Había una vez dos hermanitas que se llamaban Martina y Camila. Eran muy especiales porque, aunque solo se llevaban un año de diferencia, parecían ser casi como mellizas. Martina era la mayor, y siempre cuidaba de su hermana pequeña Camila, quien la seguía a todas partes. Si Martina se sentaba a jugar con bloques, Camila estaba justo a su lado. Si Martina corría por el jardín, Camila la seguía lo más rápido que podía. Las dos compartían casi todo: sus juguetes, sus risas, y hasta sus momentos de pequeñas discusiones.
Un día muy importante llegó para ellas. Iban a ser bautizadas juntas, en la misma ceremonia. Martina, con su vestido blanco y una corona de flores en el cabello, se veía como una pequeña princesa. Camila, con un vestido igual al de su hermana pero un poco más pequeño, lucía adorable, aunque con un pequeño ceño fruncido porque no le gustaba tanto la idea de quedarse quieta por mucho tiempo. La iglesia estaba llena de flores, y toda la familia estaba muy contenta. Las dos niñas se miraban y sonreían, felices de vivir ese momento juntas.
Después del bautizo, Martina y Camila fueron a la guardería por primera vez. Las dos estaban emocionadas, aunque Camila se aferraba a la mano de Martina, como si no quisiera dejarla ir ni por un segundo. Martina, siendo la mayor, se sintió responsable y le dijo a su hermana: “No te preocupes, Camila, yo estoy aquí. Jugaremos juntas.”
Entraron a la guardería, un lugar lleno de colores, juguetes y otros niños. Martina, siempre curiosa y aventurera, corrió hacia una esquina donde había una torre de bloques, mientras que Camila, un poco más tímida, la siguió de cerca. Pero algo pasó. Al llegar a la torre de bloques, Camila vio un muñeco que le gustó mucho, justo al mismo tiempo que Martina agarraba el juguete.
“¡Ese muñeco es mío!”, gritó Camila con un tono enfadado. A veces, Camila se ponía un poco enfadada cuando las cosas no salían como quería, pero Martina ya estaba acostumbrada. Con una sonrisa tranquila, Martina soltó el muñeco y le dijo a su hermana: “Está bien, Camila, tú puedes jugar con él. Yo te enseñaré cómo se cuida.”
Camila, todavía un poco molesta, tomó el muñeco y se sentó con él. Pero pronto, al ver a su hermana jugar con los bloques, empezó a imitarla, porque aunque se enfadara, siempre quería hacer lo que Martina hacía. Martina le mostró cómo construir una pequeña casa de bloques, y las dos empezaron a jugar juntas de nuevo, olvidando la pequeña pelea.
Así eran los días de Martina y Camila. A veces discutían, como cuando las dos querían el mismo juguete o cuando una no quería compartir. Pero siempre, siempre, se perdonaban rápido. Después de unos minutos, se abrazaban y seguían jugando como si nada hubiera pasado. Camila adoraba a su hermana mayor, y aunque a veces no lo demostrara, la seguía y repetía todo lo que Martina hacía.
Un día en la guardería, hubo un problema. Un niño más grande trató de quitarle un juguete a Camila, quien no sabía cómo defenderse. Al verlo, Martina corrió hacia su hermana y la protegió. “No le quites su juguete, ella estaba jugando con él”, dijo Martina con firmeza. El niño, sorprendido por la valentía de Martina, dejó el juguete y se fue. Camila, que había estado a punto de llorar, abrazó a su hermana y le dijo: “Gracias, Martina.” Desde ese momento, Camila supo que siempre podía contar con su hermana para protegerla.
Las dos hermanitas no solo jugaban juntas en la guardería, sino que también aprendían cosas nuevas. Martina, siendo mayor, aprendía primero, y luego le enseñaba todo a Camila. Si Martina aprendía una canción, pronto Camila la estaba cantando también. Si Martina descubría cómo armar un rompecabezas, Camila la observaba con atención para poder hacerlo igual.
Así pasaban los días, entre risas, juegos y algunas pequeñas peleas. Una tarde, mientras estaban en casa jugando en su habitación, Camila se tropezó y cayó al suelo. Aunque no se había hecho daño, empezó a llorar porque se asustó. Martina, sin dudarlo, corrió hacia ella, la levantó y le dio un gran abrazo. “No pasa nada, Camila. Yo estoy aquí. Todo está bien.”
Camila dejó de llorar y se acurrucó en los brazos de su hermana. Sabía que Martina siempre la cuidaría, no importaba lo que pasara. Y aunque a veces discutían, se querían muchísimo y no podían estar una sin la otra.
A medida que crecían, su amistad y su amor como hermanas se hacían más fuertes. Eran diferentes en muchas cosas: Martina era tranquila y le gustaba explorar y enseñar, mientras que Camila tenía mucho carácter y se enfadaba fácilmente cuando algo no le gustaba. Pero esas diferencias las hacían complementarse. Martina enseñaba a Camila a ser más paciente, y Camila ayudaba a Martina a ser más valiente.
Al final del día, siempre terminaban dándose un beso y un abrazo antes de dormir, prometiendo que, aunque el día hubiera tenido alguna pelea, siempre se perdonarían y seguirían siendo las mejores amigas.
Porque al final, Martina y Camila no solo eran hermanas, eran las mejores amigas que una podría desear.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.