Había una vez un niño llamado Felipe. Felipe era un niño muy bueno y siempre tenía una gran sonrisa en su rostro. Pero lo más especial de Felipe eran sus amigos, que eran muy, muy diferentes a los de otros niños. Felipe tenía un amigo dinosaurio, un caballo muy rápido, y también conocía a un lobo que, aunque parecía feroz, tenía un corazón lleno de bondad.
Todas las mañanas, Felipe se levantaba temprano para salir a jugar con su caballo. Su caballo era marrón, con una melena larga y suave. Se llamaba Trueno, porque cuando corría, hacía un sonido tan fuerte que parecía un trueno en el cielo. Felipe y Trueno corrían por los campos verdes, disfrutando del viento en sus caras. A Felipe le encantaba montar a Trueno, porque juntos podían llegar muy lejos.
Un día, mientras Felipe cabalgaba con Trueno, su amigo Dinosaurio apareció entre los árboles. Dinosaurio era grande y verde, con una sonrisa amigable y una cola que movía de un lado a otro. Aunque Dinosaurio era muy grande, siempre era muy cuidadoso con sus amigos pequeños. «¡Hola, Felipe! ¿A dónde vamos hoy?», preguntó Dinosaurio mientras caminaba junto a Felipe y Trueno.
«Vamos a la colina grande, donde se puede ver todo el bosque», respondió Felipe emocionado.
Así que los tres amigos se dirigieron hacia la colina. Subieron poco a poco, y cuando llegaron a la cima, pudieron ver todo el bosque, los árboles altos y el río que serpenteaba entre ellos. A Felipe le encantaba esa vista, pero algo llamó su atención. En una pequeña colina cercana, vio algo moverse. ¡Era el lobo feroz!
El lobo, que siempre parecía tan grande y aterrador con sus dientes afilados, estaba en lo alto de la colina, mirando en dirección a Felipe y sus amigos. «¡Es el lobo feroz!», dijo Dinosaurio con un poco de miedo.
Felipe, que siempre intentaba ver lo bueno en todos, miró al lobo y pensó. «Creo que el lobo no es tan malo como parece. Tal vez solo necesita amigos», dijo con una sonrisa.
Dinosaurio y Trueno miraron a Felipe sorprendidos. «¿Amigos? ¡Pero es muy feroz! ¡Mira esos dientes grandes!», dijo Trueno, un poco nervioso.
«Vamos a acercarnos con cuidado. Si le mostramos que somos amigos, tal vez deje de ser tan feroz», dijo Felipe decidido.
Así que, con mucho cuidado, Felipe, Dinosaurio y Trueno se acercaron a la colina donde estaba el lobo. El lobo, al ver que se acercaban, mostró sus dientes y gruñó. Pero Felipe no tuvo miedo. Bajó de Trueno y caminó lentamente hacia el lobo.
«Hola, lobo. No queremos hacerte daño. Solo queremos ser tus amigos», dijo Felipe con su voz suave.
El lobo, al escuchar las palabras de Felipe, dejó de gruñir. Se sentó en el suelo y lo miró con curiosidad. Nadie antes se había acercado a él de esa manera. «¿Amigos?», preguntó el lobo sorprendido.
«Sí», respondió Felipe. «Todos necesitamos amigos, y creo que tú también necesitas algunos. Juntos podemos jugar y correr por el bosque. ¿Qué te parece?»
El lobo miró a Felipe, luego a Dinosaurio y Trueno, y finalmente sonrió, mostrando sus dientes, pero esta vez no de manera feroz, sino amistosa. «Me gustaría mucho tener amigos», dijo el lobo con una voz suave.
Desde ese día, el lobo dejó de ser feroz. Se unió al grupo de amigos de Felipe, Dinosaurio y Trueno, y juntos vivieron muchas aventuras. Corrían por el bosque, jugaban en los prados y descansaban bajo los árboles. El lobo, que antes estaba solo, ahora tenía amigos que lo querían y lo cuidaban.
Felipe había demostrado que, con un poco de bondad y valentía, hasta el lobo más feroz podía convertirse en un buen amigo. Y así, los días de juego y aventuras nunca terminaban para Felipe y sus amigos, siempre buscando nuevas maneras de divertirse en el bosque lleno de magia y sorpresas.
Cuentos cortos que te pueden gustar
Aventuras en Cuatro Patas
Drogo y el vuelo perdido
El Bosque de los Animales Valientes
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.