En un rincón olvidado del universo, más allá de las estrellas conocidas por los astrónomos humanos, se encuentra Gondara, un planeta de exuberante vegetación y misterios sin resolver. Allí, entre valles esculpidos por ríos de aguas cristalinas y montañas que tocaban las nubes, vivían Sara y Dina, dos jóvenes dinosaurios decididos a cambiar su solitario destino.
Sara, con su piel verde brillante y sus grandes ojos amigables, era una Triceratops juguetona cuya risa resonaba por los valles. Dina, por otro lado, era una Velociraptor de piel morada y ojos agudos, siempre curiosa y lista para explorar cada rincón de Gondara.
Ambas habían crecido juntas, pero a medida que se hacían mayores, se daban cuenta de una realidad ineludible: eran prácticamente las únicas jóvenes de su especie en toda la región. Los demás dinosaurios eran ancianos, y los pocos jóvenes que alguna vez conocieron se habían marchado en busca de nuevos horizontes.
Un día, mientras jugaban cerca de los Géiseres Cantarines —unos géiseres que, según las leyendas de Gondara, cantaban melodías de antiguos viajeros—, Sara expresó su deseo más profundo.
—Dina, ¿no te sientes sola a veces? Quisiera que tuviéramos más amigos con quienes compartir aventuras.
Dina, saltando de una roca a otra, se detuvo y miró a Sara con una expresión pensativa.
—Tienes razón, Sara. Deberíamos hacer algo al respecto. ¿Qué te parece si organizamos una expedición para encontrar a otros como nosotros?
La idea iluminó el rostro de Sara, y juntas planearon su gran aventura. Decidieron que al día siguiente partirían hacia el Bosque de los Ecos, un lugar legendario donde se decía que cualquier deseo pronunciado con el corazón puro sería escuchado por los espíritus del bosque.
Al amanecer, con las primeras luces filtrándose a través de las copas de los árboles gigantes, Sara y Dina emprendieron su viaje. El camino era arduo; tenían que cruzar ríos turbulentos y escalar colinas resbaladizas. Pero el espíritu aventurero de las dos amigas las mantuvo con energías y llenas de esperanza.
Después de varias horas de viaje, llegaron al corazón del Bosque de los Ecos. Era un lugar mágico: los árboles parecían susurrar historias antiguas y el viento llevaba consigo aromas dulces y desconocidos.
—Aquí es, Dina. Vamos a pedir nuestro deseo —dijo Sara, cerrando los ojos y poniendo sus manos sobre su corazón.
Dina asintió, y juntas pronunciaron su deseo con toda la fuerza de su amistad.
—Deseamos encontrar más amigos, compañeros con quienes compartir nuestras vidas y aventuras.
No más habían terminado de pronunciar sus palabras, cuando un suave eco repitió el deseo, llevándolo más allá de los árboles, hacia lo desconocido.
Los días siguientes transcurrieron sin novedad, y aunque en ocasiones la esperanza de los jóvenes dinosaurios flaqueaba, nunca dejaron de creer del todo. Una mañana, mientras regresaban a su hogar después de explorar un valle cercano, se encontraron con una escena que les robó el aliento.
Frente a ellas, jugando cerca de un lago cristalino, había un grupo de jóvenes dinosaurios de diferentes especies. Había un pequeño y ágil Microraptor, una amistosa y risueña Protoceratops, y un par de joviales T-rex que, a pesar de su tamaño intimidante, jugaban amablemente entre ellos.
Sara y Dina se miraron, una sonrisa creciendo en sus rostros. Sin perder un momento, se acercaron al grupo, quienes las recibieron con curiosidad y alegría. Era evidente que el deseo pronunciado en el Bosque de los Ecos había sido escuchado.
A partir de ese día, Gondara se transformó en un lugar lleno de risas y camaradería. Los jóvenes formaron una comunidad unida, explorando juntos cada rincón de su hermoso planeta y protegiéndose mutuamente. Sara y Dina, ahora rodeadas de amigos, nunca se sintieron solas de nuevo.
La amistad había florecido en Gondara, demostrando que incluso en los rincones más remotos del universo, el deseo de compañía y aventura puede unir corazones y crear familias elegidas. Y así, entre juegos y descubrimientos, las jóvenes guardianas de Gondara aseguraron que su mundo siempre estaría lleno de amor y amistad.





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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.