Eddie y Ángel se conocieron durante el primer día de clases en la preparatoria de enfermería. A ambos les apasionaba la idea de ayudar a los demás, pero nunca imaginaron que el destino los llevaría a cruzar sus caminos de una forma tan especial. Eddie era un chico reservado, siempre amable, con un brillo de curiosidad en sus ojos castaños. Ángel, por otro lado, era una chica inteligente, decidida y con una sonrisa que iluminaba cualquier lugar, aunque no siempre la mostraba. Tenía una coraza que parecía protegerla del mundo exterior.
Desde el primer momento en que se conocieron en el aula, Eddie sintió algo diferente cuando la vio. Había algo en Ángel que lo atraía, no solo por su belleza, sino por esa mezcla de misterio y calidez que parecía emanar de ella. Aunque Ángel era de pocas palabras, Eddie siempre encontraba la manera de iniciar una conversación. Hablaban de las clases, de los sueños que ambos compartían como futuros enfermeros, y poco a poco, esas conversaciones se hicieron más frecuentes y personales.
A lo largo de los meses, comenzaron a pasar más tiempo juntos. Después de las prácticas, caminaban hasta la cafetería cercana, donde compartían cafés y hablaban de todo tipo de temas, desde los pacientes que habían conocido hasta los libros que leían en sus tiempos libres. Ángel empezaba a bajar la guardia con Eddie, aunque no lo admitía, y sentía que él entendía una parte de ella que no solía compartir con nadie más.
Pero, a pesar de la conexión que crecía entre ellos, Ángel tenía miedo. Había pasado por momentos difíciles en el pasado y no quería volver a sentir el dolor de abrir su corazón para que luego se lo rompieran. Aunque sus sentimientos por Eddie eran cada vez más fuertes, no podía aceptar lo que sentía. Se obligaba a mantenerse distante, a no dejar que esa cercanía se convirtiera en algo más.
Eddie, por su parte, se dio cuenta de que Ángel se estaba alejando. La veía cada vez más callada, más reservada, como si estuviera construyendo un muro entre ellos. Él no entendía qué estaba mal; pensaba que todo iba bien, que lo que sentían el uno por el otro era especial, pero las señales de Ángel eran confusas. Lo que antes era una conexión fluida y natural, ahora se convertía en silencios incómodos y respuestas evasivas.
Una tarde, después de una larga jornada de prácticas, Eddie decidió hablar con Ángel. Sabía que no podía seguir pretendiendo que todo estaba bien cuando claramente no lo estaba. Se encontraron en el parque que solían visitar después de clases, un lugar tranquilo donde las hojas de los árboles susurraban con el viento y los rayos del sol se filtraban entre las ramas.
—Ángel, tenemos que hablar —dijo Eddie con una voz suave pero firme mientras ambos se sentaban en un banco.
Ángel no lo miraba directamente, sus manos jugueteaban nerviosamente en su regazo.
—¿Qué pasa, Eddie? —respondió, aunque en el fondo sabía lo que él iba a decir.
Eddie suspiró, buscando las palabras adecuadas.
—No entiendo qué está ocurriendo. Hace un tiempo, todo era diferente entre nosotros. Sentía que podíamos hablar de todo, que había algo especial… pero ahora te siento distante. No sé si hice algo mal o si simplemente… no sientes lo mismo.
El corazón de Ángel latía con fuerza. No quería escuchar esas palabras, no porque no fueran verdad, sino porque sabía que enfrentar sus propios sentimientos la aterraba.
—No es eso —dijo Ángel finalmente, con la voz entrecortada—. No es que no me importes, Eddie… Es solo que… no sé si puedo hacer esto.
Eddie la miró con una mezcla de tristeza y confusión.
—¿Hacer qué? —preguntó.
—Abrir mi corazón. Me asusta —admitió ella, al fin mirándolo a los ojos—. Me asusta sentir algo por ti, porque no quiero sufrir. No quiero que esto termine mal.
Eddie sintió una punzada en el pecho. Sabía que Ángel había pasado por momentos difíciles, pero también sabía que no podían construir algo real si ella no estaba dispuesta a intentarlo.
—Ángel, yo no te voy a lastimar —dijo con sinceridad—. Lo que siento por ti es genuino, pero no puedo obligarte a sentir lo mismo. Solo quiero que seas honesta conmigo. Si no puedes… si no quieres, entonces quizás lo mejor sea que nos distanciemos.
Ángel sintió una lágrima correr por su mejilla. No quería perder a Eddie, pero tampoco sabía si estaba lista para arriesgarse. El silencio entre ellos se hizo pesado, y aunque Eddie esperaba una respuesta, solo encontró el vacío de sus palabras no dichas.
Finalmente, se levantó del banco.
—Tal vez necesites tiempo para aclarar lo que sientes —dijo, con un tono de resignación—. Si algún día decides que quieres hablar, estaré aquí. Pero no puedo seguir así, Ángel.
Y con esas palabras, Eddie se fue, dejando a Ángel sola en el parque, con el corazón dividido entre el miedo y el amor.
Los días pasaron, y la ausencia de Eddie se hizo cada vez más notoria para Ángel. En un principio, pensó que era lo mejor. Quizás el tiempo le ayudaría a aclarar sus sentimientos, a comprender lo que realmente quería. Pero a medida que las semanas se alargaban, se dio cuenta de que no podía seguir negándolo: lo que sentía por Eddie era real, y lo que más temía no era el dolor, sino perderlo para siempre.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.