Había una vez en un colorido pueblo llamado Arcoíris, donde las flores siempre estaban en plena floración y las aves cantaban dulces melodías. En este pueblo vivían dos mejores amigas, Claudia y María José. Claudia era una niña risueña con cabello rizado y una risa que contagia alegría. María José, por otro lado, tenía una larga trenza que siempre adornaba con flores y una curiosidad insaciable que la hacía explorar cada rincón del pueblo.
Un día, mientras jugaban en el parque, se encontraron con una ancianita muy especial. La abuelita tenía el cabello blanco como las nubes y unas arrugas que contaban historias de su vida. A pesar de su edad, su corazón estaba lleno de energía y amor. Ella siempre llevaba consigo una gran cesta de dulces que compartía con los niños del pueblo. La abuelita se llamaba Doña Rosa, y era conocida como “la abuela amante” porque siempre enseñaba a los niños sobre el amor, la amistad y la bondad.
Claudia y María José se acercaron a Doña Rosa, fascinadas por su aura mágica. “¿Qué estás haciendo, abuelita?” preguntó Claudia. Doña Rosa sonrió y respondió: “Estoy recolectando historias de amor. Cada dulce que comparto lleva consigo una historia de cariño y amistad.” Las dos amigas miraron a la abuela con asombro, deseando saber más sobre esas historias.
“Cuéntanos una, por favor,” pidió María José con sus ojos brillantes de esperanza. Doña Rosa se acomodó en un banco del parque y empezó a relatar una hermosa historia.
“Hace muchos años, en un pueblo no muy diferente al nuestro, vivía un joven llamado Manuel. Era un soñador que pasaba sus días dibujando en el campo y soñando con aventuras. Un día, conoció a Elena, una hermosa niña que venía a visitar a su abuela en el pueblo. Desde el primer instante, sus corazones se reconocieron. Manuel le mostró a Elena su lugar favorito, un lago donde los patos nadaban y las flores flotaban.”
Claudia y María José escuchaban atentamente, imaginándose a los personajes y el hermoso lago. Doña Rosa continuó: “Manuel y Elena pasaron horas riendo y jugando. Pero, un triste día, Elena tuvo que regresar a su casa. Ambos se prometieron que nunca olvidarían su amistad y que el amor que habían compartido siempre estaría en sus corazones.”
Doña Rosa hizo una pausa y les dijo: “El amor verdadero nunca se olvida, y su magia puede durar para siempre.” Las niñas sonrieron, comprendiendo que el amor era algo muy especial.
Después de contar la historia, Doña Rosa sacó de su cesta un dulce en forma de corazón y les dijo: “Este dulce representa el amor y la amistad. Cada vez que lo compartan o lo disfruten, recuerden que el amor es lo que nos une y nos hace felices.”
Las niñas tomaron el dulce con mucho cuidado, sintiendo que era un regalo maravilloso. Claudia le dijo a María José: “¿Te imaginas vivir una aventura así? Creo que debemos encontrar nuestro propio lugar especial y crear recuerdos mágicos, como Manuel y Elena.”
María José asintió con entusiasmo. Juntas decidieron explorar el bosque cercano para encontrar un lugar especial que pudieran llamar suyo. Tomaron de la mano la cesta llena de dulces que les había regalado Doña Rosa y se adentraron en el bosque.
Caminando entre los árboles, encontraron un claro lleno de flores de todos los colores. “¡Mira este lugar tan hermoso!” exclamó María José. “Podríamos venir aquí cada día y hacer nuestra propia historia de amor y amistad.” Claudia se sentó en el suave pasto y, mirando las flores, dijo: “¡Sí! ¡Y podemos invitarlas a jugar!”
Entonces, comenzaron a cantar y a danzar entre las flores, celebrando su nueva amistad y el amor que compartían. Desde ese día, el claro se convirtió en su refugio especial, donde pasaban horas jugando, compartiendo secretos y creando sus propias historias.
Un día, mientras jugaban, notaron que algo brillante se asomaba entre las flores. Se acercaron y descubrieron un pequeño colibrí atrapado en una telaraña. Claudia y María José, muy preocupadas, decidieron ayudar al pequeño pájaro. Con delicadeza, desenredaron la telaraña y, al liberarlo, el colibrí se acercó, como si estuviera agradecido.
“¡Mira! Él también quiere ser parte de nuestra historia,” dijo María José. El colibrí revoloteó sobre sus cabezas, llenando el lugar de colores brillantes y alegría. Ambas rieron, sintiendo que esa era la magia del amor y la amistad. Así, la pequeña ave se convirtió en su compañero de juegos, siempre regresaba a visitarlas.
Con el paso de los días, Claudia y María José continuaron compartiendo dulces y hermosas historias, no solo entre ellas, sino con todos los niños del pueblo. Hicieron nuevos amigos y aprendieron que la amistad se expandía, así como las flores del bosque. Cada vez que se encontraban con Doña Rosa, ella escuchaba con atención sus historias y les sonreía, sabiendo que su mensaje sobre el amor y la amistad había dejado huella en el corazón de las niñas.
Finalmente, un día, mientras disfrutaban de una tarde en su claro, escucharon a Doña Rosa acercarse. Con su sonrisa luminosa, les trajo un frasco lleno de polvo de estrellas, algo que solo se podía ver al atardecer. “Este polvo es mágico y representa el amor eterno,” les dijo. “Cuando lo esparzan en su claro, recordarán siempre la magia que han creado aquí.”
Claudia y María José tomaron el frasco con cuidado y, al caer la tarde, comenzaron a esparcir el polvo de estrellas sobre las flores y el pasto. Al ver cómo se iluminaba el claro, ambas supieron que habían creado algo hermoso, algo que perduraría para siempre.
Así, en aquel lugar lleno de magia, amor y amistad, nacieron historias que seguirían contándose durante generaciones, recordando a todos que el amor verdadero es eterno y que siempre se puede encontrar en los pequeños momentos de la vida. Y con ello, Claudia y María José aprendieron que el amor no solo se trata de las promesas, sino de los actos de bondad y la alegría compartida. Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.