba el aspecto de un pequeño Frankenstein. “Seguro que le gustamos. Somos un grupo divertido.”
Finalmente, llegó el momento tan esperado. Emmy y Teo aparecieron con Jhoan. Era un niño de su misma edad, con cabello negro y ojos curiosos. Jhoan parecía un poco tímido, pero también muy curioso por conocer a sus nuevos compañeros.
“¡Hola, Jhoan!” exclamaron los cinco al unísono.
Jhoan sonrió tímidamente y saludó con la mano. “Hola,” dijo en voz baja.
Mientras se presentaban y hacían preguntas a Jhoan, el sol continuaba descendiendo y las primeras estrellas comenzaban a aparecer en el cielo. De repente, algo extraño ocurrió. El ambiente se llenó de una energía mágica y los cinco amigos sintieron un cosquilleo por todo el cuerpo. Antes de que pudieran comprender lo que pasaba, se transformaron en las criaturas que solían imaginar.
Iker se convirtió en un lobo con pelaje plateado y ojos brillantes. Hellen, en una bruja con un vestido negro y un sombrero puntiagudo que brillaba bajo la luz de las estrellas. Mateo se transformó en un vampiro con colmillos y una capa que parecía más real que nunca. Sofía se convirtió en una momia de verdad, con vendas que se movían ligeramente al ritmo del viento. Cleo, por su parte, se convirtió en un pequeño Frankenstein, con tornillos en el cuello y una piel verdosa.
Jhoan, que había observado todo en silencio, no pudo evitar abrir los ojos de par en par. Los demás lo miraron esperando su reacción. Iker se acercó a él y, en un tono amigable, le dijo: “No te preocupes, Jhoan. Nosotros somos así. ¿Y tú? ¿No te transformarás también?”
Jhoan miró al suelo, avergonzado. “Yo… no sé cómo hacerlo,” murmuró.
Hellen se acercó a él y lo tomó de la mano. “No pasa nada, Jhoan. Estamos aquí para ayudarte. Sólo tienes que creer en ti mismo.”
Mateo asintió. “Sí, Jhoan. Cierra los ojos y piensa en tu monstruo favorito.”
Jhoan cerró los ojos con fuerza y se concentró. Poco a poco, su piel comenzó a adquirir un tono azul y su cabello cambió, convirtiéndose en un zombie azul. Abrió los ojos y miró sus manos con asombro. “¡Lo logré!” exclamó.
Los demás aplaudieron y lo abrazaron. “¡Bienvenido al club de los monstruos!” dijo Cleo riendo.
Los maestros Emmy y Teo, que habían estado observando todo desde la distancia, se acercaron y les entregaron pinturas de colores. “Jhoan, tenemos una tarea especial para ti. Queremos que pintes un mural en esta pared, para que todos recuerden esta noche mágica.”
Jhoan tomó las pinturas con entusiasmo y se puso a trabajar. Los otros niños lo ayudaron a dibujar y pintar sus versiones monstruosas en la pared. Trabajaron juntos bajo la luz de la luna, riendo y contando historias.
Cuando el sol comenzó a salir, los niños regresaron a su forma humana, pero el mural quedó como un testimonio de su amistad y de la noche mágica que habían compartido. Jhoan, que al principio se había sentido tan tímido y fuera de lugar, ahora se sentía parte de un grupo especial de amigos.
“Gracias, chicos,” dijo Jhoan, sonriendo. “Nunca olvidaré esta noche.”
“Nosotros tampoco,” respondió Iker. “Eres uno de nosotros ahora, Jhoan. Siempre seremos amigos.”
Y así, la amistad de Iker, Hellen, Mateo, Sofía, Cleo y Jhoan creció y se fortaleció con cada día que pasaba. Aprendieron que, aunque fueran diferentes, sus diferencias los hacían únicos y especiales. Y cada vez que miraban el mural en la pared, recordaban la mágica tarde en la Escuela de Los Pinos y la increíble transformación que había unido sus corazones para siempre.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.