Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas, un perro llamado Max. Max era un perro alegre, siempre corriendo por los campos y jugando con los niños. Tenía un pelaje suave de color marrón claro, con manchas más oscuras en sus patas. Pero lo que más le gustaba de Max era su gran corazón, siempre dispuesto a ayudar a los demás.
Max tenía un amigo muy especial, un pequeño niño llamado Fernandito. Él tenía diez años y siempre iba a la escuela con su perro. Aunque era un niño muy tímido, con Max a su lado se sentía valiente. Sin embargo, no todo era tan perfecto para Max. Había alguien que siempre le hacía sentir incómodo, y esa persona era un gato llamado Tomás.
Tomás era un gato de pelaje oscuro, casi negro, con unos ojos verdes brillantes que no dejaban de mirarlo de manera burlona. Siempre que Max pasaba cerca de él, Tomás le lanzaba un comentario desagradable.
— Mira, Max, ¿por qué eres tan raro? — decía Tomás riendo. — Tu pelaje es tan feo, no te pareces a nosotros los gatos. Pareces una mezcla de perro y pelusa.
Tomás no estaba solo en sus burlas. Siempre lo acompañaba su gran amigo, un oso llamado Bruno. Bruno era un oso grande y fuerte, con un pelaje marrón que hacía que su presencia fuera imponente. Aunque Bruno no decía mucho, siempre reía con Tomás cuando hacían bromas a Max.
Max no entendía por qué Tomás se burlaba de él. A veces se sentía triste, pero no quería pelear con nadie. Por suerte, tenía a Fernandito, quien siempre estaba allí para defenderlo.
— ¡Eso no está bien, Tomás! — decía Fernandito, poniéndose entre Max y el gato. — Max no tiene que ser como tú. Cada uno es especial a su manera.
A pesar de las palabras amables de Fernandito, las burlas no cesaban. Un día, después de que Tomás y Bruno hicieron una nueva burla sobre el color del pelaje de Max, Fernandito decidió que era hora de contarle a la profesora lo que estaba sucediendo.
La profesora era una mujer amable llamada Doña Rosa. Ella siempre escuchaba a sus estudiantes y les enseñaba a resolver los problemas con respeto y comprensión. Fernandito le contó todo lo que Tomás y Bruno hacían con Max. Doña Rosa, al escuchar la historia, decidió organizar una pequeña reunión para enseñarles a todos una valiosa lección.
— Mañana, después de clase, todos se quedarán en el aula — dijo Doña Rosa con una sonrisa en su rostro. — Vamos a aprender sobre la importancia de respetar las diferencias y valorar lo que hace especial a cada uno de nosotros.
Al día siguiente, después de la clase, Tomás, Bruno, Max, Fernandito y todos los demás niños se reunieron en el aula. Doña Rosa comenzó la lección con un cuento sobre animales que, aunque diferentes entre sí, vivían juntos en armonía. Les explicó que cada ser en el mundo tiene características únicas y que esas diferencias son lo que hace que cada uno sea especial.
— El perro Max, por ejemplo — continuó Doña Rosa — tiene un pelaje distinto al de los gatos y los osos, pero eso no significa que sea menos hermoso. Todos tenemos algo que nos hace únicos, y lo importante es aprender a respetar eso.
Tomás y Bruno se miraron, algo avergonzados por sus comportamientos pasados. Tomás, con su mirada siempre desafiante, empezó a pensar en lo que había dicho la profesora. Se dio cuenta de que, al burlarse de Max, no solo estaba siendo cruel, sino que también estaba perdiendo una oportunidad de aprender y ser amigo de alguien tan especial.
— Max, lo siento — dijo Tomás, bajando la mirada. — Nunca debí haberte hecho sentir mal por ser diferente.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.