Cuentos de Humor

La pandilla de la costilla y las bromas de perro

Lectura para 10 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

Puntuación:

0
(0)
 

Compartir en WhatsApp Compartir en Telegram Compartir en Facebook Compartir en Twitter Compartir por correo electrónico
0
(0)

En el barrio de la Costilla, había una casa vieja y abandonada que parecía a punto de caerse. Sus paredes estaban agrietadas, las ventanas rotas y el jardín estaba lleno de hierba alta. A nadie le interesaba ese lugar, excepto a tres perros muy especiales: Garrapata, Pulgoso y Parásito. Ellos habían hecho de esa casa su hogar, y aunque no era el más lujoso, lo consideraban su reino.

Garrapata era el líder de la pandilla, un perro pequeño pero muy astuto, con unas orejas que parecían antenas siempre atentas. Pulgoso, por otro lado, era grande y peludo, con un olfato increíble que usaba para olisquear cualquier oportunidad de travesura. Y luego estaba Parásito, un perro flaco y rápido que siempre tenía ideas locas.

Pero en el barrio no todo era perfecto. Había dos personas que los tres perros no soportaban: Gargo y Falco, los perreros más desagradables y tacaños que habían conocido. Estos dos siempre rondaban por la Costilla, gruñendo y quejándose de los perros callejeros, y estaban empeñados en sacar a Garrapata y su pandilla de la casa.

—Esos perreros se creen los dueños del barrio —se quejaba Pulgoso un día mientras olfateaba el aire.

—Sí —respondió Parásito, rascándose la oreja—, pero no van a echarnos tan fácilmente.

Garrapata, con una sonrisa traviesa, se levantó de donde estaba tumbado y miró a sus amigos.

—Entonces, ya es hora de darles una lección, ¿no creen? —dijo—. Hagamos lo que mejor sabemos hacer: una buena broma.

Pulgoso y Parásito aullaron de alegría. Siempre estaban listos para una nueva travesura, y Garrapata, con su mente aguda, siempre tenía un plan brillante.

Al día siguiente, Gargo y Falco estaban rondando cerca de la casa abandonada. Los tres perros los observaron desde detrás de unos arbustos, esperando el momento perfecto. Entonces, Garrapata susurró:

—Pulgoso, ¿traes el cubo de pintura? —preguntó.

—¡Listo! —dijo Pulgoso, levantando un cubo lleno de pintura azul brillante.

—Perfecto —dijo Garrapata con una sonrisa traviesa—. Parásito, tú te encargarás de distraerlos.

Parásito, siempre listo para correr, saltó delante de Gargo y Falco, ladrando y corriendo en círculos alrededor de ellos. Los dos perreros, sorprendidos, comenzaron a perseguirlo con torpes pasos, tropezándose entre ellos.

—¡Maldito perro! —gritaba Gargo, mientras Falco tropezaba con una piedra.

Mientras tanto, Garrapata y Pulgoso aprovecharon la distracción. Subieron a lo alto de la casa con el cubo de pintura y, con mucha precisión, lo dejaron caer justo cuando Gargo y Falco pasaron por debajo. ¡Splat! La pintura azul cubrió a los dos perreros de la cabeza a los pies.

—¡Nos han pintado! —gritó Falco, sacudiendo las manos con desesperación.

—¡Eso no se quedará así! —gruñó Gargo.

Los tres perros, escondidos detrás de un montón de cajas viejas, se aguantaban las carcajadas mientras veían a los dos perreros intentando limpiarse sin éxito. La broma había sido un éxito total.

Pero Gargo y Falco no se rendían tan fácilmente. Sabían que los perros eran los responsables, así que al día siguiente regresaron con una red enorme, listos para atraparlos. Lo que no sabían era que la pandilla de la Costilla ya había preparado otra sorpresa.

Esta vez, Garrapata había ideado una trampa con una cuerda atada a una pila de cajas de cartón viejas. Parásito, siempre el más rápido, se acercó sigilosamente a los perreros y comenzó a ladrar, provocándolos de nuevo. Gargo y Falco, con la red lista, intentaron capturarlo, pero justo cuando estaban a punto de hacerlo, Pulgoso jaló la cuerda. Las cajas de cartón cayeron sobre los dos hombres, atrapándolos como si fueran ratones en una trampa.

—¡No puede ser! —gritaba Gargo, con solo su cabeza asomando entre las cajas.

—¡Sácame de aquí! —aullaba Falco, atrapado bajo una montaña de cartón.

Los tres perros observaban desde su escondite, riendo hasta que no podían más. Era la venganza perfecta. Cada vez que Gargo y Falco intentaban molestar a los perros del barrio, siempre acababan siendo ellos los que terminaban humillados.

Finalmente, después de muchas bromas y travesuras, Gargo y Falco decidieron que el barrio de la Costilla no valía tanto esfuerzo. Entre el cubo de pintura y las cajas de cartón, ya habían tenido suficiente. Sin decir una palabra, recogieron sus cosas y se marcharon, refunfuñando por lo bajo. Sabían que nunca ganarían contra Garrapata, Pulgoso y Parásito.

—¡Lo logramos! —gritó Parásito cuando los vio alejarse.

—Sabía que se rendirían tarde o temprano —dijo Pulgoso, moviendo la cola con orgullo.

Garrapata, siempre el más calmado, solo sonrió.

—Sabía que esos perreros no durarían mucho por aquí. Nadie se mete con la pandilla de la Costilla.

Y así, la casa vieja y abandonada volvió a ser solo de ellos. Aunque sabían que, algún día, podrían llegar nuevos desafíos, los tres amigos siempre estaban listos para cualquier cosa. Mientras tuvieran sus travesuras y su sentido del humor, nada ni nadie podría echarlos de su reino.

Fin.

image_pdfDescargar Cuentoimage_printImprimir Cuento

¿Te ha gustado?

¡Haz clic para puntuarlo!

Comparte tu historia personalizada con tu familia o amigos

Compartir en WhatsApp Compartir en Telegram Compartir en Facebook Compartir en Twitter Compartir por correo electrónico

¿Te ha gustado?

¡Haz clic para puntuarlo!

Cuentos cortos que te pueden gustar

autor crea cuentos e1697060767625
logo creacuento negro

Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

Deja un comentario