Había una vez, en una casita muy acogedora, vivía una bebé llamada Mariel. Mariel tenía el cabello corto y castaño claro, y siempre estaba llena de energía y curiosidad. Vivía con su abuela Chinis, una señora de 45 años con el cabello ondulado castaño oscuro con mechas rubias. Abuela Chinis y Mariel eran inseparables y se querían muchísimo.
Una tarde, Mariel estaba sentada en el regazo de su abuela Chinis, en el cómodo sofá de la sala. Mientras jugaban con unos juguetes de colores, Mariel miró a su abuela con ojos brillantes y dijo: «Abuela, te quiero mucho, mucho, mucho.»
Abuela Chinis sonrió y acarició la cabecita de Mariel. «¿Cuánto me quieres, mi pequeña Mariel?» preguntó con ternura.
Mariel pensó por un momento y luego señaló un dibujo en la pared. Era un dibujo de una jirafa muy alta. «Abuela, ¿ves esa jirafa? Es muy alta, ¿verdad? Pues yo te quiero más que la altura de esa jirafa.»
Abuela Chinis rió dulcemente. «Eso es mucho amor, Mariel. ¿Qué más me puedes decir?»
Mariel miró alrededor de la sala y vio un gran peluche de oso. «Abuela, ese oso es muy grande y suave. Pues yo te quiero más que lo grande y suave que es ese oso.»
Abuela Chinis abrazó a Mariel con fuerza. «Eres tan dulce, mi amor. ¿Qué otra cosa grande conoces?»
Mariel se bajó del regazo de su abuela y corrió hacia la ventana. Miró hacia el cielo y vio el sol brillando. «Abuela, el sol es muy grande y brilla mucho. Pues yo te quiero más que lo grande y brillante que es el sol.»
Abuela Chinis se levantó y fue hacia la ventana con Mariel. «Eso es un amor muy grande y brillante, Mariel. ¿Tienes más ejemplos?»
Mariel asintió con entusiasmo. «Sí, abuela. Las montañas son muy altas y fuertes. Pues yo te quiero más que lo altas y fuertes que son las montañas.»
Abuela Chinis miró a Mariel con ojos llenos de amor. «Me haces muy feliz, Mariel. ¿Qué más tienes en mente?»
Mariel miró el jardín desde la ventana y vio las flores de colores. «Abuela, las flores son muy bonitas y huelen muy bien. Pues yo te quiero más que lo bonitas y perfumadas que son las flores.»
Abuela Chinis y Mariel salieron al jardín y se sentaron junto a las flores. «Cada día me demuestras tu amor de muchas maneras, Mariel. ¿Sabes qué? Yo también te quiero muchísimo.»
Mariel sonrió y dijo: «¿Cuánto, abuela?»
Abuela Chinis abrazó a Mariel y respondió: «Te quiero más que la luna y las estrellas en el cielo nocturno. Te quiero más que el agua en el mar y más que el aire que respiramos.»
Mariel se acurrucó en los brazos de su abuela y susurró: «Abuela, te quiero más que todos los juguetes en el mundo.»
Abuela Chinis rió y besó la frente de Mariel. «Eres mi mayor tesoro, Mariel. Siempre recordaré cuánto me quieres.»
Mariel y su abuela Chinis pasaban los días jugando, riendo y compartiendo momentos especiales. Un día, mientras paseaban por el parque, Mariel vio un arco iris en el cielo. «Abuela, el arco iris es muy bonito y tiene muchos colores. Pues yo te quiero más que todos los colores del arco iris.»
Abuela Chinis miró el arco iris y luego a Mariel. «Eso es un amor lleno de colores y alegría, Mariel. Siempre haces que mis días sean más brillantes.»
El tiempo pasaba y cada día Mariel encontraba una nueva forma de decirle a su abuela cuánto la quería. Una tarde, mientras preparaban una tarta en la cocina, Mariel dijo: «Abuela, las tartas son muy deliciosas. Pues yo te quiero más que todas las tartas deliciosas del mundo.»
Abuela Chinis sonrió mientras mezclaba los ingredientes. «Te quiero más que todas las estrellas del cielo, Mariel. Eres mi pequeña estrella brillante.»
Cuando la tarta estuvo lista, se sentaron juntas a disfrutarla. «Abuela,» dijo Mariel con la boca llena de tarta, «te quiero más que todas las tartas y los dulces del mundo.»
Abuela Chinis rió y limpió la cara de Mariel con una servilleta. «Eres la niña más dulce de todas, Mariel.»
Un día, mientras jugaban en el jardín, Mariel vio una mariposa volar. «Abuela, las mariposas son muy bonitas y vuelan alto. Pues yo te quiero más que lo bonito y alto que vuelan las mariposas.»
Abuela Chinis observó la mariposa y sonrió. «Eres mi mariposa especial, Mariel. Cada día contigo es una nueva aventura llena de amor.»
Así, Mariel y su abuela Chinis continuaron compartiendo su amor y disfrutando de cada momento juntas. Cada día, Mariel encontraba una nueva forma de expresar cuánto quería a su abuela, y abuela Chinis siempre le respondía con palabras llenas de amor.
Un día, mientras miraban el atardecer, Mariel se acurrucó junto a su abuela y dijo: «Abuela, los atardeceres son muy bonitos y llenos de colores. Pues yo te quiero más que todos los atardeceres del mundo.»
Abuela Chinis abrazó a Mariel y le susurró al oído: «Te quiero más que todos los momentos hermosos que compartimos, Mariel. Siempre te querré.»
Y así, Mariel y su abuela Chinis vivieron felices, compartiendo su amor cada día, demostrando que el amor más grande y especial es el que se da y se recibe con el corazón.
Con el paso del tiempo, Mariel creció, pero nunca olvidó las palabras y los momentos compartidos con su abuela Chinis. La enseñaron que el amor verdadero es más grande que cualquier cosa en el mundo, y que siempre se puede encontrar una nueva forma de decir «te quiero».
Y así, en la casita acogedora, Mariel y abuela Chinis continuaron viviendo sus días llenos de amor, risas y momentos inolvidables, recordando siempre que el amor es lo más importante en la vida.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.