Había una vez una pequeña bebé llamada Amy, que acababa de llegar al mundo. Amy era muy especial, porque desde el primer momento, estaba rodeada de un amor inmenso. Su mamá y su papá la esperaban con mucha ilusión, y cuando finalmente la tuvieron en sus brazos, sintieron que su corazón se llenaba de una alegría que nunca habían conocido.
Amy era una bebé muy curiosa. Sus ojitos brillaban cada vez que veía algo nuevo, y siempre movía sus pequeñas manitas como si quisiera tocar todo a su alrededor. Su mamá la miraba con ternura mientras la acunaba suavemente en sus brazos. A veces, le cantaba canciones dulces que hacían que Amy cerrara los ojos y se quedara profundamente dormida. Era en esos momentos cuando la mamá de Amy sentía lo especial que era tener a su bebé tan cerca, tan amada.
El papá de Amy también estaba muy contento con su pequeña hija. Cada día, cuando llegaba a casa, la tomaba en sus brazos y la levantaba suavemente en el aire, haciendo que Amy riera con ese sonido encantador que solo los bebés saben hacer. A veces, él le contaba pequeñas historias sobre el mundo, las estrellas y todo lo que ella conocería cuando creciera.
Una tarde soleada, mientras la familia de Amy estaba en su acogedora sala de estar, la mamá y el papá de Amy empezaron a recordar todos los momentos hermosos que habían vivido desde que su pequeña había llegado a sus vidas.
—¿Recuerdas el día que Amy nació? —preguntó la mamá, mientras acariciaba la cabecita de su hija.
—Claro que lo recuerdo —respondió el papá, con una sonrisa—. Fue el día más feliz de mi vida. Todo cambió en ese momento.
—Sí, desde que Amy está con nosotros, cada día es más especial —dijo la mamá, mirando a su pequeña bebé que dormía plácidamente en sus brazos.
Los días con Amy estaban llenos de momentos preciosos. Cada mañana, cuando el sol entraba por la ventana, la mamá de Amy la despertaba con un beso suave en la frente. Luego, le preparaba su biberón mientras el papá hacía sonidos graciosos para hacerla reír. Después de comer, Amy pasaba tiempo jugando en su cuna con sus juguetes favoritos: un osito de peluche suave y un sonajero que hacía un sonido alegre cada vez que lo movía.
A medida que pasaban los días, Amy empezaba a descubrir más del mundo que la rodeaba. Le encantaba mirar por la ventana y ver los árboles balancearse con el viento, o escuchar el canto de los pájaros que venían al jardín. A veces, el papá de Amy la llevaba al parque, donde veía otros niños jugar. Aunque Amy todavía era pequeña para correr como ellos, sus ojitos seguían cada movimiento con mucha curiosidad.
Una tarde, mientras Amy jugaba en su manta, la mamá y el papá se sentaron a su lado. Decidieron contarle una historia sobre el amor que sentían por ella.
—Amy, desde que llegaste a nuestras vidas, todo es más bonito —empezó a decir la mamá—. Cada risa, cada mirada tuya nos llena de felicidad.
—Eres nuestro pequeño tesoro —añadió el papá, sonriendo—. Y siempre estaremos aquí para ti, cuidándote y queriéndote, porque eres lo más importante para nosotros.
Amy, aunque era pequeña, parecía entender cada palabra. Miraba a sus padres con esos grandes ojitos llenos de confianza y amor. Sabía que con ellos siempre estaría protegida y que cada día juntos sería una nueva aventura.
Al caer la noche, después de un largo día lleno de juegos y abrazos, la mamá y el papá de Amy la llevaron a su cuna. Mientras la acomodaban con cuidado entre sus mantitas suaves, la mamá le susurró:
—Duerme bien, mi pequeña. Mañana será otro día lleno de amor y más sonrisas.
El papá apagó la luz, dejando que solo un suave resplandor entrara desde la ventana. Amy cerró sus ojitos, sintiendo el calor de su familia, sabiendo que siempre estaría rodeada de cariño.
Y así, cada día en la vida de Amy era una celebración del amor que la rodeaba. Sus papás la amaban más que a nada en el mundo, y ella, aunque pequeña, sentía ese amor en cada caricia, en cada canción y en cada abrazo.
FIN
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.