Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos, un hombre llamado Estanislao Zuleta. Estanislao no era un hombre común; era un sabio reconocido por su profundo amor por los libros y su habilidad para comprender los textos más complejos. Su biblioteca era un lugar mágico, con estanterías que parecían llegar hasta el cielo, llenas de libros de todas las épocas y lugares. Los niños del pueblo lo llamaban “el hombre de los libros”, y cada tarde se reunían alrededor de él para escuchar sus historias y aprender de su sabiduría.
Un día, Estanislao decidió hablar a los niños sobre la importancia de la lectura. Los reunió en su biblioteca, donde la luz del sol se filtraba suavemente a través de las ventanas, creando un ambiente cálido y acogedor. “Hoy”, dijo Estanislao con una sonrisa, “vamos a hablar sobre algo muy especial: el arte de leer. Leer no es solo pasar los ojos por las palabras, es mucho más que eso. Leer es como abrir una puerta a otros mundos, conocer nuevas ideas y descubrir quiénes somos realmente.”
Los niños lo miraban con atención, ansiosos por aprender más. “Voy a contarles sobre un hombre llamado Nietzsche”, continuó Estanislao. “Nietzsche fue un filósofo que escribió mucho sobre la vida, la moral y, por supuesto, la lectura. Él creía que leer era una manera de entrenar nuestra mente, de hacernos más fuertes y sabios. Pero para leer bien, decía Nietzsche, necesitamos hacerlo con paciencia y atención.”
Estanislao tomó un libro de uno de los estantes y lo abrió con cuidado. “Este es un libro que Nietzsche escribió hace muchos años”, explicó. “En su prólogo a la ‘Genealogía de la moral’, Nietzsche nos invita a leer con calma, a no apresurarnos. Él decía que un buen libro es como un buen amigo, y debemos tomarnos el tiempo para entenderlo, para disfrutar de cada palabra y de cada idea.”
Uno de los niños levantó la mano y preguntó: “¿Por qué es tan importante leer despacio, Estanislao?”
El sabio sonrió y respondió: “Cuando leemos despacio, permitimos que las palabras y las ideas se asienten en nuestra mente. Es como cuando plantas una semilla en la tierra; si la riegas con cuidado y le das tiempo, crecerá y se convertirá en un árbol fuerte. Pero si la riegas demasiado rápido o no le das suficiente tiempo, no crecerá bien. Leer despacio nos permite reflexionar sobre lo que estamos leyendo, y así podemos aprender más y disfrutar más del proceso.”
Estanislao continuó hablando sobre Nietzsche y su manera de escribir. “Nietzsche era un maestro en hacer que sus lectores pensaran. Él usaba un estilo que obligaba a la gente a detenerse y reflexionar. No era fácil leerlo, pero aquellos que lo lograban, descubrían un mundo de ideas fascinantes. En su libro ‘Así habló Zaratustra’, hay un capítulo que se llama ‘Del leer y el escribir’. En él, Nietzsche nos habla de cómo leer y escribir son actos poderosos, que pueden cambiar nuestra vida y nuestra forma de ver el mundo.”
Los niños escuchaban con los ojos muy abiertos, fascinados por las palabras de Estanislao. “También hay otro libro llamado ‘Ecce Homo'”, continuó, “en el que Nietzsche habla sobre cómo la lectura y la escritura lo ayudaron a entenderse a sí mismo. Él decía que leer bien no es solo entender las palabras, sino también comprender el espíritu detrás de ellas.”
“Entonces, ¿Nietzsche quería que todos leyéramos despacio y con cuidado?”, preguntó una niña.
“Exactamente”, respondió Estanislao. “Nietzsche nos enseñaba que leer no es una carrera, sino un viaje. Y como en todo buen viaje, lo importante no es llegar rápido, sino disfrutar del camino, aprender de cada paso y reflexionar sobre lo que hemos encontrado.”
Estanislao luego les habló de otro texto llamado “Sobre el porvenir de nuestros institutos de enseñanza”. “En este libro”, explicó, “Nietzsche critica a las universidades de su tiempo, diciendo que se preocupaban más por enseñar datos y menos por enseñar a pensar. Para él, la educación debía ser algo más profundo, algo que nos ayudara a comprendernos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea.”
Uno de los niños, curioso, preguntó: “¿Y cómo podemos nosotros, que somos tan pequeños, aprender a leer y pensar como Nietzsche?”
Estanislao se inclinó hacia ellos y les dijo: “Ustedes ya han comenzado. El simple hecho de estar aquí, escuchando, preguntando y pensando, es el primer paso. La clave está en ser pacientes, en no tener miedo de las palabras difíciles, y en siempre estar dispuestos a aprender algo nuevo. Cada libro que lean, cada historia que escuchen, es una oportunidad para crecer, para entender un poco más del mundo y de ustedes mismos.”
Los niños sonrieron, emocionados por la idea de convertirse en grandes lectores. “Y recuerden”, concluyó Estanislao, “que la lectura es un arte, y como todo arte, mejora con la práctica. Así que lean mucho, lean despacio y, sobre todo, disfruten cada momento.”
Desde aquel día, los niños del pueblo no solo veían a Estanislao como “el hombre de los libros”, sino también como su guía en el maravilloso mundo de la lectura. Y cada vez que abrían un libro, recordaban sus palabras y se sumergían en las páginas con curiosidad y amor, sabiendo que cada lectura era una aventura que los haría más sabios y felices.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.