En el pequeño pueblo de Tiemblo, cada verano, los sonidos de la música flotaban en el aire como mariposas danzantes. Era aquí donde se celebraba el famoso Campamento de Música de Tiemblo, un lugar donde jóvenes talentosos de todo el país venían a perfeccionar su arte bajo la tutela de maestros experimentados.
Aitor era uno de esos jóvenes. Con 13 años, ya era un virtuoso del trombón, capaz de evocar emociones profundas con cada nota que soplaba. Pero ese verano no solo buscaba mejorar su habilidad musical; su corazón llevaba consigo una melodía aún no escrita, una canción de amor que empezaría a componer en cuanto viera a María.
María, con sus 12 años y su flauta travesera, llegó al campamento con un brillo de expectación en sus ojos. Desde el primer momento que Aitor la vio, supo que ella era especial. María tenía una manera de tocar la flauta que parecía conversar con el viento, suave y llena de matices fascinantes.
Durante las primeras semanas del campamento, Aitor encontró cada oportunidad para estar cerca de María. Le ofreció ayuda con las partituras, compartió con ella consejos que los profesores le habían dado, y durante los recesos, le mostraba los rincones secretos del bosque que rodeaba el campamento.
María, al principio tímida, pronto encontró en Aitor no solo un mentor, sino un amigo. Juntos, exploraron las complejidades de la música y compartieron risas y sueños. A medida que los días se alargaban, su amistad se profundizaba, tejida con notas y silencios compartidos.
El campamento ofrecía noches de conciertos donde los estudiantes podían demostrar lo aprendido. Aitor y María decidieron presentar un dueto. Ellos eligieron una pieza que hablaba de amistad y posibilidades, y durante semanas, practicaron hasta que la música fluyó entre ellos como una conversación entre almas.
Llegó la noche del concierto, y bajo un cielo estrellado, rodeados de luces de colores que colgaban de los árboles, Aitor y María tomaron el escenario. El primer acorde de la flauta de María cortó el silencio, seguido por la resonante respuesta del trombón de Aitor. La música capturó el corazón de todos los presentes, uniendo a la audiencia en un momento mágico donde todo lo demás parecía desvanecerse.
Al final de la pieza, los aplausos inundaron el aire, pero para Aitor y María, el mundo se había reducido a la pequeña burbuja que los rodeaba. Aitor, llevado por la emoción del momento, se atrevió a decir lo que su corazón había estado cantando desde que la vio: «María, ¿te gustaría ser mi novia?»
María, con una sonrisa que reflejaba todas las estrellas del cielo, dijo sí. Ese sí no solo selló una promesa entre ellos, sino que marcó el inicio de un dueto que duraría más allá del verano.
Los años pasaron, y Aitor y María continuaron su viaje juntos, no solo en la música, sino en la vida. Cada aniversario de aquel primer concierto, celebraban con una pieza nueva que compusieran juntos, celebrando no solo su amor, sino la música que los había unido.
Aitor y María, ahora no solo músicos reconocidos sino también inseparables compañeros de vida, miraban hacia atrás a esos días en el campamento de música como el inicio de su sinfonía más hermosa. Y en cada nota que tocaban, en cada melodía que creaban, resonaba el eco de aquel verano en Tiemblo, donde todo comenzó con un trombón, una flauta y dos corazones dispuestos a compartir una vida de armonías.
Y así, rodeados de música y amor, Aitor y María siguieron adelante, componiendo cada día una nueva página en la partitura de sus vidas, seguros de que mientras estuvieran juntos, siempre habría belleza en el mundo que los rodeaba.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.