Había una vez cuatro amigas muy felices que se llamaban Ale, Aby, Pamela y Nikkia. Eran inseparables y siempre buscaban nuevas aventuras. Un día, mientras jugaban en el parque, Ale dijo con una sonrisa: “¿Qué les parece si hacemos un viaje a Nueva York?” Las otras tres amigas se miraron y comenzaron a saltar de alegría. “¡Sí! ¡Vamos a Nueva York!” gritaron al unísono.
Las cuatro amigas empezaron a planear su gran aventura. Primero, fueron a casa de Ale, donde se sentaron en la sala a investigar sobre Nueva York. Miraron mapas y fotos de lugares famosos como la Estatua de la Libertad, el Central Park y Times Square. “¡Hay tanto que ver!” dijo Pamela, emocionada. “¡Quiero ver todos esos brillantes letreros de neón!” exclamó Aby, mientras apuntaba a una foto.
Después de planear todos los detalles, decidieron que debían empacar sus mochilas. “No olvidemos llevar nuestras cámaras para tomar fotos,” dijo Nikkia, mientras llenaba su mochila con snacks y su cámara. Las otras chicas también empacaron lo que creían que necesitarían para su viaje: ropa cómoda, galletas y, por supuesto, sus peluches favoritos.
Al día siguiente, se despertaron muy temprano. El sol apenas salía y las aves comenzaban a cantar. Las cuatro amigas estaban listas y emocionadas. Se tomaron de las manos y gritaron: “¡Aventuras en Nueva York, aquí vamos!” Juntas, caminaron hacia la estación de tren.
El viaje en tren fue muy divertido. Las amigas se sentaron juntas y comenzaron a contar historias. “Cuando esté en Nueva York, quiero probar una rebanada de pizza gigante,” dijo Ale, haciendo que todas se rieran. “Yo quiero comer un perrito caliente en la calle,” agregó Aby. “¡Y yo quiero comprar un recuerdo en Times Square!” dijo Pamela, mirando por la ventana.
Finalmente, después de un emocionante viaje, llegaron a la estación de tren en Nueva York. “¡Miren, estamos aquí!” gritó Nikkia, saltando de alegría. El bullicio de la ciudad las envolvió: había taxis amarillos, gente hablando y música sonando en las calles. Las cuatro amigas estaban fascinadas.
“¡Vamos a ver la Estatua de la Libertad primero!” sugirió Nikkia. Así que tomaron un taxi y se dirigieron al puerto. Cuando llegaron, subieron a un ferry que las llevaría hasta la isla donde estaba la estatua. “¡Miren hacia atrás! ¡El skyline de Nueva York es increíble!” exclamó Ale, señalando los altos edificios.
Cuando el ferry llegó a la isla, las amigas bajaron y corrieron hacia la estatua. “¡Es más grande de lo que pensé!” dijo Aby, mirando hacia arriba. Todas estaban emocionadas y decidieron tomar una foto juntas frente a la estatua. Sonrieron, hicieron poses divertidas y, por supuesto, sostuvieron sus cámaras.
Después de disfrutar de la Estatua de la Libertad, decidieron explorar un poco más. “¿Qué les parece si vamos al Central Park?” preguntó Pamela. “¡Sí! ¡Podemos hacer un picnic!” dijo Nikkia. Así que se dirigieron al parque, donde encontraron un hermoso lugar con césped verde y grandes árboles.
Se sentaron en una manta que habían traído y comenzaron a sacar las galletas y frutas que habían empacado. “Este es el mejor picnic del mundo,” dijo Ale, mientras mordía una galleta. De repente, vieron a un grupo de patos nadando en un pequeño lago. “¡Miren esos patitos!” gritó Aby, corriendo hacia el agua.
Las amigas se rieron y comenzaron a jugar con los patos. Se acercaron y les lanzaron pequeños trozos de pan. “¡Son tan adorables!” dijo Pamela, riendo. Pasaron horas en el parque, jugando y disfrutando del día soleado.
Después de su tiempo en el parque, decidieron que era hora de ir a Times Square. “No puedo esperar a ver todas esas luces brillantes,” dijo Nikkia, emocionada. Tomaron el metro, y mientras viajaban, compartieron historias sobre lo que más querían hacer en la ciudad.
Cuando llegaron a Times Square, las luces y los letreros de neón las deslumbraron. “¡Es aún más increíble de lo que imaginaba!” exclamó Ale. “¡Miren esas pantallas gigantes!” dijo Aby, señalando una pantalla que mostraba un espectáculo de luces. Todas estaban fascinadas y corrieron por la plaza, mirando cada detalle.
Mientras exploraban, encontraron un carrito que vendía perritos calientes. “¡Tengo hambre!” dijo Pamela. “¡Vamos a probar algunos!” Compraron varios perritos calientes y se sentaron en una banca para disfrutar de su comida. “Esto es delicioso,” dijo Nikkia, mientras daba un gran mordisco.
Después de comer, decidieron que era el momento de comprar recuerdos. “Quiero una camiseta que diga ‘Nueva York’,” dijo Aby. “Yo quiero un llavero de la Estatua de la Libertad,” agregó Ale. Las amigas recorrieron las tiendas, riendo y eligiendo sus recuerdos favoritos.
El tiempo pasó volando, y cuando se dieron cuenta, el sol comenzaba a ponerse. “Miren, ¡el atardecer es hermoso!” dijo Pamela, admirando los colores del cielo. “Deberíamos encontrar un lugar para ver el atardecer,” sugirió Nikkia. Así que comenzaron a buscar un buen lugar.
Finalmente, encontraron un pequeño mirador con una vista espectacular del horizonte de la ciudad. Se sentaron en el borde y miraron el atardecer. Los colores del cielo cambiaban de naranja a rosa y luego a púrpura. “Esto es mágico,” susurró Ale. Las amigas se tomaron de las manos y disfrutaron del momento juntas.
“¿Saben qué?” dijo Aby, “este viaje es especial no solo por los lugares que hemos visitado, sino por el tiempo que hemos pasado juntas.” Las demás asintieron, sintiendo la misma conexión. “Siempre recordaré este día,” dijo Pamela con una sonrisa.
Con el cielo oscureciéndose, las luces de la ciudad comenzaron a brillar. “¡Es hora de ver Times Square iluminado de noche!” exclamó Nikkia. Regresaron a la plaza, y la vista era aún más impresionante. Las luces brillaban y la energía de la ciudad se sentía en el aire. “¡Es como un sueño!” dijo Ale, mirando a su alrededor.
Decidieron que querían hacer una última cosa antes de regresar. “¡Hagamos un baile en medio de la plaza!” sugirió Pamela. Así que, en medio de las luces y la música, comenzaron a bailar. No importaba que la gente las mirara; estaban disfrutando de su amistad y de cada momento.
Al final del día, las cuatro amigas estaban cansadas pero felices. Habían vivido una aventura increíble y habían creado recuerdos que atesorarían para siempre. “Gracias por ser las mejores amigas,” dijo Luna. “Este viaje ha sido maravilloso gracias a ustedes.”
“Sí, y prometamos que siempre tendremos aventuras juntas,” dijo Aby. Las demás asintieron, sabiendo que la amistad era el mejor regalo que podían tener.
Mientras se dirigían de regreso al hotel, miraron hacia atrás y sonrieron. Nueva York había sido una aventura mágica, pero lo más importante era que lo habían vivido juntas. Al llegar al hotel, se abrazaron y prometieron que este sería solo el primero de muchos viajes.
Así, en su corazón, sabían que la amistad era la verdadera magia que hacía que cada aventura fuera especial.
Fin
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.