Cuentos de Amor

Tía Sonya y el Pequeño Santiago

Lectura para 6 años

Tiempo de lectura: 4 minutos

Español

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Había una vez una tía muy especial llamada Sonya. Tía Sonya tenía el cabello rizado y castaño, y sus ojos siempre brillaban de alegría. Le encantaba vestir con vestidos coloridos y pasaba la mayor parte de su tiempo en una acogedora sala llena de libros. Tía Sonya vivía en una ciudad lejana, muy, muy lejos, a millones de kilómetros de distancia de su querido sobrino Santiago.

Santiago era un niño de seis años, con el cabello corto y castaño, y unos ojos llenos de curiosidad. Vivía en una casa luminosa llena de juguetes y siempre estaba dispuesto a jugar y explorar. Aunque Santiago y Tía Sonya estaban separados por una gran distancia, el amor que se tenían era tan fuerte que se sentía como si estuvieran siempre juntos.

Cada tarde, después de la escuela, Santiago se sentaba en su habitación rodeado de sus juguetes favoritos y esperaba con ansias la llamada de su tía. Tía Sonya, desde su acogedora sala, encendía su computadora y con una gran sonrisa saludaba a su sobrino a través de la pantalla. Era su momento especial del día.

—¡Hola, mi pequeño Santiago! —decía Tía Sonya, agitando la mano frente a la cámara.

—¡Hola, Tía Sonya! —respondía Santiago, saltando de alegría.

Aunque estaban a millones de kilómetros de distancia, la tecnología les permitía verse y hablar todos los días. Santiago le contaba a Tía Sonya sobre sus aventuras en la escuela, los nuevos juegos que había inventado y las historias que le gustaba imaginar. Tía Sonya, a su vez, le contaba cuentos fascinantes que había leído en sus libros, llenos de magia y fantasía.

Un día, Santiago le contó a Tía Sonya que estaba aprendiendo a montar en bicicleta sin rueditas. Estaba muy emocionado, pero también un poco asustado. Tía Sonya, siempre sabia y comprensiva, le dijo:

—Recuerda, Santiago, que aprender cosas nuevas siempre da un poco de miedo al principio, pero con práctica y paciencia, lo lograrás. ¡Yo estoy muy orgullosa de ti!

Las palabras de Tía Sonya le dieron a Santiago el valor que necesitaba. Practicó todos los días y, poco a poco, fue ganando confianza. Finalmente, un soleado día de sábado, Santiago logró montar en su bicicleta sin caerse. Estaba tan feliz que no podía esperar para contárselo a su tía.

—¡Tía Sonya, lo hice! ¡Pude montar en mi bicicleta sin rueditas! —gritó Santiago emocionado en su siguiente llamada.

Tía Sonya aplaudió y le lanzó besos a través de la pantalla.

—¡Sabía que podrías hacerlo, Santiago! ¡Estoy tan orgullosa de ti! —dijo ella con una gran sonrisa.

A pesar de la distancia, Tía Sonya siempre encontraba la manera de estar presente en los momentos importantes de la vida de Santiago. En los días de lluvia, cuando Santiago no podía salir a jugar, Tía Sonya inventaba juegos y actividades divertidas para hacer en casa. Jugaban a las adivinanzas, contaban historias inventadas y dibujaban juntos a través de la pantalla.

Un día, Tía Sonya le contó a Santiago sobre una tradición especial que tenía en su ciudad: el Festival de las Estrellas. Cada año, durante una noche mágica, las personas se reunían para mirar las estrellas y pedir deseos. Santiago, fascinado por la idea, le pidió a Tía Sonya que le enseñara más sobre las estrellas y los planetas.

Tía Sonya, siempre dispuesta a compartir su conocimiento, le enseñó a Santiago todo lo que sabía sobre el cielo nocturno. Le mostró cómo identificar constelaciones y le contó historias sobre los antiguos mitos que las rodeaban. Santiago se maravillaba con cada nueva historia y no podía esperar a ver las estrellas por sí mismo.

Finalmente, llegó la noche del Festival de las Estrellas. Aunque Santiago y Tía Sonya no podían estar juntos físicamente, decidieron celebrar de una manera especial. Ambos salieron al aire libre y miraron el cielo estrellado, conectados a través de sus teléfonos.

—Santiago, esta es la Osa Mayor —dijo Tía Sonya, señalando hacia el cielo—. Y esa es Orión, el cazador.

Santiago miraba maravillado, tratando de seguir las indicaciones de su tía.

—¡Las veo, Tía Sonya! ¡Son hermosas! —dijo con entusiasmo.

—Ahora, cierra los ojos y pide un deseo, Santiago —le dijo Tía Sonya—. Las estrellas siempre escuchan los deseos sinceros.

Santiago cerró los ojos con fuerza y pidió un deseo especial. Cuando los abrió, sonrió, seguro de que su deseo algún día se haría realidad.

El tiempo pasó, y aunque Santiago y Tía Sonya seguían separados por la distancia, su amor y conexión nunca se debilitó. Cada llamada, cada historia compartida y cada momento especial reforzaba el vínculo que los unía. Santiago creció sabiendo que, sin importar cuán lejos estuviera su tía, ella siempre estaría a su lado, apoyándolo y amándolo incondicionalmente.

Una tarde, mientras hablaban, Santiago le dijo a Tía Sonya:

—Tía, algún día quiero ir a visitarte y ver todos los lugares de los que me has hablado.

Tía Sonya sonrió y respondió:

—Y yo estaré aquí esperándote, mi querido Santiago. Será un día muy especial cuando finalmente estemos juntos.

Hasta que ese día llegara, Santiago y Tía Sonya continuaron compartiendo sus vidas a través de la pantalla, demostrando que el amor verdadero no conoce fronteras ni distancias. Juntos, aprendieron que, aunque la distancia física puede ser grande, el amor y la conexión emocional pueden superar cualquier obstáculo.

Un día, Tía Sonya decidió sorprender a Santiago con una visita inesperada. Planeó todo en secreto y un sábado por la mañana, cuando Santiago estaba jugando en su habitación, escuchó un suave golpe en la puerta. Al abrirla, no podía creer lo que veían sus ojos.

—¡Tía Sonya! —gritó Santiago, corriendo hacia ella y abrazándola con todas sus fuerzas.

Tía Sonya lo levantó y lo abrazó con tanto amor que parecía que nunca lo soltaría.

—¡Sorpresa, mi pequeño Santiago! —dijo ella, con lágrimas de felicidad en los ojos—. Finalmente estamos juntos.

Ese fin de semana fue uno de los más felices en la vida de Santiago. Le mostró a Tía Sonya todos sus lugares favoritos: el parque donde jugaba, su escuela y el helado de su sabor favorito. Tía Sonya, por su parte, le llevó a Santiago un libro de cuentos que había escrito especialmente para él, lleno de todas las historias y aventuras que habían compartido durante sus llamadas.

Por las noches, Santiago y Tía Sonya se sentaban juntos a mirar las estrellas, recordando el Festival de las Estrellas y los deseos que habían pedido. Ahora, con Tía Sonya a su lado, Santiago sentía que todos sus deseos podían hacerse realidad.

Cuando llegó el momento de que Tía Sonya regresara a su ciudad, Santiago estaba triste, pero también muy agradecido por el tiempo que habían pasado juntos.

—Tía Sonya, te voy a extrañar mucho —dijo Santiago, con lágrimas en los ojos.

—Y yo a ti, mi querido Santiago. Pero recuerda, siempre estaremos conectados a través de nuestras llamadas y nuestros corazones —respondió Tía Sonya, dándole un abrazo fuerte—. Siempre estaré aquí para ti.

Santiago vio a Tía Sonya partir, pero no se sentía tan triste como pensaba. Sabía que su amor y conexión eran más fuertes que cualquier distancia. Continuaron sus llamadas diarias, y Santiago siguió creciendo, siempre con el apoyo y el amor incondicional de su querida tía.

Y así, la historia de Tía Sonya y Santiago nos enseña que el amor verdadero no conoce fronteras. Aunque estén a millones de kilómetros de distancia, el amor y la conexión que compartían siempre los mantendría unidos. Porque el amor, cuando es verdadero, es un lazo indestructible que trasciende cualquier distancia.

Fin.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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