Lucia y el Amor de Papá

Había una vez una pequeña niña llamada Lucia, que tenía cuatro años. Lucia tenía rizos dorados y una sonrisa que iluminaba cualquier habitación. Su papá, Alan, era un hombre en sus treinta con el cabello castaño y una expresión siempre amable. Lucia y Alan eran inseparables, compartiendo un amor especial que llenaba sus días de felicidad.

Todas las noches, después de cenar, Lucia y Alan tenían una tradición muy especial: se sentaban en el cómodo sofá del salón y veían su película favorita, «Chachariza». La película trataba sobre una pequeña criatura mágica que vivía en un bosque encantado, y a Lucia le encantaba verla una y otra vez. Cada vez que la veían, Alan le explicaba partes de la historia y juntos reían y comentaban las aventuras de Chachariza.

Una tarde, mientras Lucia jugaba con sus muñecas, pensó en cuánto amaba a su papá y cuánto quería agradecerle por todo lo que hacía por ella. Decidió que quería hacer algo especial para él, algo que mostrara cuánto lo amaba. Se le ocurrió una idea brillante: haría un dibujo y prepararía una sorpresa para la noche.

Lucia pasó toda la tarde dibujando con sus crayones de colores. Dibujó a su papá y a ella viendo «Chachariza» en el sofá, rodeados de corazones y estrellas. Cuando terminó, miró su obra de arte con orgullo y la escondió detrás del cojín del sofá, lista para la sorpresa.

Esa noche, como de costumbre, Alan preparó la cena. Cocinó espaguetis, el plato favorito de Lucia, y sirvió una pequeña porción con mucho cariño. Mientras cenaban, Lucia no podía contener su emoción y sonreía todo el tiempo. Alan la miró con curiosidad.

—¿Qué pasa, mi pequeña? —preguntó Alan—. Pareces muy feliz hoy.

—¡Es un secreto, papá! —respondió Lucia, riendo—. Pero te lo mostraré después de la película.

Alan sonrió, intrigado por la sorpresa que Lucia le tenía preparada. Después de cenar, limpiaron la mesa juntos y se dirigieron al salón para ver «Chachariza». Alan puso la película y se acomodaron en el sofá, listos para disfrutar de su momento especial.

Durante la película, Lucia miraba a su papá con amor y gratitud. Sabía que él siempre estaba allí para ella, cuidándola y asegurándose de que siempre fuera feliz. Al final de la película, cuando los créditos comenzaron a rodar, Lucia saltó del sofá y dijo:

—¡Ahora es el momento de mi sorpresa, papá!

Alan la miró con curiosidad mientras Lucia sacaba su dibujo de detrás del cojín y se lo entregaba con una gran sonrisa. Alan tomó el dibujo y sus ojos se llenaron de lágrimas al ver el hermoso dibujo que su hija había hecho.

—Lucia, es maravilloso. ¡Gracias, mi amor! —dijo Alan, abrazándola con fuerza.

—Papá, quiero agradecerte por amarme tanto y por ver siempre «Chachariza» conmigo. ¡Te amo mucho! —dijo Lucia, acurrucándose en los brazos de su papá.

Alan sintió una calidez en su corazón que no podía describir. Sabía que el amor de su hija era el regalo más grande que podía recibir. Mientras sostenía a Lucia, le prometió que siempre estaría allí para ella, compartiendo momentos especiales y creando recuerdos que durarían toda la vida.

Esa noche, Alan y Lucia se quedaron acurrucados en el sofá, hablando de sus cosas favoritas y soñando con nuevas aventuras. Lucia se quedó dormida en los brazos de su papá, sintiéndose segura y amada.

Desde aquel día, el dibujo de Lucia ocupó un lugar especial en la pared del salón, recordándoles a ambos el amor que compartían. Alan siguió cuidando de su pequeña con todo su corazón, y Lucia siguió mostrando su amor a su papá de mil maneras diferentes.

Y así, Lucia y Alan vivieron felices, sabiendo que el amor que se tenían era el mayor tesoro del mundo. Cada noche seguían viendo «Chachariza», y cada día encontraban nuevas formas de expresar su amor y gratitud.

Y colorín colorado, este cuento de amor ha terminado.