Cuentos de Amistad

Luna y la Sirena Ana

Lectura para 4 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Había una vez una niña llamada Luna que vivía cerca del mar con su papá, José. Todos los días, Luna y su papá paseaban por la playa, sintiendo la arena suave bajo sus pies y escuchando el suave murmullo de las olas. Luna amaba el mar. Le gustaba buscar conchitas, correr detrás de las gaviotas y, sobre todo, imaginar que en el fondo del océano había criaturas mágicas, como sirenas.

Una tarde, mientras paseaban cerca de las rocas, escucharon un suave llanto que venía desde el agua. Luna se detuvo de inmediato y miró hacia el mar.

—Papá, ¿escuchaste eso? —preguntó con los ojos muy abiertos.

José también lo escuchó. Se acercaron con cuidado a la orilla, y para su sorpresa, vieron algo increíble: una sirena estaba enredada en una red de plástico entre las rocas. Su cabello largo y turquesa brillaba bajo el sol, y su cola resplandecía como si estuviera hecha de escamas de colores. La sirena estaba atrapada, y aunque intentaba liberarse, no lo lograba.

—¡Papá, una sirena! —exclamó Luna emocionada, pero también preocupada.

—Rápido, tenemos que ayudarla —dijo José, sin perder un segundo.

Ambos se arrodillaron junto a la sirena. Luna comenzó a desatar los nudos de la red, mientras su papá la ayudaba a cortar algunos trozos de plástico con una navaja pequeña que llevaba siempre en sus paseos. La sirena los miraba con gratitud, pero no decía nada, solo los observaba con sus grandes ojos brillantes.

—Todo va a estar bien, te sacaremos de aquí —le decía Luna, mientras trabajaba con cuidado.

Después de unos minutos, finalmente lograron liberarla. La sirena se estiró, moviendo su cola con libertad, y respiró hondo con alivio.

—¡Gracias! —dijo finalmente, con una sonrisa tan brillante como el sol—. Mi nombre es Ana, y sin su ayuda, no sé qué habría hecho.

—¡Hola, Ana! —dijo Luna alegremente—. Yo soy Luna, y él es mi papá, José. ¿Estás bien?

Ana asintió y les contó que había estado nadando cerca de la orilla cuando una corriente la arrastró hacia una red de plástico que alguien había dejado en el agua. No pudo liberarse sola y estaba muy asustada hasta que ellos llegaron.

—No entiendo cómo pueden dejar cosas así en el mar —dijo Ana con tristeza—. El océano debería ser un lugar limpio y seguro.

Luna también se sintió triste al escuchar eso. Le prometió a Ana que, desde ese día, ella y su papá recogerían cualquier basura que encontraran en la playa para que el mar estuviera limpio.

—Eso sería maravilloso —respondió Ana con una sonrisa—. Si todos cuidamos el mar, será un lugar feliz para todos, tanto para los que viven aquí en la tierra como para los que vivimos en el agua.

Desde ese día, Luna, José y Ana se volvieron grandes amigos. Aunque Ana vivía en el mar, todas las tardes que podía, salía a la orilla para jugar con Luna. Se escondían entre las rocas, construían castillos de arena, y Ana les contaba historias fascinantes sobre las criaturas que vivían en las profundidades del océano. Luna escuchaba con los ojos llenos de asombro, imaginando cómo sería nadar entre delfines y caballitos de mar.

José, por su parte, siempre estaba cerca, cuidando de que todos estuvieran seguros y felices. Disfrutaba viendo a Luna y Ana jugar, y también se unía a las conversaciones, preguntándole a Ana cómo era la vida en el mar. A veces, Ana traía pequeños regalos del océano, como caracoles brillantes o piedras que brillaban bajo el sol, para compartir con sus nuevos amigos.

Un día, mientras el sol se ponía en el horizonte, Ana les habló sobre un lugar especial en el fondo del mar, un jardín de corales lleno de peces de colores y plantas que brillaban en la oscuridad.

—Ojalá pudieras venir conmigo y verlo, Luna —dijo Ana—. Es el lugar más bonito que existe.

Luna suspiró, deseando poder nadar como una sirena y explorar esos lugares mágicos. Pero Ana le sonrió.

—Aunque no puedas venir, siempre que vengas al mar, sentirás la magia de los océanos. El mar siempre guarda sorpresas para aquellos que lo aman.

Y así, pasaron muchos días felices. Luna y su papá siempre esperaban con emoción las tardes para poder ver a Ana y escuchar más de sus historias. Y, como habían prometido, siempre recogían cualquier basura que encontraban en la playa, para que el mar siguiera siendo un lugar limpio y lleno de vida.

La amistad entre Luna, José y Ana era especial. No importaba que vivieran en mundos diferentes, siempre encontraban la manera de estar juntos y disfrutar de las pequeñas maravillas de la vida, ya fuera en la tierra o en el mar.

Fin.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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