El pasillo principal del Colegio Sebastián Barranca estaba vacío y silencioso, excepto por el eco de los pasos de José. Con cada paso que daba, el sonido de sus zapatos resonaba en las baldosas, y la sensación de inquietud en su estómago crecía. No era la primera vez que intentaba evitar a Jake y su pandilla, pero sabía que no podría seguir escondiéndose para siempre.
Los últimos meses habían sido difíciles para José. Había comenzado el curso con entusiasmo, con ganas de aprender y de hacer nuevos amigos. Sin embargo, todo cambió cuando Jake, el chico más grande y fuerte del colegio, decidió que José era el blanco perfecto para sus burlas y acoso. José no entendía por qué lo habían elegido a él, pero lo que sí sabía era que cada día en la escuela se había convertido en un reto. Las bromas, los empujones y las palabras hirientes se habían vuelto parte de su rutina.
Ese día, mientras caminaba hacia la salida con la esperanza de escapar rápido, escuchó pasos acelerados detrás de él. Su corazón comenzó a latir más rápido. Giró la cabeza ligeramente y vio a Jake y a sus amigos acercándose. Sabía lo que venía, pero su cuerpo no reaccionaba. Era como si el miedo lo hubiera congelado en su lugar.
—¿Dónde crees que vas, José? —la voz de Jake retumbó en el pasillo.
José apretó su mochila contra su pecho, intentando pasar desapercibido. Tal vez si no decía nada, Jake lo dejaría ir. Pero el matón no tenía intenciones de dejarlo escapar.
—Todavía no hemos terminado contigo —añadió Jake, con una sonrisa burlona en los labios.
Los amigos de Jake, que siempre lo seguían como si fueran su sombra, comenzaron a reírse. Las palabras «miedoso» y «bebé» rebotaban en las paredes, haciéndolo sentir pequeño e indefenso.
José sabía que no podía escapar, así que hizo lo único que pensó que podría funcionar: trató de seguir caminando, mirando al suelo. Pero Jake le bloqueó el paso. No había forma de evitarlos.
—Déjame en paz, Jake —murmuró José, tratando de sonar valiente, aunque su voz temblaba ligeramente.
—¿Déjame en paz? —se burló Jake, acercándose más a José, mirándolo desde arriba—. ¿Y qué vas a hacer al respecto? ¿Llorar?
Los amigos de Jake estallaron en carcajadas. José sintió que su cara se calentaba de la vergüenza, pero en el fondo, algo más crecía dentro de él. Era una sensación que no había experimentado antes: una mezcla de miedo, enojo y, sobre todo, frustración. No entendía por qué Jake y su pandilla disfrutaban haciéndolo sentir mal. ¿Por qué alguien se divertiría a costa de la tristeza de otro?
En ese momento, mientras José seguía bloqueado en el pasillo, recordó algo que su madre siempre le decía: «El verdadero valor no es la ausencia de miedo, sino enfrentarlo cuando más lo necesitas». José había escuchado esas palabras muchas veces, pero nunca las había comprendido hasta ahora.
Tomó una respiración profunda y levantó la vista para mirar a Jake directamente a los ojos. A pesar de que su corazón seguía latiendo rápido, ya no sentía que debía escapar.
—No te tengo miedo —dijo José, con una voz que esta vez sonaba más firme.
Jake frunció el ceño, sorprendido por la respuesta de José. Por primera vez, parecía dudar de sí mismo.
—¿Qué dijiste? —preguntó Jake, dando un paso hacia atrás, como si no estuviera seguro de lo que acababa de escuchar.
—No te tengo miedo —repitió José, esta vez más fuerte—. No voy a dejar que me sigas molestando. No eres más fuerte solo porque tengas amigos a tu lado. Lo que estás haciendo no está bien, y lo sabes.
El pasillo, que antes estaba lleno de risas y burlas, de repente se quedó en silencio. Los amigos de Jake ya no se reían. De hecho, algunos de ellos incluso bajaron la vista, como si de pronto sintieran vergüenza.
Jake, por otro lado, parecía confundido. Nadie había hablado con él de esa manera antes. Siempre había sido el líder, el que tenía el control. Pero ahora, con José enfrentándose a él, ya no estaba seguro de cómo actuar. Durante unos segundos que parecieron eternos, Jake se quedó inmóvil, sin saber qué hacer.
—Vete a casa, Jake —dijo José, dando un paso hacia adelante—. No tienes nada que probar aquí.
Jake lo miró con furia contenida, pero en el fondo, José pudo ver algo más: duda. Sin decir una palabra, Jake dio media vuelta y se alejó, con sus amigos siguiéndolo de cerca. José los vio desaparecer por el pasillo hasta que solo quedó el eco de sus pasos.
Cuando se quedó solo, José sintió que sus piernas temblaban, pero esta vez no era por miedo. Era la adrenalina de haber hecho algo que nunca pensó que sería capaz de hacer. Se apoyó contra una de las paredes, respirando profundamente. No podía creer lo que acababa de suceder.
A partir de ese día, algo cambió en el colegio. Jake y su pandilla dejaron de molestar a José. Quizás porque habían encontrado otro blanco o, tal vez, porque entendieron que José ya no era alguien fácil de intimidar. Lo que es seguro es que José nunca volvió a esconderse.
Aprendió que, aunque el miedo puede ser muy grande, el valor de enfrentarlo siempre es más fuerte. José no solo se ganó el respeto de los demás, sino también el suyo propio. Y esa, pensó, era la mayor victoria de todas.
Conclusión:
José descubrió que el verdadero valor no consiste en no tener miedo, sino en enfrentarlo. A veces, la fuerza más poderosa que tenemos es la capacidad de defendernos a nosotros mismos y hacer lo correcto, sin importar cuán difícil o aterrador parezca.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.