Había una vez una niña llamada Majo, que tenía 8 años y vivía en una casa acogedora con su mamá, Liz, y su perro Bruno. Majo era una niña muy alegre, siempre sonriendo y llena de energía. Le encantaba patinar por el parque, sentir el viento en su cara mientras se deslizaba con sus patines nuevos, y estudiar cosas nuevas en la escuela. Pero había algo que a veces la ponía un poco triste: su papá, Mau, era militar y a menudo estaba lejos de casa debido a su trabajo.
Majo amaba mucho a su papá. Para ella, él era su héroe, alguien que siempre la hacía reír y la protegía. Pero debido a su trabajo, Mau no podía estar en casa tanto como a él le gustaría. Aunque siempre se mantenían en contacto, y Mau se esforzaba por visitarla cada vez que podía, Majo extrañaba mucho los momentos en que podía abrazarlo y jugar con él.
Todas las noches, Majo y su mamá se sentaban juntas en la sala de estar, y Majo hablaba con su papá por teléfono. Era el momento del día que más le gustaba, porque aunque no podía estar con él en persona, al menos podía verlo a través de la pantalla y contarle todo lo que había hecho durante el día. Mau siempre la escuchaba con atención, sonriendo y dándole ánimos para que siguiera siendo la niña fuerte y valiente que él sabía que era.
Un día, después de una videollamada con su papá, Majo se sintió un poco triste. Apagó la pantalla y se quedó en silencio, mirando sus patines que estaban junto a la puerta. Su mamá, Liz, que la conocía muy bien, se dio cuenta de inmediato de lo que le pasaba.
—¿Qué te sucede, mi amor? —le preguntó Liz con ternura, sentándose a su lado.
Majo suspiró y dijo:
—Es que extraño mucho a papá. Sé que él tiene que trabajar, pero a veces desearía que pudiera estar aquí conmigo todos los días. Es difícil estar lejos de él.
Liz la abrazó con cariño, acariciando su cabello.
—Lo sé, Majo. Sé que no es fácil. Pero quiero que recuerdes algo muy importante: tu papá te ama muchísimo, y aunque no siempre pueda estar aquí en persona, siempre está contigo en tu corazón. Y no solo eso, también tienes a Bruno, a mí, y a muchos amigos que te quieren. Además, papá siempre hace lo posible para que se sientan cerca, incluso cuando está lejos.
Majo asintió, pero aún así no podía evitar sentirse un poco triste. Liz, viendo que las palabras no eran suficientes, decidió hacer algo especial.
—Majo, ¿sabes una cosa? —dijo su mamá de repente, con una chispa de emoción en su voz—. ¿Qué te parece si hacemos algo para que sientas a papá más cerca? Podemos hacer una caja especial donde guardemos todas las cosas que te hacen sentir cerca de él. Así, cuando lo extrañes, podrás abrir la caja y sentir que él está contigo.
Majo se animó un poco con la idea.
—¿Qué podríamos poner en la caja, mamá? —preguntó con curiosidad.
—Podríamos poner fotos, cartas, dibujos que tú hagas para él, y cualquier cosa que te haga pensar en él —sugirió Liz con una sonrisa—. ¿Qué te parece si empezamos ahora?
Majo asintió emocionada y corrió a buscar una caja que tenía en su habitación. Juntas, ella y su mamá empezaron a llenarla con fotos de momentos especiales, como el día en que aprendió a patinar y su papá la ayudó a mantener el equilibrio, o la vez que hicieron una fogata en el jardín y Mau le enseñó a asar malvaviscos. También escribieron cartas para que Majo pudiera leerlas cuando lo extrañara.
Mientras trabajaban en la caja, Majo comenzó a sentirse mejor. Recordar todos esos momentos felices le hizo darse cuenta de lo afortunada que era de tener un papá tan amoroso, aunque a veces estuviera lejos. Y también comprendió que su mamá tenía razón: el amor de su papá estaba siempre con ella, sin importar la distancia.
Esa noche, después de terminar su caja especial, Majo la colocó junto a su cama. Cuando se fue a dormir, sintió una calidez en su corazón, sabiendo que, aunque su papá no estuviera físicamente allí, su amor la rodeaba como una manta suave y reconfortante.
Al día siguiente, Majo se levantó más temprano que de costumbre. Se sentía diferente, como si una nueva energía la impulsara. Decidió que iba a ser la niña más juiciosa y veloz en el patinaje, tal como su papá siempre le decía que podía ser. Se preparó para la escuela con una gran sonrisa en su rostro, y antes de salir, le dio un abrazo fuerte a su mamá.
—Voy a esforzarme mucho hoy, mamá. Quiero que papá esté orgulloso de mí cuando le cuente todo lo que hice —dijo Majo con determinación.
Liz la miró con orgullo y le dio un beso en la frente.
—Sé que lo harás, mi amor. Y papá ya está orgulloso de ti, solo por ser quien eres —respondió con una sonrisa.
Ese día en la escuela, Majo participó en todas las actividades con entusiasmo. Se concentró en sus estudios, ayudó a sus compañeros cuando lo necesitaban, y en la clase de educación física, patinó con más velocidad que nunca. Sus amigos la miraban con admiración, preguntándose de dónde había sacado tanta energía.
Cuando llegó la tarde, y Majo se reunió con su mamá y Bruno en el parque, se sentía más feliz que nunca. Sabía que estaba haciendo lo mejor que podía, y eso la hacía sentir bien. Mientras patinaba por el parque, con el viento soplando en su cara y el sol brillando en el cielo, Majo pensó en su papá y en todo el amor que él y su mamá le daban.
Esa noche, durante la videollamada con Mau, Majo le contó todo lo que había hecho ese día. Mau, con su cálida sonrisa, la felicitó y le dijo cuánto la extrañaba y lo orgulloso que estaba de ella. Majo, sintiendo que su corazón se llenaba de felicidad, le mostró la caja especial que había hecho con su mamá. Mau se conmovió al ver cuánto esfuerzo habían puesto en ella, y le prometió a Majo que, cuando regresara, la llenarían juntos con aún más recuerdos.
Y así, cada día, Majo se despertaba con una sonrisa en su rostro, sabiendo que era amada profundamente por su papá y su mamá, y que, aunque las distancias a veces parecieran grandes, el amor siempre las acortaba. Entendió que, mientras mantuviera ese amor en su corazón, siempre estaría rodeada de la calidez y la seguridad que solo una familia puede brindar.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.