Cuentos de Animales

El Gran Pícnic de los Animales

Lectura para 4 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Era un día soleado y todos los animales del bosque estaban emocionados por el gran pícnic. Cada uno iba a traer algo especial para compartir. Los árboles se mecían suavemente con la brisa y las flores esparcían su aroma por todo el lugar. En medio de este hermoso escenario, se reunieron cinco amigos: Max, Silvestre, Lusi, Pequeño y Lucas.

Max, la ardilla, fue el primero en llegar. Con su pelaje marrón y una gran sonrisa, llevaba una cesta llena de nueces y bellotas. Max era conocido por su energía y siempre estaba buscando una nueva aventura. Al llegar al claro del bosque donde se haría el pícnic, colocó la cesta en el centro y se sentó a esperar a sus amigos, tamborileando con sus patas delanteras sobre el suelo.

Silvestre, el ciervo, llegó poco después. Alto y elegante, con su suave pelaje marrón y grandes astas, traía una manta a cuadros para que todos pudieran sentarse cómodamente. Silvestre era tranquilo y siempre tenía un consejo sabio para sus amigos. Desplegó la manta con cuidado, asegurándose de que cada rincón estuviera bien extendido. Luego, se recostó bajo un árbol cercano, disfrutando de los cálidos rayos del sol.

Lusi, la búho, sobrevoló el lugar con gracia antes de posarse en una rama baja. Sus grandes ojos amarillos brillaban con curiosidad y sabiduría. Lusi había traído una canasta de frutas frescas, recogidas esa misma mañana. Las frutas brillaban con colores vibrantes: rojas manzanas, jugosas uvas y dulces bayas. Colocó la canasta junto a la cesta de Max y extendió sus alas, estirándolas después del vuelo.

Pequeño, el conejo, llegó dando saltitos llenos de alegría. Su pelaje blanco como la nieve contrastaba con el verde del pasto. Pequeño era el más pequeño del grupo, pero también el más veloz. Había traído zanahorias y lechugas frescas, arrancadas directamente de su jardín. Colocó sus contribuciones en la manta y saludó a sus amigos con entusiasmo, moviendo sus largas orejas de un lado a otro.

Lucas, el zorro, fue el último en llegar. Con su pelaje rojo brillante y una cola esponjosa, Lucas era conocido por su astucia y su gran corazón. Traía una jarra de limonada y un pastel de moras que había preparado con mucho cuidado. Colocó la jarra y el pastel en el centro de la manta y se sentó junto a Pequeño, dándole una palmadita amistosa en la espalda.

Con todos reunidos, el pícnic comenzó. Los amigos conversaron animadamente mientras disfrutaban de los deliciosos manjares que habían traído. Max contó historias divertidas sobre sus últimas aventuras trepando árboles y buscando tesoros escondidos en el bosque. Silvestre escuchaba con una sonrisa, ofreciendo sabios consejos de vez en cuando. Lusi compartía curiosidades sobre el bosque y las estrellas, mientras que Pequeño no paraba de reír y saltar de emoción. Lucas, por su parte, se aseguraba de que todos tuvieran suficiente limonada y pastel.

De repente, un ruido fuerte interrumpió la reunión. Era un rugido que venía de lo profundo del bosque. Los amigos se miraron alarmados, preguntándose qué podría haber causado semejante ruido. Lucas, con su agudo sentido del oído, fue el primero en darse cuenta de que se trataba de alguien en apuros. Sin pensarlo dos veces, se puso de pie y dijo: «¡Debemos ayudar!»

Guiados por Lucas, los amigos se adentraron en el bosque. El ruido se hacía cada vez más fuerte, hasta que finalmente llegaron a un claro donde encontraron a un pequeño oso atrapado en una trampa. El oso, que parecía asustado y dolorido, intentaba liberarse sin éxito. Max, siendo el más ágil, se acercó con cuidado y examinó la trampa. Con la ayuda de Silvestre y su fuerza, lograron abrir la trampa y liberar al oso.

El pequeño oso, agradecido, les contó que se llamaba Bruno y que había estado buscando comida cuando cayó en la trampa. Los amigos lo invitaron a unirse a su pícnic para que pudiera recuperarse. Bruno aceptó con gratitud y todos regresaron al claro del bosque.

De vuelta en el pícnic, Bruno fue recibido con cálidos abrazos y una generosa porción de pastel de moras. Mientras comían, Bruno les contó sobre su familia y cómo había aprendido a sobrevivir en el bosque. Los amigos escuchaban con atención, encantados de tener un nuevo amigo entre ellos.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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