En un pequeño y acogedor pueblo rodeado de colinas verdes y campos de flores silvestres, vivía una niña llamada Brenda con su mamá, Alma. La casa donde vivían estaba siempre llena de risas y el aroma de galletas recién horneadas. Alma era conocida en el pueblo no solo por su amabilidad, sino también por su inquebrantable amor por su hija.
Desde que Brenda podía recordar, su mamá había sido su roca, su consuelo en momentos tristes y su mayor animadora en cada nuevo desafío. Alma tenía el don de hacer que cada día se sintiera especial, pero lo más importante es que siempre estaba allí para Brenda, en cada paso del camino.
Un día, mientras el sol brillaba con fuerza y el cielo estaba despejado, Brenda se enfrentó a su primer gran desafío. La escuela había organizado una competencia de talentos, y ella había decidido participar. Aunque estaba emocionada, también sentía un nudo de nervios en su estómago.
«¿Y si me equivoco, mamá? ¿Y si los demás se ríen de mí?» preguntó Brenda con un hilo de voz, una tarde mientras practicaban en el salón de su casa.
Alma, con su sonrisa cálida y reconfortante, se agachó para estar a la altura de los ojos de Brenda y le dijo, «Mi querida Brenda, recuerda que siempre estaré aquí para ti, sin importar qué. Lo importante no es ser perfecta, sino disfrutar y aprender de cada experiencia. Estoy muy orgullosa de ti por el coraje de intentarlo.»
Inspirada por las palabras de su madre, Brenda practicó cada día, recitando su poema una y otra vez, con Alma siempre ofreciendo una oreja atenta y consejos para mejorar. Juntas, decoraron una pequeña caja que Brenda usaría como accesorio durante su presentación, pintándola de colores brillantes y pegando estrellas y lunas en ella.
Llegó el día de la competencia y el pequeño auditorio de la escuela estaba lleno de otros niños y sus familias. Cuando llegó el turno de Brenda, Alma la apretó la mano y le guiñó un ojo, enviándole toda la confianza del mundo.
Con un vestido azul que reflejaba el color del cielo y su caja de poemas en mano, Brenda subió al escenario. Al principio, su voz era apenas un susurro, pero al mirar a su mamá, quien le sonreía desde la primera fila, encontró la fuerza que necesitaba. Sus palabras comenzaron a fluir con más confianza, llenando la sala con versos sobre estrellas y sueños.
Cuando terminó, el auditorio estalló en aplausos. Brenda bajó del escenario corriendo directamente hacia los brazos de su mamá. «¡Lo hiciste increíblemente, Brenda!» exclamó Alma, abrazándola fuertemente.
Mientras caminaban de regreso a casa, Alma le recordó a Brenda que cada pequeño paso en la vida es una victoria que deben celebrar juntas. Esa noche, antes de dormir, Brenda se acurrucó junto a su mamá, escuchando historias de cuando Alma era niña, sintiéndose más cerca de ella que nunca.
«Te quiero, mamá,» murmuró Brenda, casi cayendo en el sueño.
«Y yo a ti, más de lo que las palabras pueden expresar,» respondió Alma, besando su frente.
Así, con el amor incondicional de su mamá, Brenda creció sabiendo que, sin importar los desafíos que la vida le presentara, siempre tendría un refugio seguro en los brazos de Alma. Y Alma, por su parte, se llenaba de orgullo y amor cada día, viendo a su pequeña niña enfrentarse al mundo con valentía, sabiendo que su amor sería su eterno acompañante.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.