Anan, Marcos, Jazmín y Paco eran amigos desde pequeños. Vivían en un tranquilo pueblo rodeado de montañas y bosques, un lugar en el que parecía que nunca pasaba nada fuera de lo común. Sin embargo, había una casa en las afueras del pueblo que todos conocían, pero que nadie se atrevía a acercarse: la Casa de los Lamentos. La casa, de aspecto sombrío, llevaba años vacía, pero todos los niños del pueblo sabían que estaba maldita. Nadie había visto a sus antiguos dueños, y las historias que circulaban sobre la casa eran escalofriantes.
Un día, mientras los cuatro amigos caminaban hacia la escuela, decidieron que no podían seguir con la curiosidad a cuestas. Anan fue la primera en hablar. “¿Qué tal si vamos a la casa esta tarde? Todos dicen que está embrujada, pero nadie nunca ha confirmado nada.”
Marcos, el más valiente de todos, estuvo de acuerdo al instante. “¡Vamos a descubrir la verdad! Si hay fantasmas, seremos los primeros en saberlo.”
Jazmín, que siempre había sido más cautelosa, frunció el ceño. “No sé, chicos. Puede que nos metamos en problemas. ¿Qué pasa si de verdad está embrujada? ¿Y si nos encontramos con algo peligroso?”
Paco, el más curioso del grupo, animó a todos con su sonrisa pícara. “¡Vamos, Jazmín! Solo será una pequeña aventura. No vamos a hacer nada más que mirar por fuera, seguro que todo está bien.”
Finalmente, Jazmín accedió. Los cuatro amigos se reunieron en la plaza del pueblo a las seis de la tarde, con la intención de ir a explorar la casa. La tarde estaba oscura y nublada, como si el cielo mismo se hubiera puesto en su contra.
Al llegar a la casa, el viento soplaba con fuerza, y las ramas de los árboles cercanos crujían como si susurraran advertencias. La casa estaba rodeada por un jardín lleno de maleza, y las ventanas rotas parecían mirarlos con ojos vacíos.
“¡Vaya, realmente tiene un aire espeluznante!” dijo Marcos, iluminando la casa con su linterna. “¿Por qué no entramos un poco?”
Anan, que siempre se adelantaba a los demás en las decisiones, empujó la puerta de hierro oxidado, que se abrió con un chirrido espeluznante. Los cuatro amigos entraron lentamente, sintiendo que el aire se volvía más pesado conforme avanzaban. La oscuridad era profunda, y solo la linterna de Marcos les daba algo de visibilidad.
De repente, un ruido sordo se escuchó desde el piso superior. Todos se detuvieron en seco. “¿Lo habéis oído?” preguntó Jazmín, mirando a sus amigos con temor.
“Solo fue el viento”, dijo Paco, tratando de sonar valiente.
Pero justo cuando iban a seguir adelante, la luz de la linterna parpadeó, y se apagó. “¡No! ¿Por qué ahora?” exclamó Marcos, frotando la linterna con frustración.
En ese momento, el aire en la casa pareció volverse aún más frío. Algo extraño sucedió: las paredes comenzaron a crujir, y se oyeron pasos lentos y pesados sobre el suelo de madera. Los amigos se quedaron en silencio, esperando escuchar algo más, pero todo estaba en calma.
“Es solo nuestra imaginación, ¿verdad?” murmuró Anan, aunque su voz temblaba un poco.
De repente, una risa débil y distante se escuchó desde el pasillo oscuro. Era una risa extraña, como si viniera de alguien que ya no estaba vivo. Los amigos se miraron aterrados, y Jazmín comenzó a temblar. “¿Eso fue… eso fue una risa?”
“¡Eso es imposible! ¡Nadie más está aquí!” dijo Paco, mirando a su alrededor, pero la casa parecía vacía.
Decidieron salir, pero antes de que pudieran dar un paso hacia la puerta, una sombra pasó frente a ellos, cruzando el pasillo rápidamente. Nadie la vio con claridad, pero todos la sintieron.
“No podemos quedarnos aquí, tenemos que salir ya” dijo Marcos, su voz ahora llena de miedo.
Corrieron hacia la puerta, pero antes de que pudieran alcanzarla, una fuerza invisible los detuvo. Las puertas se cerraron con un estruendo, y las ventanas se comenzaron a oscurecer. La casa parecía estar viva, como si quisiera atraparlos.
De repente, la voz de un hombre resonó por toda la casa, su tono grave y tembloroso. “Nadie sale de aquí, no mientras las voces de los olvidados sigan siendo escuchadas…”
Los amigos, paralizados por el miedo, intentaron abrir la puerta sin éxito. “¡Déjanos salir!” gritó Anan, pero la voz del hombre continuó hablando.
“Vuestros corazones están atrapados aquí, como los míos.”
Justo cuando la desesperación parecía apoderarse de ellos, Paco, sin pensarlo, agarró un viejo martillo que había en una mesa cercana. “¡Voy a abrir la puerta!” dijo con determinación.
Golpeó la puerta con todas sus fuerzas. Los otros lo miraban asombrados, pero no había tiempo para dudar. De repente, la puerta cedió, y los cuatro amigos salieron corriendo, sin mirar atrás, hasta que llegaron al final del jardín.
Al llegar a la seguridad de la calle, miraron hacia la casa. La puerta se cerró sola, y el viento cesó de golpe. La casa, aunque oscura, parecía haber recuperado su quietud.
Esa noche, los cuatro amigos se reunieron en casa de Anan, sin hablar mucho sobre lo que habían experimentado. Pero sabían que la casa seguía allí, esperando, y que no debían acercarse nunca más. Habían aprendido que algunas leyendas no eran solo historias, sino advertencias, y que el respeto por los lugares oscuros del pasado era más importante que cualquier curiosidad.
Conclusión:
La historia de Anan, Marcos, Jazmín y Paco nos enseña que el miedo puede ser una poderosa lección. A veces, la curiosidad puede llevarnos a lugares peligrosos, y es importante escuchar las advertencias de quienes nos han precedido. El respeto por lo desconocido y el valor de reconocer nuestros propios miedos son esenciales para aprender y crecer. Y, lo más importante, nunca subestimar lo que no podemos ver, porque hay cosas que es mejor dejar en el olvido.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.