En una casita junto al río vivían Celia y Manuel, dos hermanitos que se querían mucho. Como todos los hermanos, a veces jugaban juntos y otras veces discutían por los juguetes.
Un día, mientras jugaban en el jardín, encontraron un cofre enterrado bajo un árbol. Lo desenterraron con curiosidad y vieron que tenía una nota:
«Dentro de este cofre hay un tesoro, pero solo puede ser abierto cuando dos corazones latan al mismo ritmo.»
Celia y Manuel intentaron abrirlo juntos, pero no pudieron. Intentaron una y otra vez, pero el cofre no cedía.
¡Dame espacio! – gritó Celia empujando a Manuel.
¡No, yo lo encontré primero! – respondió Manuel con un puchero.
De repente, una pequeña mariposa se posó sobre el cofre, y brilló con una luz muy especial. Los hermanitos, al verla, se tranquilizaron.
¿Qué si probamos abriéndolo juntos, sin pelear? – sugirió Celia.
Sí, juntos – asintió Manuel.
Tomados de la mano y con sus corazones latiendo al mismo ritmo de emoción, el cofre se abrió mágicamente. Pero, en lugar de oro o piedras preciosas, encontraron un espejo que reflejaba a los dos hermanitos riendo y jugando.
Se dieron cuenta de que el verdadero tesoro era el amor que sentían el uno por el otro. A partir de ese día, cada vez que discutían, recordaban el espejo y se reconciliaban rápidamente.
Conclusión:
El amor entre hermanos es un tesoro valioso que siempre debe ser cuidado y protegido. Las discusiones vienen y van, pero el cariño y la unión siempre permanecen.