Cuentos de Amor

El amor entre ruinas zapotecas

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Eduardo siempre había sentido una conexión especial con la tierra de sus antepasados. Los zapotecos, su pueblo, eran conocidos por su historia milenaria, su lengua dulce y resonante, y sus profundas costumbres que aún se mantenían vivas en las pequeñas aldeas de Oaxaca. Eduardo, con su piel morena y sus ojos llenos de curiosidad, recorría cada rincón de su pueblo con un orgullo inquebrantable. A sus 17 años, sabía que su destino estaba ligado a su tierra, a sus raíces.

Un día, mientras caminaba entre las antiguas ruinas zapotecas de Monte Albán, contemplando los vestigios de una civilización gloriosa, Eduardo vio algo que no esperaba. A lo lejos, una joven estaba sentada cerca de una piedra tallada con jeroglíficos. El viento jugaba con su cabello negro y brillante, y su vestido tradicional, lleno de colores vibrantes, se movía con gracia al ritmo de la brisa. Era Lucía, una joven de su pueblo que también sentía un profundo respeto por la cultura de sus antepasados.

Lucía siempre había sido diferente. A pesar de vivir en un mundo moderno, sus padres le habían enseñado a hablar zapoteco desde pequeña, y en las noches, su abuela le contaba las leyendas de su gente bajo el cielo estrellado. Esa tarde, mientras observaba las ruinas, Lucía se sentía conectada con aquellos que vinieron antes de ella, los constructores de pirámides y observadores de las estrellas.

Eduardo, cautivado por su belleza y por la paz que irradiaba, se acercó lentamente.

—Hola, Lucía —dijo en voz baja, para no interrumpir el momento mágico—. ¿Te importa si me siento contigo?

Lucía lo miró y le sonrió con calidez.

—Claro, Eduardo. Este lugar es para todos nosotros. Me encanta venir aquí y sentir que estoy rodeada de historia.

Eduardo se sentó a su lado, y juntos contemplaron las ruinas mientras el sol comenzaba a descender, tiñendo el cielo de tonos dorados y naranjas. El silencio entre ellos no era incómodo; al contrario, estaba lleno de entendimiento.

—¿Sabes? —dijo Eduardo después de un rato—. Siempre me ha impresionado cómo nuestros antepasados construyeron todo esto. Es como si cada piedra hablara.

—Sí —respondió Lucía—. Y aunque no podemos escuchar sus voces, podemos sentir lo que nos querían decir. Cada símbolo, cada templo, es un recordatorio de que venimos de un pueblo fuerte y sabio.

Los dos jóvenes intercambiaron sonrisas, sintiendo que compartían algo más que su herencia zapoteca. Había una conexión entre ellos que iba más allá de las palabras, algo que nacía de su respeto por su cultura y sus ancestros.

A partir de ese día, Eduardo y Lucía comenzaron a pasar más tiempo juntos. Caminaban por las aldeas cercanas, hablando sobre las historias que habían escuchado de sus abuelos y aprendiendo más sobre su lengua zapoteca. Se sentían afortunados de poder comunicarse en una lengua que pocos jóvenes de su edad aún hablaban, y juntos hacían el esfuerzo de mantener viva esa parte de su identidad.

Con el paso del tiempo, su amistad creció y se convirtió en algo más profundo. Eduardo admiraba la pasión de Lucía por su cultura, mientras que ella apreciaba el respeto y la bondad de Eduardo. Compartían los mismos sueños de mantener vivas las tradiciones de su pueblo y de transmitirlas a futuras generaciones.

Un día, mientras paseaban por el mercado del pueblo, Eduardo tomó valor y le confesó a Lucía lo que sentía.

—Lucía —dijo, mirándola a los ojos—. No solo admiro tu amor por nuestras raíces, sino que también me he dado cuenta de que admiro todo de ti. Me haces sentir que, mientras estemos juntos, podemos enfrentar cualquier desafío, como lo hicieron nuestros antepasados.

Lucía lo miró sorprendida al principio, pero luego sonrió con ternura.

—Yo también siento lo mismo, Eduardo —respondió suavemente—. Nuestra conexión no es solo con nuestra cultura, es también con nuestros corazones. Creo que lo que sentimos es algo especial, algo que nos hace más fuertes.

Desde ese momento, Eduardo y Lucía supieron que su amor no solo era entre ellos, sino también por todo lo que representaban sus raíces. Se prometieron que, pase lo que pase, siempre trabajarían para proteger y mantener viva la cultura zapoteca, recordando que sus corazones estaban tan profundamente arraigados como las piedras de Monte Albán.

Con los años, su amor creció, al igual que su compromiso con su pueblo. Eduardo y Lucía se convirtieron en líderes comunitarios, enseñando a los niños a hablar zapoteco, organizando festivales para celebrar las costumbres de su gente, y trabajando juntos para preservar las tradiciones que les habían sido legadas.

El amor que comenzó entre las ruinas zapotecas se convirtió en una historia que inspiró a todo el pueblo, recordando a todos que, al igual que las antiguas piedras que habían resistido el paso del tiempo, el amor y el respeto por las raíces pueden ser una fuerza que perdura para siempre.

Fin.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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