En un pequeño pueblo bañado por el sol del verano, había un parque de atracciones que cada año, con la llegada del calor, se llenaba de luces, música y risas. Era aquí donde Laia y Marc, dos jóvenes amigos, decidieron pasar un día juntos, prometiendo que sería un día sin preocupaciones ni tristezas.
Laia, con su pelo castaño claro recogido en una coleta alta, y Marc, alto y de mirada brillante, entraron al parque con una energía contagiosa. Aunque a veces tenían pequeñas discusiones, como todos los amigos, siempre encontraban la manera de apoyarse y seguir adelante, compartiendo un vínculo especial.
El día comenzó con un paseo por la casa del terror, donde Laia, a pesar de su temor inicial, se agarró fuerte de la mano de Marc mientras pasaban por los oscuros corredores llenos de sorpresas escalofriantes. Marc, intentando ser valiente, terminó riendo nerviosamente cada vez que un personaje espeluznante saltaba frente a ellos. Al salir, con el corazón aún latiendo rápido, se prometieron que, pase lo que pase, siempre se protegerían el uno al otro.
Luego, decidieron subirse a la rueda de la fortuna. Mientras ascendían, la vista del parque se extendía cada vez más, revelando un mosaico de colores y alegría. Allí en lo alto, con el mundo a sus pies, Laia y Marc compartieron secretos y sueños, prometiéndose alcanzarlos juntos, sin importar las dificultades que pudieran aparecer en su camino.
Después de disfrutar de algodón de azúcar y juegos de destreza, donde Marc demostró su habilidad ganando un peluche para Laia, decidieron probar suerte en el laberinto de espejos. Se perdieron una y otra vez, encontrándose en reflejos que distorsionaban la realidad, lo que les hizo reír hasta el cansancio. En ese momento, Laia dijo, «A veces, el camino correcto no es el más fácil, pero siempre vale la pena si estamos juntos». Marc asintió, sabiendo que esas palabras eran una metáfora de su amistad.
El día comenzaba a desvanecerse, y con el cielo tiñéndose de tonos de rosa y naranja, se dirigieron a la última atracción: los autos chocones. A pesar de los golpes y las vueltas, cada choque los hacía reír más y más, recordándoles que, sin importar los choques de la vida, siempre encontrarían la manera de seguir adelante juntos.
Al caer la noche, con las luces del parque brillando intensamente y la música de fondo convirtiéndose en una suave melodía, Marc y Laia se sentaron en un banco, observando cómo la gente seguía disfrutando. Marc tomó la mano de Laia y le dijo, «Gracias por este día. Me has mostrado que, pase lo que pase, hay un camino y juntos lo haremos siempre más fácil». Laia sonrió y apoyó su cabeza en el hombro de Marc, sintiendo la seguridad y el amor de una amistad verdadera.
Así terminó su día en el parque, un día que se convirtió en una promesa silenciosa de estar siempre el uno para el otro, sin importar las montañas rusas que la vida les presentara. Marc y Laia sabían que, mientras compartieran el viaje, cualquier camino, fácil o difícil, era el correcto.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.