Había una vez, en una tranquila granja rodeada de verdes prados y flores de colores, una patita llamada Betty. Betty tenía plumas amarillas y suaves, y le encantaba pasar sus días nadando en el estanque que se encontraba cerca de la granja. El estanque era un lugar especial para ella; el agua era clara y fresca, y siempre había pequeños peces y ranas con los que podía jugar. Betty amaba su hogar, y siempre se aseguraba de mantener el estanque limpio y hermoso.
Cerca de la granja vivía un gato llamado Juan. Juan era un gato travieso, de pelaje naranja, y siempre estaba buscando formas de divertirse. Aunque a veces podía ser un poco gruñón, en el fondo tenía un buen corazón. Sin embargo, a Juan no le importaba mucho cuidar del medio ambiente. A menudo, dejaba envolturas de plástico y otros desechos tirados por ahí, sin pensar en las consecuencias.
Un día, mientras Betty nadaba alegremente en el estanque, vio a Juan caminando hacia el agua con una envoltura de plástico en la boca. Betty se alarmó al ver que Juan estaba a punto de tirar el plástico al agua. Rápidamente salió del estanque y corrió hacia él.
—¡Juan, no tires esa envoltura al estanque! —le dijo Betty con preocupación—. El plástico es muy dañino para el agua y para los animales que viven aquí. Podría lastimar a los peces y a las ranas.
Pero Juan, que estaba de mal humor ese día, no quiso escuchar a Betty.
—Nadie me puede decir qué hacer, Betty —respondió Juan con desdén—. Además, ¿quién eres tú para decirme lo que debo hacer? Eres solo una patita tonta que se cree mejor que los demás.
Las palabras de Juan hirieron a Betty, quien sintió un nudo en la garganta. Pero Betty sabía que no debía rendirse; el estanque era muy importante, no solo para ella, sino para todos los animales que vivían cerca. Así que, con valentía, decidió seguir hablando.
—No me creo mejor que tú, Juan —dijo Betty con calma—. Solo quiero que entiendas que si ensuciamos el estanque, pronto ya no tendremos un lugar limpio donde jugar y nadar. Y eso no solo nos afectará a nosotros, sino a todos los que dependen de este agua.
Juan, sin embargo, no quería escuchar más. Estaba decidido a tirar la envoltura al estanque, pero antes de que pudiera hacerlo, una figura apareció en las ramas de un árbol cercano. Era Lucas, el viejo y sabio búho que vivía en la granja. Lucas había escuchado toda la conversación y decidió intervenir.
—Juan, Betty tiene razón —dijo Lucas con su voz profunda y tranquila—. Debes escuchar lo que ella te está diciendo. Cuidar de nuestro hogar es una responsabilidad de todos. Tirar plástico en el estanque no solo es peligroso, sino también irresponsable.
Juan levantó la vista y vio a Lucas mirándolo con esos grandes ojos sabios. Por un momento, Juan sintió una punzada de vergüenza. Sabía que Lucas siempre daba buenos consejos, y en el fondo, Juan sabía que estaba equivocado.
—Lo siento, Lucas —dijo Juan bajando la cabeza—. No quería hacer daño, solo estaba molesto y no pensé en lo que podría pasar.
Lucas asintió con comprensión y voló hacia el suelo, posándose cerca de Juan y Betty.
—Todos cometemos errores, Juan —dijo Lucas con amabilidad—. Lo importante es aprender de ellos. La honestidad y el respeto por los demás son valores fundamentales. Al escuchar a Betty y reflexionar sobre tus acciones, puedes hacer lo correcto y ayudar a mantener nuestro hogar limpio y seguro.
Juan miró a Betty y luego al estanque. De repente, se dio cuenta de cuánto amaba ese lugar, aunque nunca lo había expresado en voz alta. No quería ser el causante de su destrucción. Lentamente, Juan recogió la envoltura de plástico que había dejado caer y la guardó en su bolsillo.
—Tienes razón, Betty —dijo Juan con sinceridad—. Lo siento por lo que te dije antes. No debería haber sido tan grosero. Prometo que no volveré a tirar basura en el estanque ni en ningún otro lugar.
Betty sonrió, aliviada y feliz de que Juan hubiera comprendido. Sabía que Juan no era un mal gato, solo necesitaba un poco de orientación. Se acercó a él y le dio un suave abrazo con sus alas.
—Gracias, Juan —dijo Betty—. Todos hacemos cosas sin pensar a veces, pero lo importante es aprender y hacerlo mejor la próxima vez.
Lucas, observando la escena, sintió una gran satisfacción. Sabía que los jóvenes animales de la granja estaban creciendo y aprendiendo, y eso lo llenaba de esperanza.
Desde ese día, Juan se comprometió a ser más consciente de sus acciones. No solo dejó de tirar basura en el estanque, sino que también comenzó a recoger los desechos que encontraba por el camino. Poco a poco, los otros animales de la granja comenzaron a notar el cambio en Juan y, al verlo tan dedicado, también empezaron a seguir su ejemplo.
El estanque se mantuvo limpio y hermoso, y los animales que vivían allí prosperaron. Los peces nadaban felices, las ranas cantaban en las noches cálidas, y Betty continuó disfrutando de su lugar favorito, sabiendo que había hecho una diferencia.
Con el tiempo, Juan y Betty se convirtieron en grandes amigos. Pasaban sus días explorando la granja, cuidando del estanque y aprendiendo de Lucas, quien siempre tenía una nueva lección que enseñarles. Juntos, aprendieron que el respeto y la amabilidad son fundamentales para vivir en armonía con los demás.
Y así, la granja siguió siendo un lugar de paz y felicidad, donde cada animal, grande o pequeño, sabía que sus acciones importaban y que, trabajando juntos, podían cuidar de su hogar y de los unos a los otros. Con el tiempo, la relación entre los animales se fortaleció aún más. Todos se daban cuenta de que cuando trabajaban unidos, podían lograr grandes cosas. Así, empezaron a organizarse para cuidar y mejorar aún más la granja.
Cada mañana, Betty la patita se despertaba temprano para asegurarse de que el estanque estuviera en perfectas condiciones. Mientras nadaba por el agua cristalina, recogía cualquier hoja o rama que hubiera caído durante la noche. A veces, Juan el gato se unía a ella. Aunque no le gustaba mojarse, caminaba por la orilla y ayudaba a empujar las ramas más grandes con sus patas, siempre asegurándose de que el estanque estuviera limpio y reluciente.
Lucas, el viejo búho, observaba todo desde su árbol favorito. Desde allí, podía ver cómo los animales trabajaban juntos. Su corazón se llenaba de orgullo al ver cómo las lecciones que había compartido con ellos daban fruto. Pero Lucas también sabía que siempre había más que aprender, y cada noche, cuando la luna iluminaba la granja, reunía a los animales para contarles historias y enseñarles nuevas cosas.
Una noche, mientras todos estaban reunidos alrededor de Lucas, decidió compartir una historia que creía que era muy importante para ellos en ese momento.
—Escuchen, amigos —comenzó Lucas, mientras sus ojos grandes y sabios brillaban a la luz de la luna—. Hoy quiero contarles sobre el Gran Bosque que se encuentra más allá de las colinas. Hace mucho tiempo, ese bosque era tan hermoso y próspero como nuestra granja. Los árboles eran altos y fuertes, y los ríos corrían limpios y llenos de vida. Pero algo cambió.
Los animales escuchaban en silencio, con los ojos fijos en Lucas, mientras él continuaba.
—Los animales del Gran Bosque comenzaron a descuidar su hogar. Dejaron de trabajar juntos, y cada uno pensaba solo en sí mismo. No cuidaban los ríos ni los árboles, y poco a poco, el bosque empezó a enfermar. Los ríos se secaron, los árboles perdieron sus hojas, y muchos animales tuvieron que marcharse en busca de un lugar mejor.
Betty, que estaba sentada junto a Juan, sintió un nudo en el estómago al escuchar la historia. No podía imaginar que algo así pudiera suceder en su amada granja.
—Pero, ¿qué pasó después, Lucas? —preguntó Juan con curiosidad—. ¿El bosque se recuperó?
Lucas asintió lentamente.
—Sí, Juan, pero no fue fácil. Algunos animales se dieron cuenta de que necesitaban cambiar sus formas y empezaron a trabajar juntos de nuevo. Comenzaron a cuidar los ríos, plantaron nuevos árboles y volvieron a unirse como una gran familia. Con el tiempo, el bosque comenzó a sanar, pero todavía quedan muchas cicatrices.
Los animales de la granja se miraron entre sí, reflexionando sobre la historia que Lucas había compartido. Comprendieron que lo que tenían en su granja era muy especial, y que debían seguir cuidándolo todos los días.
Al día siguiente, motivados por la historia de Lucas, los animales decidieron hacer algo más para mejorar su hogar. Se reunieron en el granero y comenzaron a discutir ideas. Betty propuso plantar más árboles alrededor del estanque para que los pájaros tuvieran más lugares donde hacer sus nidos. Juan sugirió crear un pequeño jardín de flores junto al granero, donde las abejas pudieran recoger polen y hacer miel.
Todos estuvieron de acuerdo, y pronto, la granja se llenó de actividad. Los animales trabajaban con entusiasmo, cavando agujeros para los nuevos árboles, recogiendo semillas de flores y asegurándose de que todo estuviera en orden. Incluso los más pequeños, como los ratoncitos y las ardillas, encontraban formas de ayudar.
Con el paso del tiempo, la granja se volvió aún más hermosa de lo que ya era. Los árboles crecieron altos y fuertes, el jardín de flores se llenó de colores y el estanque brillaba bajo el sol. Los pájaros cantaban con alegría desde las ramas, y las abejas zumbaban felizmente de flor en flor. Pero lo más importante era que todos los animales se sentían más unidos que nunca.
Lucas, desde su árbol, observaba todo con una sonrisa en su rostro. Sabía que los animales habían aprendido una lección valiosa, una que los ayudaría a mantener su hogar hermoso y próspero durante mucho tiempo.
Y así, la granja continuó siendo un lugar de paz, donde el trabajo en equipo, la amistad y el respeto por la naturaleza eran los pilares que mantenían todo en equilibrio. Cada animal, grande o pequeño, sabía que sus acciones importaban, y que trabajando juntos, podían lograr grandes cosas.
Y así, bajo el cielo azul y entre los verdes prados, la granja siguió floreciendo, siendo un ejemplo de cómo, cuando se trabaja en armonía, se puede crear un mundo mejor para todos.
Fin.
Cuentos cortos que te pueden gustar
La Aventura Encantada de Pin, Pan, Pun y Pinpanpun
El León, el Lobo y la Abeja
La Casita de Mejo
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.