En un pequeño pueblo rodeado de colinas verdes y ríos tranquilos, vivía una joven llamada Nastenka. Era conocida por su amabilidad y su belleza, pero lo que más destacaba en ella era su profundo amor por las historias. Nastenka pasaba horas en la pequeña biblioteca del pueblo, leyendo sobre mundos lejanos, héroes valientes y amores imposibles. Sin embargo, lo que más soñaba era vivir su propia historia de amor, una que pudiera guardar en su corazón para siempre.
Un día, mientras caminaba por el parque al atardecer, Nastenka encontró algo inesperado. En el banco donde solía sentarse a leer, había una carta. Era una carta sencilla, sin sobres ni sellos, con su nombre escrito delicadamente en el frente. Sorprendida, miró a su alrededor, pero no vio a nadie. Con el corazón latiendo con fuerza, tomó la carta y se sentó en el banco, abriéndola con cuidado.
La carta comenzaba con una frase que hizo que Nastenka sonriera: «De modo que, por fortuna, hemos sobrevivido.» No reconocía la letra, pero las palabras parecían dirigirse a ella, como si quien las hubiera escrito la conociera profundamente. Continuó leyendo con atención. «Llevo ya aquí dos horas. No sabe usted el día que he pasado.» Nastenka imaginó a la persona que había escrito esas palabras, alguien que había estado esperando por ella, quizás con el mismo nerviosismo que ahora sentía ella al leer.
«Pero vamos al grano», decía la carta, «¿Por qué cree que he venido? Desde luego no para hablar de desatinos, como anoche. No; óigame usted: debemos ser más juiciosos. Lo he pensado maduramente.» Nastenka rió suavemente al leer esto. ¿Quién era este misterioso autor que parecía hablarle con tanta familiaridad, como si ya hubieran tenido largas conversaciones?
La carta continuaba: «Por mi parte, estoy dispuesto a ello; solo que pienso que en toda mi vida no se me ha ocurrido nada más juicioso que lo de anoche.» Nastenka se quedó pensativa. No recordaba haber tenido una conversación así recientemente, pero la idea de alguien pensando en ella, reflexionando sobre lo que compartieron, la llenó de una calidez inesperada.
«Pero oiga usted: en primer lugar, le ruego que no me apriete de ese modo la mano; y después, le participo que hoy he pensado mucho en usted.» Las palabras resonaban en el corazón de Nastenka. ¿Era posible que alguien en el pueblo la conociera tan bien? ¿Que alguien la considerara tan importante como para escribirle de esta manera?
«Y cómo ha sido e…» La carta se interrumpía en ese punto, dejando a Nastenka con más preguntas que respuestas. Miró a su alrededor de nuevo, el parque estaba tranquilo, y el sol comenzaba a descender en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos rosados y dorados.
«¿No tiene más remedio que tenerla…? ¿Cómo habría podido usted vivir en el mundo sin tener historia?» Nastenka se mordió el labio, su mente intentando descifrar las palabras. «Me alegro mucho de que haya tenido conmigo esas confidencias. Ahora le conozco a usted, le conozco a fondo.» La familiaridad de las palabras era desconcertante, pero también reconfortante.
La carta terminaba con una invitación, una promesa implícita de más por venir. «Pues le voy a contar yo también mi historia, desde el principio hasta el…» Pero la carta no continuaba. Era como si el autor hubiera querido dejar algo en suspenso, una espera que hacía que Nastenka deseara más.
Guardó la carta cerca de su corazón y se quedó en el parque hasta que las primeras estrellas comenzaron a aparecer. No podía dejar de pensar en quién podría haberle escrito. ¿Era alguien que conocía? ¿Alguien que la observaba en silencio, esperando el momento adecuado para acercarse?
Los días siguientes, Nastenka no dejó de pensar en la carta. Volvía al parque cada tarde, esperando encontrar una nueva misiva o quizás al autor misterioso. Y aunque no encontraba ninguna otra carta, su corazón latía con la esperanza de que, en algún momento, se revelara la identidad de quien le había escrito.
Con el tiempo, Nastenka comenzó a notar pequeños detalles en su vida cotidiana, gestos amables de personas a su alrededor, palabras de aliento que antes no había percibido. Comenzó a imaginar que cualquiera de esas personas podía ser el autor de la carta, y esta incertidumbre llenaba su vida de un nuevo significado. Cada encuentro, cada sonrisa, era un posible indicio de quién podía haber escrito aquellas palabras tan llenas de sentimiento.
El invierno llegó, y con él, una nueva carta apareció en el mismo banco del parque. Esta vez, la carta estaba más detallada. «Nastenka,» comenzaba, «he observado cómo has buscado respuestas, y cómo cada día te llenas de más preguntas. Déjame decirte que la respuesta que buscas no está en mí, sino en ti misma. La historia que anhelas, la historia que deseas vivir, está en cada paso que das, en cada decisión que tomas. Yo solo he sido el viento que sopló en la dirección que debías seguir.»
Nastenka leyó esas palabras con el corazón encogido. Entendió entonces que la carta no era solo de alguien más, sino también una reflexión sobre su propia vida y sus propios deseos. Cerró la carta con una sonrisa en los labios, sabiendo que la verdadera historia de amor que viviría no dependería de un autor desconocido, sino de ella misma, de su capacidad para amar y ser amada.
Desde aquel día, Nastenka continuó con su vida, pero con una nueva perspectiva. El amor, comprendió, no siempre era un cuento de hadas con un final predecible, sino una serie de momentos, decisiones y sentimientos que se construyen día a día. Y así, con el tiempo, Nastenka encontró su verdadera historia de amor, una que, como la carta había sugerido, estaba escrita en cada uno de sus actos y en la manera en que decidió vivir su vida.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.