Cuentos de Amistad

Un Mundo Compartido

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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En el pequeño pueblo de Valleverde, bajo la sombra de grandes robles y el murmullo constante del río que lo atravesaba, vivían Zael y Tomás, dos amigos inseparables cuya amistad había florecido contra todo pronóstico.

Zael era un niño con TEA (Trastorno del Espectro Autista), lo que hacía que su manera de ver el mundo fuese única y especial. Le gustaban las rutinas, los colores brillantes y disfrutaba de momentos de tranquilidad en los que podía perderse en sus pensamientos o en su juego favorito de construcción con bloques. A veces, Zael se sentía abrumado por los ruidos fuertes o los lugares demasiado concurridos, pero en Tomás había encontrado un amigo que comprendía sus necesidades y siempre estaba dispuesto a buscar espacios donde ambos pudieran estar cómodos.

Tomas, por su parte, era un torbellino de energía, con una risa contagiosa y un corazón generoso. Con su cabello rojo y rizado y una colección de pecas que parecían esparcirse con el sol del verano, Tomás tenía la habilidad de encontrar aventuras en cada esquina. Sin embargo, lo que más apreciaba era la compañía de Zael, su amigo que le enseñaba a mirar el mundo desde una perspectiva diferente.

Un día de primavera, cuando las flores comenzaban a despertar y el parque del pueblo se llenaba de colores, Zael y Tomás decidieron ir a su lugar favorito bajo un árbol grande, donde el mundo parecía moverse a un ritmo que Zael podía disfrutar plenamente. Llevaban consigo el nuevo juego de mesa que Tomás había recibido por su cumpleaños, ansiosos por probarlo juntos.

Mientras colocaban las piezas y leían las reglas, algunos niños del colegio pasaron por allí. Algunos se detuvieron a mirar y murmuraron entre ellos, no entendiendo completamente por qué Tomás elegía pasar tanto tiempo con Zael, quien a menudo prefería no participar en los juegos ruidosos o las carreras que organizaban los otros niños.

Tomas, notando las miradas, simplemente sonrió y se encogió de hombros. «Zael ve cosas que nosotros no podemos ver», le explicó a uno de los niños más curiosos. «Y juntos, encontramos mundos que nadie más podría imaginar.»

Intrigados, algunos niños se acercaron más y Tomás los invitó a unirse al juego. Al principio, Zael se sintió un poco ansioso por la nueva situación, pero Tomás estaba allí, guiándolo con paciencia y asegurándose de que se sintiera cómodo.

Fue una tarde mágica, donde risas y estrategias se entremezclaban. Zael, con su atención al detalle, sorprendió a todos con sus jugadas ingeniosas, mientras que Tomás aseguraba que todos siguieran las reglas y se divirtieran. Al final del día, varios niños habían aprendido no solo a jugar un nuevo juego, sino también a apreciar las pequeñas cosas que hacían único a Zael.

Desde ese día, el árbol bajo el cual jugaban Zael y Tomás se convirtió en un punto de encuentro para muchos niños del pueblo, un lugar donde la amistad no conocía barreras y donde todos podían ser ellos mismos, apreciando las diferencias que cada uno aportaba al grupo.

Zael y Tomás continuaron siendo los mejores amigos, y con cada juego, con cada tarde compartida, enseñaban a los demás la belleza de la aceptación y la riqueza que se encuentra al compartir mundos a través de los ojos de otro.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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