Era una mañana luminosa cuando la familia Ruíz decidió que sería el día perfecto para visitar la playa. Óscar el papi, cargó el coche con toallas, sombrillas y juguetes, mientras la mami Lola preparaba un delicioso pícnic.
Los hermanitos, Javier y Óscar, no podían esperar para sentir la arena entre sus dedos y el agua salada en sus pies.
Mientras viajaban en el coche, Javier y Óscar miraban emocionados por la ventana, esperando ver el mar. Y por fin, tras una pequeña espera, ¡la vasta extensión azul apareció en el horizonte!
Al llegar, la mami Lola extendió una gran manta sobre la arena y colocó el pícnic en el centro. Mientras, Óscar el papi inflaba una gran pelota de playa y los niños se apresuraban a quitarse los zapatos.
Javier, con su pequeña pala y cubo, comenzó a construir un gran castillo de arena. Mientras él amontonaba arena y creaba torres, Óscar, su hermanito, decoraba el castillo con conchas y algas que encontraba cerca de la orilla.
Mami Lola, al ver el entusiasmo de sus hijos, decidió unirse a la construcción. Con delicadeza, moldeó una puerta y ventanas para el castillo. Mientras tanto, Óscar el papi buscaba piedrecitas para hacer un camino que llevara hasta el majestuoso castillo.
El día estaba lleno de risas y diversión, y las gaviotas danzaban en el cielo, curioseando sobre el festín que la familia Ruíz había traído.
Una gaviota en particular, a la que llamaron «Luna», se acercó con valentía y picoteó algunas migas del sandwich que Javier había dejado a un lado.
Después de un rato, cuando el castillo estuvo terminado y el pícnic consumido, la familia decidió dar un paseo por la orilla. Las olas jugueteaban con sus pies y el refrescante viento del mar revolvía sus cabellos.
Javier y Óscar encontraron una botella con un mensaje en su interior. Al abrirlo, descubrieron que era una carta de amor escrita por un marinero a su amada. Decidieron guardarla como un recuerdo especial de ese día.
Conclusión:
La tarde llegó pronto, y el sol comenzó a esconderse detrás del horizonte, tiñendo el cielo de tonos rosados y naranjas. La familia Ruíz, cansada, pero feliz, se sentó a contemplar el atardecer.
En ese momento, todos se dieron cuenta de que no necesitaban tesoros ni aventuras para ser felices, porque el amor y la compañía de la familia eran el mayor regalo de todos.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.