Era una vez, en un pequeño pueblo rodeado de colinas verdes y ríos cristalinos, dos jóvenes que se conocían desde la infancia. Sus nombres eran Alejandra y Alexis. Desde que eran muy pequeños, jugaban juntos en el parque, corriendo tras las mariposas y construyendo castillos de arena en la orilla del río. Con el paso del tiempo, su amistad se transformó en un profundo amor que los unía de una manera que ambos no podían explicar.
Alejandra era una chica de belleza inigualable, con cabellos largos y dorados que brillaban bajo el sol, y unos ojos azules que reflejaban el cielo. Alexis, por su parte, tenía una sonrisa encantadora y una personalidad carismática que hacía que todos a su alrededor se sintieran felices. Juntos, formaban una pareja perfecta y todo el pueblo los conocía y los adoraba.
Sin embargo, a pesar de su amor, había un gran obstáculo que se interponía entre ellos: sus padres. Los padres de Alejandra tenían grandes expectativas para su hija; deseaban que ella se casara con un joven de una familia prominente y rica, mientras que los padres de Alexis eran más modestos y creían que su hijo debía centrarse en sus estudios y carrera antes de pensar en el amor. Esta diferencia de clases sociales generó tensiones que hicieron que ambos jóvenes tuvieran que mantener su relación en secreto.
A medida que pasaban los años, el amor de Alejandra y Alexis se hizo más fuerte, pero también lo hicieron las preocupaciones. Su abuela, que era conocida por ser una mujer muy estricta y crítica, siempre desaprobaba la relación. Cada vez que veía a Alexis, le decía cosas hirientes, dejándole claro que no era lo suficientemente bueno para su nieta. Estas palabras hirieron a Alexis, pero él nunca se rindió; estaba decidido a ganar el respeto de la abuela y de los padres de Alejandra.
Un día, cuando ambos tenían dieciocho años, Alexis decidió que era el momento de actuar. Había estado ahorrando dinero durante mucho tiempo, y estaba preparado para hacer una gran declaración. Se le ocurrió la idea de pedir la mano de Alejandra en matrimonio. Aunque sabía que podría enfrentar la desaprobación de sus padres, su amor por Alejandra era más fuerte que cualquier temor.
Alexis se preparó cuidadosamente para ese día. Compró un hermoso ramo de flores silvestres y eligió una pequeña cabaña en el bosque, donde solían ir a pasar el tiempo juntos. Allí, bajo un viejo roble, planeaba declarar su amor y hacerle la pregunta que había estado esperando hacer desde hacía mucho tiempo.
Cuando llegó el día, el sol brillaba intensamente en el cielo, y una suave brisa acariciaba el rostro de Alexis mientras se dirigía a la cabaña. Su corazón latía con fuerza; estaba emocionado, pero también nervioso. ¿Qué pasaría si Alejandra no estaba de acuerdo? ¿Y si sus padres se oponían a su amor una vez más?
Al llegar, vio a Alejandra sentada en un tronco, mirando hacia el río con una sonrisa en el rostro. Su presencia iluminaba todo a su alrededor. Alexis se acercó y, con una sonrisa, la saludó. “Hola, mi amor”, le dijo, su voz temblando un poco por los nervios.
“¡Hola, Alexis!”, respondió Alejandra, emocionada al verlo. “¿Qué planes tienes para hoy?”
“Quiero llevarte a un lugar especial”, le dijo él, tomando su mano con ternura. Juntos caminaron hacia el claro, donde el roble se alzaba majestuoso. Cuando llegaron, Alexis se detuvo, tomando una profunda respiración.
“Alejandra,” comenzó, “hemos estado juntos desde que éramos niños, y mi amor por ti ha crecido con cada día que pasa. Te admiro, te respeto y no puedo imaginar mi vida sin ti. Quiero que sepas que estoy dispuesto a luchar por nosotros, sin importar lo que digan nuestros padres o la abuela. ¿Te gustaría ser mi esposa?”
Alejandra se quedó en silencio, sus ojos se llenaron de lágrimas de felicidad. “¡Sí, Alexis! ¡Sí, quiero ser tu esposa!” exclamó, y ambos se abrazaron con fuerza, sintiendo que el mundo a su alrededor se desvanecía.
Sin embargo, la alegría no duró mucho, ya que ambos sabían que debían enfrentar la dura realidad. La noticia de su compromiso tendría que llegar a sus padres, y eso significaba un gran desafío. Después de discutir sobre cómo lo harían, decidieron que lo mejor sería hablar con los padres de Alejandra primero.
El día siguiente fue tenso. Alexis y Alejandra fueron a la casa de los padres de Alejandra, donde el ambiente era sombrío. La madre de Alejandra, siempre preocupada por el futuro de su hija, miraba con desaprobación a Alexis, mientras que el padre se mantenía en silencio, observando la situación.
“Papá, mamá,” comenzó Alejandra, su voz temblorosa. “Quiero presentarles a Alexis. Él… él es el amor de mi vida, y hemos decidido comprometernos”.
Las palabras flotaron en el aire, y un silencio incómodo llenó la habitación. La madre de Alejandra frunció el ceño, y el padre finalmente habló. “¿Estás segura de lo que estás diciendo, hija? Este joven no es lo que esperábamos para ti”.
Alexis, sintiéndose angustiado, decidió hablar. “Señor y señora, sé que no provengo de una familia rica, pero prometo que cuidaré de Alejandra y la haré feliz. Estoy dispuesto a trabajar duro para demostrarles que soy el hombre adecuado para ella”.
La madre de Alejandra lo miró con desdén. “No puedo aceptar esta relación. Deberías buscar a alguien de tu propia clase”, dijo con firmeza.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.