Había una vez un niño llamado Aday. Aday tenía el cabello corto y castaño, y le encantaba explorar. Vivía cerca de un bosque mágico, lleno de animales de todo tipo. Cada día, Aday se ponía su traje de explorador verde y salía en busca de nuevas aventuras. Un día muy soleado, decidió que descubriría los sonidos de todos los animales del bosque.
Aday caminó alegremente hacia el bosque, tarareando una canción. Al entrar, el bosque lo saludó con sus verdes árboles y coloridas flores. No pasó mucho tiempo antes de que Aday escuchara un sonido muy familiar: «¡Pío, pío!». Miró hacia arriba y vio un pajarito amarillo posado en una rama.
«¡Hola, pajarito! ¿Haces ‘pío, pío’?» preguntó Aday. El pajarito asintió con la cabeza y siguió cantando su melodía alegre. Aday rió y decidió seguir su camino para encontrar más amigos animales.
Mientras caminaba, escuchó un suave «¡Zas, zas!». Aday miró alrededor y vio a una ardillita trepando por un árbol. «¡Hola, ardillita! ¿Haces ‘zas, zas’?» La ardillita se detuvo y movió su cola esponjosa, mostrando que sí.
Aday continuó su exploración y, de repente, oyó un fuerte «¡Croac, croac!». Curioso, se acercó a un pequeño estanque y vio una rana verde saltando de una hoja a otra. «¡Hola, ranita! ¿Haces ‘croac, croac’?» La rana dio un salto y se sumergió en el agua, feliz de ser descubierta por Aday.
Siguiendo su camino, Aday escuchó un suave «¡Bzz, bzz!». Miró a su alrededor y vio una abeja volando de flor en flor. «¡Hola, abejita! ¿Haces ‘bzz, bzz’?» La abeja revoloteó alrededor de Aday, como si estuviera diciendo que sí.
Aday estaba encantado con todos los sonidos que había descubierto. Pero su aventura no había terminado. De repente, oyó un «¡Ruido, ruido!» más fuerte. Siguiendo el sonido, encontró a un conejo blanco moviendo sus orejas largas y peludas. «¡Hola, conejito! ¿Haces ‘ruido, ruido’?» El conejo se levantó sobre sus patas traseras y dio un pequeño saltito.
Aday decidió sentarse un momento y disfrutar de todos los sonidos del bosque. Cerró los ojos y escuchó atentamente: los pajaritos cantando, las ardillas trepando, las ranas croando, las abejas zumbando y los conejos haciendo ruido. Estaba muy feliz de haber hecho tantos nuevos amigos.
Después de descansar un rato, Aday siguió explorando. Pronto, escuchó un «¡Oink, oink!» y vio a un cerdito rosado caminando por un claro. «¡Hola, cerdito! ¿Haces ‘oink, oink’?» El cerdito movió su pequeña cola en señal de saludo.
Un poco más adelante, Aday escuchó un «¡Bee, bee!» y encontró a una ovejita blanca pastando en un prado. «¡Hola, ovejita! ¿Haces ‘bee, bee’?» La ovejita levantó la cabeza y baló suavemente.
Aday estaba cada vez más emocionado. Este bosque era un lugar maravilloso, lleno de amigos animales y sus sonidos especiales. Pero aún no había terminado. De repente, escuchó un «¡Mu, mu!» y vio a una vaca marrón pastando cerca de un riachuelo. «¡Hola, vaca! ¿Haces ‘mu, mu’?» La vaca levantó su gran cabeza y mugió con satisfacción.
Caminando un poco más, Aday oyó un «¡Miau, miau!» y vio a un gatito gris jugando con una mariposa. «¡Hola, gatito! ¿Haces ‘miau, miau’?» El gatito se acercó a Aday y frotó su cabecita contra su pierna.
Aday estaba muy feliz de haber conocido a tantos amigos animales. Decidió que era hora de regresar a casa y contarle a su familia sobre su increíble aventura. En el camino de regreso, Aday se encontró con un perro marrón que ladraba alegremente. «¡Hola, perrito! ¿Haces ‘guau, guau’?» El perrito movió su cola y corrió alrededor de Aday.
Finalmente, Aday llegó a su casa. Corrió hacia su mamá y su papá y les contó todo sobre los animales y los sonidos que había descubierto en el bosque. Sus padres sonrieron y le dijeron cuánto les alegraba que hubiera hecho tantos nuevos amigos.
Esa noche, Aday se acostó en su cama, soñando con sus aventuras en el bosque. Sabía que siempre tendría a sus amigos animales y sus maravillosos sonidos en su corazón. Y así, Aday, el pequeño explorador, siguió descubriendo las maravillas del mundo que lo rodeaba, siempre con una sonrisa y una gran curiosidad.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.