Era un hermoso día de primavera en el bosque de Luminaria, un lugar lleno de árboles altos, flores de mil colores y arroyo cantarines. Allí, cuatro amigas, Ixchel, Ciara, Romina y Sara, disfrutaban de sus aventuras diarias. Cada una tenía una personalidad única que hacía que su amistad fuera aún más especial. Ixchel era la soñadora, siempre con la cabeza en las nubes, imaginando historias fantásticas. Ciara, por otro lado, era la exploradora valiente, siempre dispuesta a descubrir nuevos lugares. Romina era la artista del grupo, adoraba pintar y dibujar lo que veía a su alrededor. Y finalmente, Sara, la más sabia, amaba leer libros sobre animales y la naturaleza.
Un día, mientras jugaban cerca del arroyo, las amigas se encontraron con un curioso perrito que parecía perdido. Su pelaje era de un suave color crema y tenía grandes ojos marrones que reflejaban temor y curiosidad. Las cuatro chicas se acercaron lentamente, tratando de no asustarlo.
“¡Hola, pequeño! ¿Estás perdido?”, preguntó Ixchel, agachándose para estar a su altura. El perrito movió su cola con esperanza.
“¡Sí! Me llamo Kiko”, respondió el perrito con un ladrido apagado. “Me separé de mi dueño mientras jugábamos en el parque. No sé cómo volver”.
Las chicas se miraron preocupadas. “No te preocupes, Kiko. Te ayudaremos a encontrar a tu dueño”, dijo Sara con una sonrisa tranquilizadora. “Cuéntanos más sobre él”.
Kiko empezó a relatar su historia mientras un brillo de esperanza iluminaba sus ojos. “Es un niño llamado Lucas. Tiene una gorra azul y siempre lleva una pelota de fútbol a todas partes. A veces vamos al parque juntos”.
“Entonces necesitamos ir al parque”, sugirió Ciara, inquieta por comenzar la aventura. “Quizás todavía esté buscándote”.
“¡Perfecto! Pero, ¿cómo llegamos allí?”, preguntó Romina, mirando a su alrededor como si esperara que el camino apareciera por arte de magia.
“Es fácil. Yo conozco un atajo a través del bosque”, exclamó Ixchel, emocionada.
Las amigas, junto a Kiko, se adentraron en el bosque, donde los árboles susurraban secretos y los pájaros cantaban alegres melodías. Mientras caminaban, Kiko no podía dejar de sonreír al ver cómo se sucedían los coloridos destellos de las flores y cómo el sol danzaba entre las hojas.
“¡Mira eso!”, gritó Romina, señalando un grupo de mariposas que revoloteaban alrededor de un rosa arbusto. “Son hermosas. ¡Quiero pintarlas!”. Sin pensarlo, Romina sacó su cuaderno y comenzó a dibujar a las mariposas mientras las amigas la observaban con admiración.
Kiko, intrigado, preguntó: “¿Por qué dibujas a las mariposas?”.
“Porque capturan la belleza de la naturaleza”, respondió Romina. “Y creo que se ve muy bonito en papel”. Después de unos minutos, el dibujo ya estaba casi terminado y Kiko aplaudió con su patita, emocionado por el talento de Romina.
Continuaron caminando y pronto llegaron a un claro que nunca habían visto antes. En el centro del claro, había un antiguo árbol con un tronco grueso y retorcido. “¡Miren ese árbol! ¡Es gigante!”, exclamó Ciara.
Sara, con curiosidad, se acercó al árbol y notó algo entre las raíces. “¡Hay un pequeño agujero aquí! ¡Quizás encontremos algo interesante!”, dijo mientras se agachaba para investigar.
“Aunque en el fondo solo puede haber barro”, bromeó Kiko, moviendo la cola.
Mientras Sara metía la mano en el agujero, sintió algo suave y peludo. “¡Es un pequeño ratón! ¡Miren, está asustado!”, dijo, sosteniéndolo en su mano. El ratón, pequeño y gris, temblaba un poco.
“Tranquilo, amiguito, no te haremos daño”, le aseguró Sara. El ratón, poco a poco, se calmó al escuchar la dulce voz de la niña. “¿Cuál es tu nombre?”.
El ratón, con una voz suave, respondió: “Me llaman Chispa. Estoy escondido porque tengo miedo de los otros animales. Siempre tengo que estar alerta para no ser atrapado”.
“¿Y qué haces por aquí?”, preguntó Ixchel, fomentando el diálogo.
“Vivo en este bosque, pero la verdad es que la vida aquí ha sido un poco difícil. Hay veces en que no tengo qué comer”, respondió Chispa, con tristeza.
Las chicas pensaron un momento y Sara, luego de reflexionar, tuvo una idea. “Podemos ayudarte, Chispa. Nosotras tenemos un poco de comida que podríamos darte”.
“Es una gran idea. Pero primero, tenemos que ayudar a Kiko a encontrar a Lucas”, recordó Ciara, un poco preocupada.
Las amigas asintieron, pero en su interior sabían que podrían hacer ambas cosas. “Vamos a hacer un trato, Chispa. Te ayudaremos a encontrar comida si tú nos ayudas a encontrar a Lucas”, propuso Ixchel.
“¡Eso me parece justo!”, dijo Chispa, emocionado al pensar en las posibilidades.
Con Chispa a su lado, el grupo continuó su camino hacia el parque. El ratón les mostró algunos lugares donde podía encontrar comida: un trozo de pan que se había olvidado junto a un camino y algunas semillas en una pequeña hendidura del suelo. Todos estaban felices de poder ayudar a Chispa y a la vez avanzar en su misión.
Finalmente, después de mucho caminar, llegaron al parque. Kiko empezó a ladrar, y en cuestión de segundos, un niño con una gorra azul y una pelota de fútbol corrió hacia ellos, su rostro iluminado de felicidad. “¡Kiko! ¡Te encontré!” grita Lucas, abrazando a su perrito con ternura.
Kiko lamió la cara de Lucas, saltando de alegría. “Estoy tan feliz de verte, Lucas. ¡Te presento a mis nuevos amigos!”, dijo Kiko, señalando a las chicas y a Chispa.
Lucas miró alrededor y sonrió. “¡Qué bueno que le ayudaron! Siempre he pensado que los animales deberían ayudarse entre sí”.
Las chicas sintieron un cálido cosquilleo en sus corazones al escuchar esas palabras. “Todo es posible cuando trabajamos juntos”, agregó Sara mientras las demás asentían en acuerdo.
En ese instante, las cuatro amigas se dieron cuenta de que su aventura no solo había ayudado a Kiko a encontrar a Lucas, sino que también habían hecho un nuevo amigo en Chispa, quien ahora siempre podría contar con ellas.
A medida que el sol comenzaba a ponerse, llenando el cielo de tonos naranja y rosa, el grupo decidió que debían recordar ese día para siempre. Así que se sentaron en el parque, y mientras comían un delicioso pícnic que Lucas había traído, todos compartieron historias y risas, creando nuevos lazos que nunca se romperían.
Aquella tarde mágica les enseñó que el amor y la amistad son fundamentales en cualquier aventura, y que siempre hay espacio para nuevos amigos en nuestros corazones.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.