En un rincón muy especial del mundo, donde el sol siempre brilla y las aguas son tan claras que puedes ver los peces bailando entre las olas, vivían dos buenos amigos, Juan e Inma. Ambos compartían una pasión por la aventura y el descubrimiento, y cada día después de la escuela, corrían hacia la playa para jugar entre los barcos y escuchar las historias de los pescadores.
Un día, llenos de curiosidad y ansias de aventura, decidieron tomar uno de los pequeños botes para explorar una isla cercana llamada «Isla de las Caracolas». Con sus pequeñas manos, remaron con toda su fuerza bajo el cálido sol del mediodía. La isla no estaba muy lejos, y pronto llegaron a sus costas doradas llenas de caracolas de colores y piedras brillantes.
En su emoción, recogieron caracolas y construyeron castillos de arena, olvidando por completo el tiempo que pasaba. No fue hasta que el sol comenzó a pintar el cielo de tonos de naranja y rosa que se dieron cuenta de algo terrible: ¡el bote había desaparecido con la marea!
Ahora, Juan e Inma se encontraban solos en la isla, sin saber cómo regresar a casa. Juan, con su camiseta de marinero azul, trató de mantener la calma y pensar en una solución, mientras que Inma, con su vestido rosa, no podía evitar sentirse un poco asustada.
«Tenemos que encontrar la manera de volver antes de que se haga de noche completamente,» dijo Juan, intentando sonar más seguro de lo que realmente se sentía.
Recordando las historias de los pescadores, Inma tuvo una idea. «Las caracolas pueden ser más que bonitas. Los pescadores cuentan que algunas caracolas pueden llamar a las criaturas del mar si soplas en ellas con fuerza y corazón.»
Animados por la idea, comenzaron a soplar en cada caracola que encontraban, esperando algún milagro. Una tras otra, cada caracola emitía un sonido melódico que se llevaba el viento. Justo cuando estaban a punto de rendirse, una caracola grande y espiralada respondió a su llamado. Al soplar en ella, el sonido no solo fue melodioso, sino que también mágico, llenando el aire con chispas de colores.
De repente, el mar frente a ellos comenzó a burbujear y, para su sorpresa, del agua emergió una tortuga gigante con un caparazón que parecía tallado de piedras preciosas. «Me llamaron y aquí estoy», dijo la tortuga con una voz que sonaba como el oleaje suave. «¿Puedo ayudarles?»
Con ojos llenos de asombro y gratitud, Juan e Inma le contaron su situación. La tortuga, sabia y amable, les ofreció llevarlos de regreso a casa. Subieron a su espalda y se aferraron a su caparazón, mientras la tortuga se deslizaba suavemente a través de las aguas ahora iluminadas por la luna.
El viaje de regreso fue rápido y lleno de maravillas; vieron delfines jugando a lo lejos y estrellas fugaces adornando el cielo nocturno. Al llegar a la playa de su pueblo, sus padres los esperaban ansiosos pero aliviados. Después de agradecer a su nueva amiga tortuga, Juan e Inma prometieron nunca olvidar la lección aprendida: la aventura es emocionante, pero siempre hay que estar preparado y nunca subestimar el poder de la naturaleza.
Desde entonces, cada vez que pasaban por la playa y veían la Isla de las Caracolas a lo lejos, recordaban con cariño su aventura y la mágica noche en que una tortuga gigante les había salvado. Y por supuesto, nunca dejaron de explorar, pero esta vez, siempre con un plan y un par de remos de repuesto.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.