Cuentos de Amor

Cielos de Amor Eterno

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 7 minutos

Español

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En una pequeña aldea, rodeada de vastos campos y cerros repletos de flores silvestres, vivían dos jóvenes que parecían haber sido hechos el uno para el otro. Memin era un chico alto y de rasgos amables, cuya sonrisa podía iluminar el día más gris, y Ale, una chica delgada con cabellos rizados que danzaban al compás del viento como suaves melodías.

Memin y Ale eran conocidos en la aldea por su hermoso amor, uno que había crecido poco a poco, con la paciencia y el cuidado que se le brinda a un delicado brote de primavera. Desde niños, habían descubierto una pasión compartida por los atardeceres y las noches estrelladas, pasión que se convirtió en el lazo que uniría sus vidas para siempre.

Cada atardecer, sin falta, Memin y Ale se aventuraban a escalar la colina más alta del lugar. Allí, sentados sobre la verde hierba, observaban cómo el sol se escondía tras los montes, tiñendo el cielo de rosa y naranja. Esperaban juntos a que la primera estrella apareciera, y entonces, cuando las sombras de la noche comenzaban a cubrir el mundo, se prometían amor eterno bajo la mirada silenciosa de la luna.

El amor de Memin y Ale era tan intenso como el azul del cielo despejado, y tan profundo como las raíces de los árboles centenarios que adornaban su aldea. Habían superado juntos pruebas difíciles, peleas insignificantes y malentendidos, siempre encontrando el camino de regreso el uno al otro. Estaban seguros de que, no importaba lo que sucediera, harían lo posible e imposible para que su amor durara toda la vida.

Un día, la paz de la aldea fue perturbada por la llegada de un rumor que se esparció como el polen en primavera. Decían que en lo más recóndito del bosque vivía un anciano mago, poseedor de conocimientos tan antiguos como el mismo tiempo. Se contaba que aquel que lograra encontrarlo y ganarse su favor, recibiría un regalo de valor incalculable: un deseo concedido, cualquier deseo.

Los aldeanos murmuraban sobre el peligro de adentrarse en el bosque encantado, donde criaturas mágicas y misterios sin resolver esperaban a los osados visitantes. Sin embargo, para Memin y Ale, la tentación de encontrar al mago y pedir un amor eterno era demasiado grande para ignorarla.

Una tarde, después de observar las nubes, desfilar en el cielo como si fueran barcos navegando en un vasto océano azul, Memin tomó la mano de Ale y con voz serena, pero firme, le propuso buscar al mago.

Ale, mi amor, he estado pensando – dijo Memin, su mirada reflejando la determinación de su corazón -. Quiero que nuestro amor sea como este cielo que tanto admiramos: infinito y eterno. Y creo que encontrar al mago podría ser la respuesta.

Ale, con ojos brillantes de emoción y una chispa de aventura ardiendo en su pecho, no tardó en aceptar la propuesta.

Vamos, entonces – respondió ella, su voz tan clara como el crepitar de una fogata- . Juntos, no hay bosque demasiado denso ni mago demasiado esquivo. Será nuestra mayor aventura.

Los jóvenes se prepararon para su viaje, llevando consigo provisiones, una pequeña linterna, una brújula antigua y una manta tejida por la abuela de Ale, para las noches frías. Despidiéndose de sus padres y amigos, prometieron regresar con una historia que contar y un amor fortalecido por la magia.

Adentrarse en el bosque fue como cruzar a otro mundo. Los árboles se elevaban hacia el cielo, sus hojas susurrando secretos. Los sonidos de animales desconocidos acompañaban cada paso que daban, y las sombras de la tarde extendían sus dedos delicadamente sobre el suelo cubierto de musgo.

Durante días, Memin y Ale recorrieron el laberinto verde, enfrentándose a desafíos tanto reales como imaginarios. Se toparon con árboles que parecían cambiar de lugar, ríos que fluían en dirección contraria y criaturas mágicas que observaban curiosas desde la seguridad de la espesura.

Una noche, mientras se resguardaban bajo la manta de Ale, una luz tenue comenzó a filtrarse entre los árboles. Siguiéndola, llegaron a un claro iluminado por luciérnagas que danzaban en el aire en una coreografía silenciosa. En el centro del claro, sobre una roca tallada por los años, se encontraba el anciano mago. Su mirada era tan profunda como el cielo nocturno y su presencia tan tranquilizadora como la luz de la luna.

Los jóvenes, sin dudarlo, se acercaron y le revelaron su deseo más ferviente: que su amor durara por siempre, inalterable como el cielo que tanto adoraban.

El mago, con una voz que parecía resonar desde las raíces de la tierra, les contó sobre el amor verdadero, un tesoro más allá de hechizos y pociones. Les explicó que un amor que se atiende y se cuida no necesita de magia, pues ya posee su propio encanto poderoso y perdurable.

El amor que tienen uno por el otro es suficiente – les dijo -. No necesitan de mi ayuda. Sigan mirando el cielo juntos, y encontrarán en él la eternidad que buscan.

Aunque no recibieron el hechizo que esperaban, Memin y Ale entendieron la sabiduría en las palabras del mago. Regresaron a la aldea más enamorados y convencidos de que su amor no necesitaba de intervenciones mágicas.

Los años pasaron y los dos jóvenes, hoy ya no tan jóvenes, continuaron subiendo la colina cada atardecer. De su amor nacieron historias, canciones e hijos que aprendieron a amar el cielo tanto como ellos. Los aldeanos hablaban de Memin y Ale no solo como un ejemplo de amor verdadero, sino también como un recordatorio de que la magia más poderosa es la que ya vive en nuestros corazones. Y así, en sus cielos de amor eterno, Memin y Ale encontraron la inmortalidad de un amor que trasciende el tiempo y el espacio, un amor tan infinito como el cielo.

Conclusión:

Memin y Ale nos enseñan que la fuerza de un amor sincero y cuidadoso no reside en hechizos ni en deseos concedidos por magos ancianos, sino en el compromiso y la dedicación que cada uno pone en la relación día tras día. Bajo el vasto cielo, con sus místicos colores y estrellas eternas, ellos hallaron el reflejo de su amor eterno, un amor que, como el cielo, permanece inalterable, testigo silencioso de la vida y sus maravillas.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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