ura.
—Si quieres ser una sirena, Rayen, lo serás —respondía, siempre dispuesta a apoyar las imaginaciones de su hija menor.
Su papá, Germán, la miraba con una sonrisa cálida. A él le encantaba ver cómo Rayen corría por el jardín simulando nadar entre corales invisibles.
—¡Cuidado con los tiburones, sirenita! —le decía en broma mientras la levantaba en brazos, haciéndola girar por el aire.
Rayen se reía a carcajadas, disfrutando del juego con su papá. Él siempre la hacía sentir que podía lograr lo que quisiera. No importaba cuán imposible pareciera su deseo de convertirse en sirena, para Germán, todo era posible en el mundo mágico de su hija.
Pero de todos en la familia, quien más comprendía a Rayen era su hermana mayor, Millaray, a quien Rayen llamaba «Milla». Millaray era su cómplice en todas sus aventuras y juegos. Con 10 años, Milla ya sabía mucho sobre el mundo, pero eso no le impedía sumergirse en las fantasías de su hermana pequeña. Juntas, construían castillos de arena en el patio trasero y fingían que el césped era el vasto océano donde las sirenas vivían.
—Milla, ¿crees que alguna vez encontraré una caracola mágica? —preguntaba Rayen mientras ambas se tumbaban sobre una manta en el jardín, mirando las nubes.
Millaray sonreía.
—Estoy segura de que sí. Las caracolas mágicas siempre encuentran a las sirenas de corazón puro. Solo hay que esperar el momento adecuado.
Rayen suspiraba feliz, confiando plenamente en las palabras de su hermana.
Thiare, la hermana del medio, de 7 años, también se unía a los juegos de vez en cuando. Aunque no entendía tanto la obsesión de Rayen con las sirenas, disfrutaba de jugar con ella y Milla. A veces, Thiare prefería quedarse en su rincón, jugando con sus muñecos, pero siempre tenía una sonrisa para sus hermanas cuando se le acercaban.
Una tarde, mientras el sol comenzaba a ponerse y teñía el cielo de colores naranjas y rosados, Rayen corrió emocionada hacia su mamá.
—¡Mamá, mamá! ¡He encontrado una caracola mágica! —gritó con entusiasmo, sosteniendo una pequeña concha que había encontrado en el jardín.
Vero, que estaba preparando la cena, miró la caracola y le sonrió a su hija.
—¿Y qué hace esa caracola mágica, mi amor?
Rayen, con los ojos brillantes, la sostuvo cerca de su oído.
—Dice que si escucho con atención, podré escuchar los secretos del océano —susurró con emoción.
Vero no pudo evitar reír. Sabía que la imaginación de su hija no tenía límites, y eso la hacía sentir orgullosa. Cada día con Rayen era una nueva aventura, y aunque la vida cotidiana estuviera llena de responsabilidades, Rayen siempre lograba traer un poco de magia a sus días.
A medida que pasaban las semanas, Rayen seguía soñando con ser sirena. Cada vez que veía a sus hermanas, las invitaba a unirse a sus juegos submarinos imaginarios. Milla siempre estaba dispuesta a ser la mejor amiga sirena de Rayen, mientras que Thiare a veces prefería ser la «humana» que visitaba el mundo submarino de sus hermanas.
Un día, mientras jugaban en el jardín, Milla tuvo una idea.
—Rayen, ¿qué te parece si hacemos un espectáculo de sirenas para mamá y papá?
Los ojos de Rayen se iluminaron.
—¡Sí! ¡Vamos a hacerlo! —gritó, saltando de emoción.
Thiare, al escuchar la idea, se unió rápidamente.
—Yo puedo ser la que presente el espectáculo —dijo, siempre dispuesta a tomar el papel de narradora en sus juegos.
Durante los siguientes días, las tres hermanas trabajaron arduamente en su espectáculo. Recolectaron telas, juguetes, y decoraron el patio trasero como si fuera el fondo del mar. Rayen practicaba sus «movimientos de sirena», deslizando su cuerpo por el césped y agitando sus brazos como si fueran aletas.
El día del espectáculo llegó, y sus padres, Germán y Vero, se sentaron en el patio, emocionados por ver lo que sus hijas habían preparado. Thiare, con una voz seria y enérgica, comenzó la presentación:
—Damas y caballeros, bienvenidos al maravilloso mundo de las sirenas. Hoy les presentamos a la Sirena Rayen, la reina de los océanos, y a su hermana Sirena Millaray, la guardiana de los corales.
Rayen y Milla entraron en escena, moviéndose como si nadaran por el aire, mientras Thiare narraba sus aventuras. Habían creado una historia sobre cómo Rayen había encontrado la caracola mágica que la convertía en sirena y cómo juntas debían proteger el océano de un gran peligro: ¡una tormenta de tiburones voladores!
Germán y Vero aplaudían emocionados, disfrutando cada momento del espectáculo. Rayen estaba en su elemento, riendo y fingiendo nadar entre las olas invisibles. Era su sueño hecho realidad, al menos en su imaginación.
Cuando el espectáculo terminó, Rayen corrió hacia sus padres y los abrazó con fuerza.
—¡Quiero ser sirena para siempre! —dijo con determinación.
Germán la levantó en brazos y le dio un beso en la frente.
—Y siempre lo serás, en nuestro corazón, pequeña sirenita —respondió con una sonrisa.
Esa noche, después de tanto jugar y reír, Rayen se fue a la cama sintiéndose feliz. Sabía que aunque no viviera en el mar de verdad, siempre tendría su familia, su imaginación y sus sueños para seguir siendo la sirena que siempre quiso ser.
Y así, cada vez que Rayen miraba al cielo o escuchaba el sonido del viento entre las hojas, imaginaba que era el océano llamándola, recordándole que, en su corazón, siempre sería una sirena.
Cuentos cortos que te pueden gustar
El Robot y el Erizo: Una Nueva Amistad
El Festival Mágico de la Amistad
El Club de Magia
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.