Cuentos de Amor

El Jardín de las Risas

Lectura para 6 años

Tiempo de lectura: 4 minutos

Español

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En una pequeña ciudad donde las calles olían a pan recién horneado y las flores pintaban de colores cada rincón, vivían dos hermanos, Juan y Alejandra. Aunque Juan tenía apenas seis años y Alejandra ocho, su conexión era tan profunda que parecían entenderse con solo mirarse.

Una mañana soleada de primavera, mientras el cielo se vestía de azul sin ninguna nube a la vista, Alejandra tuvo una idea maravillosa. «¿Por qué no hacemos un jardín secreto?», propuso con una sonrisa que iluminaba su rostro tanto como el sol iluminaba el día.

Juan, con su curiosidad siempre despierta, aceptó entusiasmado. Juntos, decidieron que este jardín sería su pequeño paraíso, un lugar donde podrían plantar sus flores y frutas favoritas y cuidar de ellas todos los días.

Comenzaron su aventura buscando el lugar perfecto en su amplio patio trasero. Después de mucho deliberar, eligieron un rincón soleado junto a la vieja higuera. «Aquí será», anunció Juan, poniendo sus manitas sobre la tierra aún fresca de la mañana.

Los días siguientes estuvieron llenos de actividad y alegría. Alejandra y Juan aprendieron a preparar la tierra, a sembrar semillas y a regarlas con el cuidado que solo un niño puede tener. Sembraron girasoles, tomates, zanahorias y hasta un pequeño arbusto de frambuesas. Cada semilla que plantaban era un tesoro enterrado, esperando brotar con vida.

Una tarde, mientras regaban su jardín, algo mágico ocurrió. Un pequeño brote verde emergió del suelo donde habían plantado las semillas de girasol. Los ojos de Juan y Alejandra se iluminaron con emoción. «¡Mira, Ale, mira! ¡Está creciendo!», exclamó Juan, su voz llena de asombro y alegría.

Alejandra se agachó junto a él, observando maravillada el pequeño milagro de la naturaleza. «Es como si todo nuestro amor y cuidado se transformara en esta plantita», dijo suavemente, su rostro reflejando la misma maravilla que sentía su corazón.

Los días pasaban, y con cada uno, su jardín crecía. Los girasoles se elevaban hacia el sol, altos y fuertes, y las frambuesas comenzaban a mostrar sus primeras flores prometedoras. Juan y Alejandra pasaban horas en su jardín, hablando con sus plantas, contándoles historias y riendo juntos.

Un día, mientras jugaban cerca del jardín, descubrieron a un pequeño conejo observándolos desde la cerca. El conejo, atraído por la belleza y la tranquilidad del jardín, había encontrado un hogar entre las zanahorias y los tomates. «¿Podemos quedárnoslo, Ale?», preguntó Juan con esperanza en su voz.

Después de pensar un momento, Alejandra asintió. «Pero debemos cuidarlo tanto como cuidamos nuestro jardín. Será otro amigo que nos ayudará a mantener todo hermoso», respondió, y Juan saltó de alegría.

El conejo, al que llamaron Zanahorio, se convirtió en el guardián de su jardín. A cambio de la protección y el amor que recibía, él ayudaba a mantener alejados a los insectos que querían devorar sus plantas. Zanahorio también tenía su lugar especial en el jardín, donde podía comer todas las zanahorias que quisiera.

Con el tiempo, el jardín de Juan y Alejandra no solo creció en tamaño, sino también en magia. Se convirtió en un lugar de encuentro para todos los niños del vecindario, que venían a aprender sobre plantas y a compartir la alegría de ver crecer algo que habían plantado con sus propias manos. El jardín, bautizado como «El Jardín de las Risas», era un testimonio del amor y la armonía que puede florecer entre hermanos y amigos.

El verano se despidió con una última caricia cálida, dejando paso a un otoño dorado. Juan y Alejandra miraban su jardín, ahora lleno de flores y frutos maduros, y no podían evitar sentir un orgullo gigantesco. Habían creado algo hermoso, no solo para ellos, sino para todo aquel que quisiera ser parte de su mundo.

Y así, entre juegos, risas y cosechas, los días de Juan y Alejandra se llenaron de momentos inolvidables, enseñándoles que el amor, la cooperación y la curiosidad pueden transformar cualquier espacio en un pequeño paraíso.

Desde ese año, cada primavera traía nuevos planes y proyectos para su jardín. Pero más importante aún, les traía más momentos para estar juntos, aprendiendo y creciendo, no solo como jardineros, sino como hermanos y amigos.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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